La visibilización y reconocimiento de las víctimas del conflicto es una tarea necesaria para lograr una sociedad más justa con algo de tranquilidad (no digamos paz, tan manida), armonía cotidiana y capacidad de disenso sin recurrir a vías armadas o de hecho.
Es la tarea que el país ha emprendido y que tanto le cuesta realizar a quienes en algún momento fueron victimarios y opacaron la existencia, los sueños e ilusiones de muchos seres y de poblaciones enteras. Aún esperamos su arrepentimiento y sus bienes económicos para reparar debidamente.
En esta tarea de reconocer, reparar, ejercer justicia y equidad para quienes fueron víctimas, existe un peligro grande: el de victimizar a personas y comunidades. Es decir, convertirlas en víctimas por siempre, dignos de lástima, limosnas y subsidios, como si su condición fuera eterna, disminuyendo las inmensas capacidades de resilencia que tenemos todos los seres humanos.
Y, de paso, privándolas del derecho fundamental a la igualdad y la equidad social. No es lo mismo ofrecer limosna que devolver la dignidad a una persona o una comunidad.
Si bien es necesaria y urgente la reparación económica, no lo es menos la reparación sicológica, la recomposición de su tejido social, su calidad de vida y sus valores, de una manera digna y respetuosa.
No podemos aceptar que miles de colombianos sean por siempre estigmatizados como víctimas solamente porque así pueden “gozar” de subsidios y migajas de un Estado arrepentido; es necesario devolverles su condición de connacionales, su orgullo de seres humanos y su fuerza para luchar por el desarrollo propio y el de sus comunidades.
Y por encima de todo, no podemos hacer de las llamadas víctimas unos ciudadanos de segunda a los que hay que ayudar, subsidiar y donar por siempre considerándolos (consciente o inconscientemente) incapaces, inhabilitados o inferiores. Eso sería fácil, un Estado limosnero y unos ciudadanos ídem.
Lo difícil es devolver la condición de seres humanos y ciudadanos, el respeto y la valoración social, las relaciones familiares, el tejido de su comunidad y contribuir al desarrollo de su capital social y económico. Esa es la tarea pendiente.
Y es la única posible para que miles de colombianos recuperen su condición y dignidad. Para que hagan uso de su resiliencia personal, su creatividad, emprendimiento y capacidades de desarrollo comunitario.
La etiqueta de víctima, que de buena fe se cierne sobre miles de personas, contribuye a su estigmatización social. El paso siguiente es el de ser, nuevamente, considerados seres humanos y ciudadanos colombianos, con todo lo bueno, lo malo y lo difícil que eso implique.
Una anécdota final: en una comunidad costeña muy golpeada por la violencia y masacrada hace algunos años, llegaron funcionarios de un organismo no gubernamental a realizar encuestas. La primera pregunta fue: ¿usted se considera víctima o resistente? Un habitante desprevenido respondió al encuestador con otra pregunta: ¿usted me va a dar algo si soy víctima o si soy lo otro?
¿Usted se considera víctima o resistente de esta guerra?
Mié, 24/07/2013 - 01:03
La visibilización y reconocimiento de las víctimas del conflicto es una tarea necesaria para lograr una sociedad más justa con algo de tranquilidad (no digamos paz, tan manida), armonía cotidiana