El 7 de agosto 2002 y el 2 de agosto de 1934 son fechas muy similares para dos países tan lejanos y distantes como Colombia y Alemania. Las posesiones presidenciales de Álvaro Uribe Vélez y Adolfo Hitler llegaron a ambos países como nuevas eras, tiempos de esperanza. Colombia, humillada por las Farc con su fortalecimiento en la zona de distensión, y Alemania, con la cabeza gacha por tener que haber pagado los estragos de la primera guerra mundial, veían la revancha histórica en dos hombres bajitos, pálidos, peinados de lado, abstemios, amantes de los caballos y los perros, algo místicos y vegetarianos y que disfrutaban de pequeños placeres, como los dulces. Hombres, al parecer, transparentes, éticos, ejemplares y amantes de la vida sana. La imagen de Uribe trotando y haciendo yoga, y la de Hitler rodeado de los atletas alemanes en las Olimpiadas de Berlín 1936, nunca se borraran de las memorias de las dos naciones. Colombia estaba acostumbrada a dandies como Pastrana, gordos corruptos con habanos en la boca como Samper, y Alemania con bigotudos obesos como el Mariscal Paul von Hindenburg.
Yo no soy uribista ni antiuribista. Me considero un apolítico por comodidad. Sin embargo, debo decir que Uribe siempre me pareció una persona un poco bruta desde que dijo que la última película que vio en cine había sido El llanero solitario –¿o era Marcelino, pan y vino?–. También, el rescate fallido del Gobernador de Antioquia es una de las operaciones militares más estúpidas que haya ocurrido en la humanidad. ¿Quién planea el rescate de más de diez rehenes con helicópteros sin tener en cuenta la altura del follaje y la pendiente el terreno? Y creo que en su defensa ya no se puede hablar de la Operación Jaque, después del manto de duda que cayó sobre ella por el presunto pago para su realización. Además, nunca he creído en la gente que sube el tono para hablar en público: eso parte de la necesidad de llamar la atención cuando no se tienen argumentos. Los discursos de Uribe y las respuestas que le daba a la prensa siempre fueron insatisfactorias y tan faltas de significado como los gritos de Hitler para alguien que no sabe alemán. Esto lo corroboré aún más cuando noté qué tipo de personas eran las que admiraban los discursos de Uribe, personas que Hitler definió muy bien en su libro, Mi lucha:
“La psiquis de la masa popular no es sensible a nada que tenga sabor a debilidad ni reacciona ante paños tibios. Como una mujer cuya sensibilidad siente, no tanto la influencia del razonamiento abstracto como la de un ansia ardiente gobernada por sensaciones , especialmente la de la energía que realiza la tarea por cumplir, y que a dominar al pusilánime prefiere rendir su voluntad al hombre fuerte, el pueblo prefiere el gobernante al suplicante y siente mayor satisfacción íntima por las doctrinas que no toleran rivales, que por el liberalismo, del que apenas sabe hacer uso y del que pronto acaba de renegar. Tiene tan poca conciencia de la afrenta que representa el hecho de verse espiritualmente aterrorizado como de la violación de las libertades que disfruta en su carácter de conjunto de seres humanos, violación concebida con el propósito de conducirlo a la revuelta; tampoco advierte la falsedad intrínseca del credo. Sólo ve la energía despiadada y la brutalidad de su lenguaje, ante el cual acaba finalmente por inclinarse”.
Así, Colombia estuvo inclinada por ocho años, y como los alemanes, muchos quedaron desconcertados. Agro Ingreso Seguro, las “chuzadas”, la DIAN, la “Yidispolítica”, la negligencia frente al sistema de salud y la crisis de las pirámides y los “falsos positivos”, hicieron retroceder al país en muchos aspectos. Muchos colombianos caminan hoy desilusionados de ese hombre abstemio e hiperactivo que llegó a la Presidencia como un salvador, tal como los alemanes al ver el infierno de los campos de concentración y al tener que pagar por segunda vez la reconstrucción de Europa. Sin embargo, todavía quedan por ahí algunos creyentes del uribismo, tan locos y seniles como ese japonés que se quedó solo en una isla sin saber que la guerra había terminado.
De todas formas, considero que la Alemania nazi no fue tan corrupta como la Colombia de Uribe –¿habrá sido porque Hitler sólo tenía un huevito, frente a los tres de Uribe?–. Se dice que el dictador le ayudó a huir al médico judío que atendía a su mamá y que él mismo tenía antepasados de esa raza que aborrecía. Además, se sabe que muchos nazis terminaron enamorados de prisioneras de sus campos de concentración –difícil no hacerlo, las judías son hermosas–, que se robaron dinero y obras de arte. Al menos allí, en 1945, la olla podrida se destapó y los horrores salieron a la luz por siempre, para no repetir. Mientras tanto, en Colombia pasaran mil años y no sabremos qué tanto hizo en sus ocho años el hombre de los tres huevitos. No hemos sufrido lo suficiente como para ser capaces de ver la verdad de frente.
UN AÑO SIN URIBE, 66 SIN HITLER
Dom, 07/08/2011 - 16:53
El 7 de agosto 2002 y el 2 de agosto de 1934 son fechas muy similares para dos países tan lejanos y distantes como Colombia y Alemania. Las posesiones presidenciales de Álvaro Uribe Vélez y Adolfo