(La condición espacial que inspiró esta serie de posts en el TransMilenio)
En la primera parte de esta post iba a explicar la idea de la transparencia en el transporte, pero terminé haciendo una jarta queja-opinión-lectura de lo que ha sido reencontrarme con el TransMilenio, luego de meses de no usarlo. Ahora sí, explico mi propuesta: Sí bien la transparencia no propone soluciones en términos de cantidad de pasajeros por metros cuadrados en el bus, lo que sí ofrece es la posibilidad de ver, por cualquiera de los lados que se quieran, lo que sucede afuera del vehículo mientras se está en movimiento. En suma, resultaría un espectáculo cada vez, tomar cualquier modo de transporte (ya que esta oferta no se restringe únicamente al Transmilenio), haciendo cada experiencia algo único, que fomente la creatividad y la contemplación de nuestra ciudad y, lo más importante, permita que se visibilicen las cosas que muchas veces pasan desapercibidas y son menospreciadas a causa de la rutina, de la actitud blasé que nos invade y de la imposibilidad física de no poder ver a través de las paredes con visión de rayos X. La idea de proponer el transporte transparente, en realidad, debería ampliarse a todos los entornos de la ciudad. Edificios transparentes, casas transparentes, oficinas transparentes, personas transparentes (figurativamente). El fin de la transparencia - ya sin tapujos- es hacer de lo privado algo público, y que lo que se queda oculto tras las paredes, al interior de la carrocería de las propiedades privadas móviles que transitan por la ciudad, etc, sea descubierto y pueda estar bajo la mirada del público. La idea radical que vendría aquí a colación es pensar que estoy proponiendo un panóptico extremo y constante. Tal vez sí, pero no. El panóptico contiene su poder en el hecho que existe, en su espacialidad, la posibilidad de ver y no ser visto (un agente observa pero no es observado). Lo que propongo es que todo sea visto y todos tengan la posibilidad de ver, en aras del disfrute de la vida, de la ciudad y de salir de la rutina que nos carcome a todos. No como una reacción morbosa a las experiencias que suceden en el escenario urbanos, sino como el primer paso (o de los primeros para no definir qué va primero, si el huevo o la gallina) a que exista una reacción en torno a las realidades que están ocultas en la ciudad... algunas veces, ocultas por nuestro deseo de no ver, pero que ya se vuelve inevitable cuando tenemos que presenciarlo sin ninguna excusa (barrer física)(me declaro fanática de paisaje urbano nocturno, lo admito)
Como sé que estamos muy lejos de poder llegar a esta idea tan anhelada que tengo, me restrinjo o me contento con las formas en las que se puede llegar a tener una experiencia de transparencia en la ciudad: caminándola y, quien quiera más velocidad y recorrer mayores distancias, pedalear. Haciendo alguna de las dos se cumple la idea de tener una experiencia sin restricciones ni barreras con el entorno urbano en el que se está. De esta forma se pueden llegar a tener reflexiones y, sin ir muy lejos, imágenes divinas que enriquecen el día a día de las personas que habitan una ciudad tan caótica y -para algunos que en mi concepto están ciegos o viendo en la dirección errada- poco atractiva.
(A que no sabe dónde se puede encontrar esto!)
(O este contraste entre arte, urbanización, naturaleza y descontrol)
(Quién se habrá fijado de lo interesante (por no poner otro calificativo) del diseño de la vitrina de este establecimiento)
(la cruda e incomoda verdad que nos persigue por las calles todos los días)
Si estas nos son imágenes que dan goce, permiten la reflexión en diferentes escalas y ámbitos, y lo mejor, no te sacan de la rutina monótona y constante a la que se "condena" en la ciudad, no sé qué lo hará.