Mi relación con la realidad no es tan sana. A veces me despierto pensando que no me he despertado o me duermo con los ojos bien abiertos. Veo a Ana Karenina por la calle y creo que Peñalosa y Petro son personajes ficticios de una película de terror llamada «La placenta asesina IV». Me pregunto si el mundo ya llegó a su fin y pienso que estamos todos atrapados en una matriz virtual en donde los números nos cuentan, las botellas de cerveza nos beben y los condones nos deshechan luego de hacernos un nudo en el cuello.
Cuando veo televisión entro en contacto con una realidad más palpable que aquella de los periódicos y redes sociales. Con la serie Boardwalk Empire, por ejemplo, pienso que estoy viendo un noticiero sobre los capos de la droga en Colombia y México. Su historia trata, en realidad, sobre las mafias del alcohol en los Estados Unidos de los años viente, cuando su expendio y consumo fue totalmente prohibido. Esto permitió a hombres poderosos, la mayoría de ellos políticos, apropiarse subrepticiamente del negocio y explotar el potencial comercial del contrabando para sus intereses. En el proceso, les toca degollar a algunos y cortar en pedacitos a otros. Pero qué le vamos a hacer: son gajes del oficio.
Después de ver Boardwalk Empire quedo pensando que cualquier parecido con la realidad colombiana no es pura coincidencia. La gran diferencia reside en que los actores de la serie gringa son más creíbles que los colombianos y en que su banda sonora es un poco mejor.
No voy a sugerir que legalizar la droga sería la mejor estrategia para derrotar las mafias y acabar definitivamente con el narcotráfico en Colombia. La cosa por fin se está poniendo buena y la legalización solo dejaría en el aire a miles de televidentes. Como cuando sacaron del aire al Batman de los años sesentas, ése en el que cada vez que alguien plantaba un puño, aparecía en la pantalla un colorido ¡POW!
Últimamente, Gotham City se me antoja una ciudad menos surreal que Bogotá. Tal vez Gotham City es Bogotá, y lo que están confundiendo los incautos con el fin del mundo (que supuestamente llegará mañana por vigésima quinta vez en la historia) es en realidad la llegada de Batman ―por fin― para luchar contra el crimen organizado y los políticos corruptos. Si esto es cierto, entonces Bogotá en verdad se va a acabar. Tal vez sí es el fin del mundo después de todo.
Pero si nada de esto pasa y sobrevivimos hasta el domingo, no voy a salir a votar. Planeo quedarme en la casa viendo el anunciado Votofinish de las elecciones. Dicen las encuestas que Petro y su placenta asesina les llevan ventaja a Peñalosa y a Gina, sus dos archienemigos. Dicen los periódicos que en los últimos cuatro meses la pobreza en Bogotá ha disminuido en un 9 por ciento, que la Fiscalía está investigando el asesinato del grafitero en manos de la policía y que el Ejército pedirá perdón por la masacre de Cajamarca. La cosa se está poniendo buena. Por eso me voy a quedar en la casa viendo televisión todo el día.
Claro, esto si el mundo no se acaba mañana. Y si no viene Batman, porque si viene, salgo a votar por él. Eso es lo que necesita está ciudad: alguien que nos distancie un poco del surreal universo que construyen los periódicos, las encuestas y los noticieros, y que nos plante ¡POW! un mazazo de auténtica realidad en la cabeza.
Imagen: Ryan Heshka