¿Qué hacemos con las barras bravas?

Sáb, 05/10/2013 - 04:05
Lo sabíamos desde hace mucho tiempo: los dioses han muerto. Y con ellos los ideales de la humanidad.

Ahora, la violencia de los hinchas de futbol nos recuerda esa gran verdad. Y nos horroriza. Com
Lo sabíamos desde hace mucho tiempo: los dioses han muerto. Y con ellos los ideales de la humanidad. Ahora, la violencia de los hinchas de futbol nos recuerda esa gran verdad. Y nos horroriza. Como si no estuviéramos enterados de antemano, como si no supiéramos que los dioses fueron reemplazados por futbolistas, modelos, artistas de farándula y de cine. ¿Por qué? Desde la cultura ciudadana podemos explicarnos el fenómeno de las barras bravas, así: Pertenencia: la cultura de masas conlleva la necesidad de ser y pertenecer a algo, ese imperativo de definirnos a partir de aquello a lo cual pertenecemos es muy fuerte. Y si sabemos, desde la infancia, que no pertenecemos a las élites, que no formamos parte de los “importantes”, que nuestros padres no lo fueron y que no somos líderes del mundo mercantilizado, entonces la necesidad de pertenecer y de ubicar el ser en este mundo hace que muchos jóvenes abracen un equipo de futbol como una religión y una definición “soy hincha, el equipo es  mi vida” dicen con genuina sinceridad. Ser alguien: constantemente, desde los hogares, padres y madres pregonan el deseo de que sus hijos “sean alguien” ¡Como si no lo fueran! Y en ese afán por buscar la notoriedad en medio de la masa, el respeto de la comunidad próxima así sea por la vía del miedo y, sobre todo, de responder al ideal paterno de “ser alguien” genera mucha ansiedad. En ese estado, los jóvenes observan que la hinchada de futbol puede responder a la búsqueda de notoriedad, de importancia y de prestigio que desde la casa les apremia. Contar con bandera, himno, escudo y copartidarios colma el deseo de identidad. Ausencia de alternativas: las comunidades citadinas, de niveles medio y bajo, no cuentan con alternativas interesantes para el afán de pertenencia y  notoriedad de niños y jóvenes. Aparte de las iglesias (donde muchos sacian ese afán) y de algunas membresías como scouts y clubes deportivos, la ausencia de clubes juveniles con actividades de interés para los menores es evidente. Sanción social: las comunidades evitan la sanción social hacia las hinchadas de futbol, los padres de estos jóvenes, sus vecinos y amigos se silencian ante los desmanes y excesos, bien sea de fervor o de violencia por un equipo. Y con esta actitud, sin saberlo, se convierten en corresponsables de sus actos. Medios de comunicación: todo el día, en cualquier horario, es posible escuchar a un locutor de futbol hablando acerca de lo que comieron, hicieron y vivieron los futbolistas. La vida del futbol es magnificada desde los medios comunicativos, la sección deportiva de los noticieros es sobre todo una sección de futbol, las acciones más anodinas de los futbolistas son exaltadas hasta el delirio (compró una casa, le ofreció un anillo a la novia, se fue de vacaciones, etc.) y en el imaginario de los jóvenes se generan los nuevos dioses: los jugadores de futbol. Ante estas causas de la violencia que nos conmueve, la pregunta es ¿Qué hacer? Algunas alternativas: Educar si, pero a los padres: el afán de notoriedad en medio de la masa social, de sobresalir y de imponerse sobre los demás es el mensaje que muchos padres  martillan a diario en el inconsciente de sus hijos. La cacareada escala de valores no se ha perdido solamente en los más jóvenes sino en sus mayores y en quienes los educan para la competencia desmedida “porque el mundo es muy competitivo”. Y si educamos para la competencia feroz, obtendremos hienas depredadoras, así la intención inicial no sea la violencia. La desaforada competitividad, por encima de la ética, la solidaridad y los valores fundamentales, es el principio educativo de muchos padres y docentes a los que es urgente reeducar. Una vida interesante: el muchacho que abraza a un equipo y exclama que “es su vida” tiene graves problemas de identidad y mucho tiempo libre perdido. ¿Qué hacer con tanta juventud, tantas ganas de comerse el mundo y tantas tardes vagando por el barrio? Es necesario que tanto el Estado como los padres y docentes generen actividades y grupos que respondan a los intereses y deseos de los más jóvenes de manera creativa. No solamente actividades deportivas. Es necesario romper esquemas y pensar, por ejemplo, en grupos de cine y de actividades ciudadanas de beneficio para las comunidades, acciones en favor del medio ambiente o grupos de yoga y meditación, en fin, en acciones que les generen el reconocimiento y la membresía deseada, que colmen sus sueños de pertenencia e identidad sin agresiones y con saldos favorables para las comunidades. Valores comunitarios por encima de competencia mercantil: si no es posible generar valores en las comunidades citadinas, al menos desestimular la competitividad que desde la infancia se inculca como un ejemplo a seguir. No estoy de acuerdo con las listas de “los mejores” en las escuelas ¿Mejor en qué? En lugar de premiar, porque todo premio lleva implícito un castigo a quienes no lo reciben, estimulemos y validemos actitudes positivas, ejemplos solidarios y creativos. Barras bravas, Kienyke Lenguaje positivo: si los medios de comunicación, en especial la radio y la televisión, precisan de tantos programas sobre futbol durante todo el día porque les es imposible ganar audiencia con otra actividad, manejemos un lenguaje positivo e incluyente, preguntemos a esos “dioses con balón” acerca de su infancia, de sus hijos, de sus valores y actividades por fuera de la cancha, ofrezcamos una visión más amplia de la vida a los jóvenes oyentes. Si somos capaces de hablar de futbol sin creerlos dioses, de hacerlo con algún grado de humildad y señalar que es una actividad tan anodina como cualquier otra, donde lo importante no es desafiarse en una cancha sino hacer deporte, enviaremos un mejor mensaje a los hinchas. Finalmente, cuando una comunidad, llámese cuadra, barrio o vereda, está atenta a los más jóvenes y observa sus acciones, es posible evitar desenlaces violentos y homicidas. Rompamos el silencio comunitario. Hay que salvarlos a tiempo.
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