
En un mundo saturado de apariencias, poses y estrategias de marketing, Shaira desentona. Y eso la hace brillar. Con 22 años, esta artista santandereana tiene más de una década en los escenarios, pero conserva la frescura de quien todavía canta con el alma y no por fórmula. Su nombre —Shaira Selene— no es artístico: es real, como ella. Como su voz, su risa, su fe, sus silencios y hasta sus lágrimas.
Shaira es desparpajada, encantadora y sin pretensiones. Su historia comenzó en Barbosa, Santander, cuando su mamá —su cómplice de vida— intuyó el talento que su hija aún no reconocía. “Yo no quería cantar, era tímida”, confiesa con humor. Pero desde los cuatro años, entre mariachis, concursos y trajes hechos a medida, la música la eligió. Y nunca más se soltaron.
Lea también: Pamela Hernández: la mujer detrás del telón del Teatro Nacional
Con tan solo ocho años ganó el Factor X, pero su historia no se detuvo ahí. Ha hecho giras, presentaciones, comerciales, modelaje, composiciones, y todo con una energía que mezcla inocencia y fuerza. Shaira no se vende como estrella: se muestra como mujer. Y eso, en una industria que muchas veces premia la pose, es casi un acto de rebeldía.
No sigue modas. No canta por algoritmos. “El reguetón no me va a hacer famosa si no lo siento”, dice con firmeza. Lo suyo es un sonido que llama “pop regional”, con influencias mexicanas, country y raíces colombianas. Admira a Selena, a Rocío Dúrcal, a Jorge Celedón —quien le regaló su primera guitarra— y sueña con que su música cruce fronteras, pero sin perder el alma por el camino.
Tiene claro que crecer en el ojo público no ha sido fácil. Habla de críticas absurdas desde niña, de la presión estética, del juicio moral hacia las mujeres que se hacen visibles. Pero también ha aprendido a soltar, a no engancharse, a entender que “uno le quita poder a lo que no le da importancia”.
Y aunque es de las que habla hasta por los codos, Shaira confiesa ser tímida. Dice que le cuesta encajar en las dinámicas faranduleras de la industria, donde a veces la hipocresía pesa más que el talento. Por eso elige rodearse de lo real: su familia, su madre, su fe. “Dios ha cambiado mi vida”, asegura. Y lo dice sin miedo, sin vergüenza, sin necesidad de explicarlo demasiado.
Además: Flora Martínez y la maleta roja: una historia de amor entre partituras, guiones y escenarios
Es compositora de sus propias canciones. Le fluye el despecho, pero también el amor. Y, como buena artista, se mete en la piel de historias que no siempre ha vivido, pero que interpreta con fuerza. Tiene cinco hermanos, una mamá joven que sigue siendo su mejor amiga, y una conexión profunda con lo que significa ser mujer en esta industria: “Las mujeres nos tiramos duro, y deberíamos apoyarnos más”, afirma.
Shaira no se disfraza para encajar. No está hecha para competir con otras, ni para agradar a todos. Está hecha de autenticidad, de talento, de energía limpia. En su mirada hay una mezcla de niña y guerrera, y en su voz hay verdad. La misma que la lleva a decir que no se va a perder en la industria ni va a cambiar su esencia por encajar en “la rosca”.
En una época donde el artificio reina, Shaira es refrescante porque es genuina. Y su historia —cantada o contada— tiene una fuerza que conmueve, inspira y arrasa. Así, sin filtro. Así canta. Así vive. Así es.