El secuestro es un crimen despreciable, infame y cobarde. La peor de todas las modalidades de ese execrable delito es el secuestro de un menor. ¿Qué clase de miserable es capaz de cometer semejante atrocidad? Arrancar del seno de su hogar a una inocente criatura que apenas comienza la vida es una monstruosidad que solo puede ser ideada por una persona de mente enferma y alma putrefacta.
No hay un solo argumento que permita siquiera darle un halo de presentación a tan perverso proceder. Las causas políticas, subversivas o económicas no pueden ser, bajo ninguna circunstancia, excusas para justificar lo injustificable: todos los secuestros, sin excepción alguna -independientemente de las motivaciones que tengan-, son actos criminales, altamente nocivos para el colectivo en general, que deben ser combatidos por el Estado con total determinación, y repudiados por la sociedad en pleno.
Hoy, Daniela Mora es la hija de cada uno de nosotros. Su libertad inmediata debe convertirse en un propósito de País. No podemos, sin embargo, olvidar a tantos otros niños que padecen igual o peor tragedia. En las filas de la guerrilla y demás grupos criminales, están enlistados, contra su voluntad, cientos de menores que, en vez de cargar un fusil, deberían estar en la escuela y junto a sus seres queridos, recibiendo amor.
Urge una política de gobierno clara y eficiente, para combatir este flagelo. Un grupo especial de la fuerza pública para rescatar y encontrar a menores secuestrados puede ser un buen comienzo. Campañas de prevención y una efectiva judicialización de los secuestradores, ayudarían mucho también.
El tema más importante de la mesa de negociación de La Habana deberían ser los menores de edad que, a la fuerza y con intimidaciones, hacen parte de esa guerrilla; pero no es así: tanto el Gobierno como la subversión se van por las ramas, para evadir y darle largas al asunto. Parte de la reparación que están obligadas a hacer las Farc, quizá la más importante, es esa precisamente entregar a los menores que engrosan sus filas, lo que los haría merecedores de mecanismos de justicia transicional. Que se vayan al Congreso, si quieren, pero luego de entregar a los menores.
No entiendo cómo este país y su dirigencia pueden tener prioridades que soslayan los derechos de los niños. ¿Qué futuro nos espera, si no apreciamos lo que realmente importa?, ¿por qué tanta desidia cuando de defender a nuestros niños se trata? El espíritu de la colombianidad está tan contaminado y corroído que el horror al que son sometidos tantos inocentes parece no afectar a nadie. Es hora de probar que no somos una sociedad caníbal y retorcida. El dolor de cada uno de esos menores y sus familias debe ser nuestro propio dolor, y debe transformarse en indignación y rechazo.
¡Devuélvanlos ya!
La ñapa I: Se fue el patriarca costeño Crispín Villazón de Armas, un rebelde con causa, humanista consagrado, orador insigne, caficultor romántico y defensor de los más débiles. A su familia, todo mi afecto y solidaridad. ¡Descansa en paz, viejo “Crespo”!
La ñapa II: Porque las cosas buenas hay que resaltarlas, justo es reconocer la excelente gestión que, como gobernador de Bolívar, ha realizado Juan Carlos Gossaín. Ese departamento salió de la edad media, rumbo al futuro: escuelas, vías, acueductos y centros deportivos, hacen parte del cambio.
La ñapa III: Inconcebible que el gobierno departamental del Atlántico y la administración municipal de Puerto Colombia dejen que el mar se trague el emblemático muelle del mismo nombre. ¡Qué horror!
La ñapa IV: Recomiendo a ojos cerrados el último libro del escritor cordobés José Luís Garcés: Fuga de Caballos. Maravilloso, como toda la obra de este prolífico maestro de la literatura.
¡Devuélvanlos ya!
Lun, 08/06/2015 - 04:10
El secuestro es un crimen despreciable, infame y cobarde. La peor de todas las modalidades de ese execrable delito es el secuestro de un menor. ¿Qué clase de miserable es capaz de cometer semejante