De la sangría a la guerra contra las drogas

Sáb, 01/11/2014 - 12:49
Por: Daniel Quintero Calle
Twitter: @QuinteroCalle

Por: Daniel Quintero Calle Twitter: @QuinteroCalle DanielQuintero1 Hasta mediados del siglo XIX estuvo vigente en el mundo una práctica médica que prometía aliviar enfermedades y prevenir las futuras. La sangría, que consistía en retirar la sangre sobrante de las personas, verdadera causa de toda enfermedad según Hipócrates 2500 años atrás, se realizaba con un instrumento parecido a un bisturí con el que se cortaban las venas de forma longitudinal. Aunque perjudicial y en el mejor de los casos innecesaria, la sangría llegó a ser tan popular que para el siglo XVII se tuvo que permitir a los barberos realizarla para cubrir la demanda. Lo curioso de esta historia es que durante siglos los científicos no sólo no cuestionaron la validez de la sangría como técnica curativa, sino que, en su lugar, dedicaron todos sus esfuerzos en mejorar la técnica. La guerra contra las drogas basada en la prohibición y la criminalización de  consumidores y traficantes se ha convertido por ineficaz, contraproducente y en especial, por la terquedad de los dirigentes a evaluar la estrategia, en la sangría de los tiempos modernos. Es un ciclo interminable que algunos quisieran ignorar: cada año en medio de la desigualdad y la falta de oportunidades, miles de jóvenes son arrastrados al negocio de las drogas jalonados por una rentabilidad artificial justificada por la prohibición y la persecución. No importa cuántas veces un cabecilla sea eliminado, ante la imposibilidad de los gobiernos de dirimir conflictos mercantiles entre actores ilegales, nuevos cabecillas asumen este rol. Entonces otro cabecilla es derribado y el ciclo comienza de nuevo. Los adictos, víctimas despreciadas por la sociedad, convertidos en una especie de horda de leprosos sin alternativas, figuran en listas de cárceles y de grupos de exterminio social, en lugar de recibir apoyo en hospitales y centros de recuperación. Así como no todos los que consumen alcohol son alcohólicos, no todos los que consumen drogas son adictos. Sin embargo, son estos últimos, los adictos, quienes sufren el mayor castigo de una estrategia que nunca los ha comprendido ni tenido en cuenta. Afortunadamente, así como la sangría cayó en desuso, hoy también pierden terreno quienes en su insensatez y traba ideológica argumentan que el problema no es la guerra contra las drogas, sino la escasez de ejércitos, cárceles, y recursos para profundizar la guerra. En este sentido hay que felicitar al ministro de salud Alejandro Gaviria y al senador liberal Juan Manuel Galán que han enfrentado un debate serio y valiente en el púlpito de la principal catedral colombiana: El Congreso de la República. Con evidencias científicas perfectamente sustentadas por la comunidad internacional, han demostrado que en casi todo sentido, la marihuana es menos perjudicial que el alcohol, excepto por el hecho de ser ilegal. Colombia es el país que más víctimas y recursos ha desperdiciado en este fallido experimento. El narcotráfico ha financiado todo tipo de conflictos armados y nos ha arrastrado a terribles episodios de dolor. Es por tanto, Colombia, el país con la mayor autoridad para liderar el debate por un cambio de modelo que se centre en la prevención, la educación, la investigación, el control y la asistencia. Iniciemos nosotros los cambios legislativos que le entreguen el control del cultivo y distribución al estado y acabemos una guerra que no sólo ha sido infructuosa sino además innecesaria.
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