¿Qué se necesita para leer a Stephen King?

Jue, 26/09/2013 - 10:23
Temo que el rechazo, o el asco, que produce la literatura de Stephen King en algunos lectores, se debe a un prejuicio ideológico de vieja data. Se cree aún que los productos de consumo masivo atrofi
Temo que el rechazo, o el asco, que produce la literatura de Stephen King en algunos lectores, se debe a un prejuicio ideológico de vieja data. Se cree aún que los productos de consumo masivo atrofian las facultades políticas y críticas de los ciudadanos. Esto me recuerda la polémica bizantina de Adorno y Horkheimer en Dialéctica del iluminismo: “El alud de informaciones minuciosas y de diversiones domesticadas corrompe y estupidiza al mismo tiempo”, dijeron, refiriéndose al cine, la radio y los semanarios como productos de la industria cultural orientados a domesticar a sus consumidores. Creo, sin embargo, que Adorno y Horkheimer se equivocaron en sus apreciaciones con respecto a las expresiones de la cultura de masas. El cine no solo se reconoce hoy como un lenguaje, sino como un arte que ha permitido la formación de una cultura que involucra a la industria y a los espectadores. Lo mismo pensó Adorno de Jazz. Afirmó con cierta osadía que no era música porque sus ritmos le recordaban las marchas militares. Si nos ponemos de sociólogos, gustarle a uno Carrie o Misery indicaría una desviación del buen gusto literario, debido a que como dijo Héctor Abad, con cierta pedantería, “el buen gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir”. Pero es obvio que en una sociedad de clases y exclusiones, jerárquica desde sus orígenes, acceder al consumo cultural de élite sea más difícil: cuestiones como viajar por el mundo, hablar más de un idioma, ir a buenos colegios o tener una biblioteca en casa son privilegios que la mayoría de las personas de este país no se pueden dar. Para leer libros, sin embargo, se puede prescindir del buen gusto. Lo dijo Bourdieu hace algunos años: cada clase social se define por sus propios gustos. O mejor, son los gustos lo que lo definen a uno como perteneciente a una clase social particular. Así que, en Colombia, leer a un escritor como Stephen King lo situaría a uno en un campo social y cultural ambiguo dominado por la clase media. Que, en todo caso, es la que lee. Las clases altas tienen otras formas de entretenerse. Y las clases populares atienden otros problemas. Aunque es difícil saberlo con precisión, pues las encuestas sobre consumo cultural no especifican estas particularidades. De todas maneras, no hay que aterrarse cuando se prefiera la lectura de este autor, o de otros semejantes, porque supongo que en un país que no lee a Cervantes ni a otros autores, menos se lee a Stephen King. King no hace parte del canon culto de la literatura occidental. Harold Bloom lo menciona para hablar mal de él. No lo nombran en la Historia de la literatura norteamericana de Cándido Pérez ni en la Historia de la literatura universal dirigida por Martín de Riquer y José María Valverde. Es como si no existiera para la historia oficial de las letras. A pesar de ello, Stephen King es un autor de culto, aunque no se encuentre en las enciclopedias ni en los cánones literarios establecidos. King caló en el gusto de la cultura masiva norteamericana y en el de otros países. A mi casa llegaban sus libros a través de ese viejo modelo de negocios libresco llamado “El círculo de lectores” y forma parte de mi educación y de mi iniciación como lector. Me seguirán gustando Carrie, la historia de esa jovencita que tiene poderes telequinéticos, y Misery y su aterradora villana Annie Wilkes, y El resplandor, ese clásico del terror basado en un cuento de Poe, cuyo título está inspirado en una canción de John Lennon, y The Body, sobre cuatro amigos que encuentran un cadáver, y Mientras escribo, ese libro autobiográfico en el que encontré buenos consejos para escribir. Nota del autor: fragmentos del texto anterior fueron publicados en el libro Sobre la escritura, en el capítulo que dediqué a Stephen King.
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