Amar en pareja, una visión personal

Sáb, 21/07/2012 - 01:01
"A veces te quiero, otras no te quiero para nada, siempre te amo". Fue la frase que le dije a mi esposa hace años. Y la sigo repitiendo. La digo cada vez que discutimos. La repito cuando estoy bravo
"A veces te quiero, otras no te quiero para nada, siempre te amo". Fue la frase que le dije a mi esposa hace años. Y la sigo repitiendo. La digo cada vez que discutimos. La repito cuando estoy bravo con ella. Sale a flote cuando nos reconciliamos. Filosofía, sencilla o profunda, no lo sé. Esta es mi apreciación sobre el amor y el querer en las relaciones de pareja. Extensivo a toda relación humana. El amor es único, irrepetible, inmensurable. No puede ser o más grande o más pequeño según las circunstancias o nuestra percepción. El amor por esencia no cambia, es inmutable. Una vez lo percibes, permanece por la eternidad. Una vez lo sientes con tu pareja, el amor no deja de existir. Vivas con alguien unos pocos días o 60 años y más, el amor permanece fiel uniendo, acercando, sanando. El amor no depende de la personalidad, es una cualidad espiritual. Lo que si depende de la personalidad es el querer. El yo te quiero es como el agua. Fluye, se estanca, sube al cielo para luego precipitarse cual lluvia o granizo. Se esconde en las profundidades de la tierra, toma sus matices. El querer añora, invade, permea. El querer se engrandece o empequeñece según las circunstancias que lo rodean. Depende cien por ciento de la personalidad. Sí, nuestra forma de ser, los deseos, los temores, los sueños, lo modulan. Las emociones juegan con él. Por eso quiero a mi esposa cuando ella cumple mis expectativas, cuando se alía a mis necesidades, cuando las suple. Y dejo de quererla cuando ella se me opone, cuando me cuestiona y me siento herido, cuando me alega y me regaña. La quiero cuando despierta en mí mociones positivas. La dejo de querer cuando saca a flote mis emociones negativas, cuando lo que hace me pone furioso, triste, deprimido. No por que ella lo quiera, sino porque así la vida me fortalece, con lo bueno y lo malo. Quiero, al juzgar amable, dejo de querer ante la crítica. La quiero, a mi esposa, cuando me dice que nos vamos para la finca el viernes, sabiendo yo que a ella le gusta salir el sábado. No la quiero cuando me regaña por dejar los zapatos tirados. La quiero cuando me da espacios para mi soledad, no la quiero cuando se impone en los arreglos del hogar. La quiero cuando me deja elegir mi ropa sin cuestionarme, no la quiero cuando me compra ropa que sabe no me gusta. El querer tiene mucho que ver con que tanto quiero algo, con que tanto sentimiento pongo en ello. Tiene que ver con el bienestar o malestar que siento ante un hecho, tenga o no la razón. El amor, sobrevive a todo esto, está por encima. Aun si nos separamos, el amor prevalece. Lo que llamamos desamor, es dejar de querer. Dejar de querer es permitir a nuestros miedos tomar el rumbo de la vida y vivir sujeto a ellos. Querer es permitir a la alegría hacerse cargo. Dejar que la paz se establezca. Así es el amor y el querer. El uno majestuoso, el otro también. Pero el primero no depende de nosotros, el segundo es nuestra responsabilidad, es para cultivarlo, para hacerlo crecer y mejorar.
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