Ahora me toca vengarme, dice el presidente

Jue, 13/02/2020 - 11:25
John Bolton, Joe Manchin, Adam Schiff, Hunter Biden, Doug Jones, Gordon Sondland, Alexander Vindman, Yevgeny Vindman, Mitt Romney, Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Jerry Nadler, Debbie Dingell, los neoyor
John Bolton, Joe Manchin, Adam Schiff, Hunter Biden, Doug Jones, Gordon Sondland, Alexander Vindman, Yevgeny Vindman, Mitt Romney, Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Jerry Nadler, Debbie Dingell, los neoyorquinos que viajan en avión, fiscales federales, el FBI. Ha pasado apenas una semana desde que los republicanos del Senado exoneraron al presidente Donald Trump en el juicio político —lo que le ha asegurado de una vez por todas que no tiene de qué preocuparse por la responsabilidad del Congreso—, pero ya lleva muy avanzada la lista de sus enemigos. Miembros del Congreso, funcionarios del gobierno, agentes judiciales, los residentes de los estados demócratas… cualquiera que alguna vez haya disgustado a Trump es un blanco en potencia. Tal vez no haya cortado cabezas de manera literal, pero el presidente ya va bien encaminado en su viaje hacia la venganza. Los blancos de Trump pueden clasificarse en muchas categorías diferentes, unas con mejores recursos que otras para resistir su furia. Los senadores demócratas como Jones, de Alabama, y Manchin, de Virginia Occidental, quienes han desatado la ira de Trump por sus votos para declararlo culpable, entienden que la política es un deporte sangriento. De igual manera, los miembros de la Cámara de Representantes como Dingell, a quien Trump volvió a atacar de forma arbitraria el fin de semana, y Schiff, quien fue la persona encargada de dirigir a los fiscales del juicio político. Estos profesionales saben sacudirse los escarnios… o regresarlos. Luego de un discurso en especial aburrido e infantil, en el que Trump llamó a Manchin “Joe Munchkin” (“enano” en inglés), el legislador de Virginia Occidental le respondió el lunes en CNN: “Creo que en eso tiene una confusión porque yo soy un poco más grande que él. Pesa como quince kilos más que yo, pero yo soy un poco más alto”. Y la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, con seguridad puede hacer frente a una rabieta del presidente. Romney, el republicano solitario que votó para condenar a Trump por abuso de poder, está más expuesto. No solo se trata de que el presidente se burle de él y denigre su fe. La Casa Blanca también difundió una lista de temas de conversación desagradables para que los divulguen sus promotores. El título fue: “Romney (otra vez) tira por la borda los principios para obtener elogios de la extrema izquierda”. Dicho esto, Romney ha sido candidato en elecciones presidenciales. Sabe recibir puñetazos. Además, no deberá contender para su reelección sino hasta 2024, lapso más que suficiente para que todo esto se supere. Mientras tanto, por haber escuchado a su conciencia, su nombre adquirirá cierto lustre en los círculos alejados de Trump. Trump también está enojado con Bolton, su anterior asesor de seguridad nacional, quien, como lo informó The New York Times, escribió en su autobiografía de próxima publicación que el presidente le dijo que había una relación entre la ayuda para Ucrania y el anuncio de las investigaciones de Joe Biden y su hijo. Además de llamarle mentiroso a Bolton, Trump ha intentado detener la publicación de su libro y se dice que le quitarán la autorización de seguridad que tiene. Sin embargo, Bolton tampoco es víctima de nadie. Es un experimentado guerrero de Washington que jugó su propio juego esquivo con los investigadores del juicio político. También es difícil sentir pena por Gordon Sondland, embajador ante la Unión Europea a quien Trump despidió la semana pasada. En esencia, Sondland compró su puesto diplomático con donaciones importantes para la toma de posesión de Trump. Cambió su testimonio a la mitad del juicio político, con lo que se convirtió en un testigo menos que ejemplar. Más que nada, su historia sirve de advertencia para quienes están dispuestos a vender su alma por poder y prestigio. Es mucho más preocupante el ataque a servidores públicos no tan políticos, como el teniente coronel Alexander Vindman, un testigo clave en el juicio político. El viernes, lo destituyeron de su cargo en el Consejo de Seguridad Nacional. Todavía es más escalofriante que el presidente también haya despedido al hermano gemelo de Vindman, Yevgeny, quien fungía como abogado en el Consejo de Seguridad Nacional y que no fue testigo en el juicio político. Esos ajustes de cuentas injustificados nos recuerdan a la Cosa Nostra, en la que la consecuencia de hablar con los agentes federales es el ataque a familiares, en parte con el fin de enviar un mensaje a otras posibles ratas. Trump está haciendo muy patente cuál es el alto costo de cuestionar su cuestionable comportamiento o de cooperar con el Congreso. También esta semana, los fiscales federales vuelven a estar en la mira del presidente. El lunes, los fiscales recomendaron condenar a entre siete y nueve años de prisión a Roger Stone, quien fue encubridor político de Trump durante mucho tiempo y fue hallado culpable en noviembre de cargos derivados de la investigación de Robert Mueller sobre la influencia rusa. Esto no le sentó bien al presidente, quien en las primeras horas del martes ya estaba mandando tuits para hacer saber su descontento. “¡Lamentable!”, estalló brevemente poco antes de la 1 a. m. Ni siquiera una hora después, agregó: “Es una situación espantosa e injusta. ¡Los verdaderos delitos estuvieron del otro lado, mientras que nada les sucede a ellos. ¡No se puede permitir este error de la justicia!”. Para el martes en la tarde, el Departamento de Justicia había anunciado de manera sumisa que revisaría la recomendación de sentencia “en extremo desproporcionada”. Los cuatro fiscales que estaban manejando el caso se retiraron de inmediato. Lejos de negar la Operación Venganza, la Casa Blanca la ha estado justificando. El jueves pasado, antes de la conferencia del presidente tras ser absuelto, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Stephanie Grisham, aseguró a la audiencia de Fox News que el presidente iba a hablar de “lo terriblemente mal que lo habían tratado y, bueno, de que tal vez algunas personas deban pagar por ello”. Ahora, Trump está empeñándose mucho para hacer que eso suceda. ¿Y quién lo va a detener? Por: Michelle Cottle
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