Dictadura argentina: tema de nunca terminar

Sáb, 11/08/2012 - 01:03
Reseña crítica del libro “Una misma noche” de Leopoldo Brizuela
“Una nueva amargura, despojada ya de toda épi

Reseña crítica del libro “Una misma noche” de Leopoldo Brizuela

“Una nueva amargura, despojada ya de toda épica y de toda esperanza, me da a entender que todo lo que “no sabemos” es infinitamente peor que lo que podemos imaginar, y que es mejor ahorrar fuerzas para cuando podamos enterarnos” L.B.

Cuando la lectura de las novelas ganadoras se convierte en manía, sabe uno que se arriesga a poner en manos de un jurado, que se dice calificado, el gusto de lo que se lee. Cómo iba yo, entonces esta vez, a cambiar mis hábitos y postergar la lectura del Premio Alfaguara 2012 que en no pocas veces me ha producido gran placer de lectura.  Caí, leí y caí. Una reflexión que de vieja data me he venido haciendo, y que ya se me ha vuelto  repetitiva –para cruz de mis amigos– en mi repertorio de conversación, es que cada país arrastra, y replica en sus escritos literarios, sus propios demonios y en ellos reincide ad nauseum con el ánimo de conjurarlos. Sólo a título de ejemplo, veamos el caso latinoamericano, sin querer afirmar que en otras latitudes no suceda lo mismo: Chile con sus infinitas novelas sobre la nefasta era Pinochet; Colombia con el cierto, pero gastadísimo tema del narcotráfico y la guerrilla; y Argentina con el tan reiterativo tema de la dictadura. Qué sí, qué sí, lo sé, son temas importantes, pero no deja de ser enojoso que nos quedemos en ese bucle que gira infinitamente sin vislumbre de salida, y sí con la sensación de condena de no poder pasar a nuevos horizontes. Hasta que en la memoria colectiva no se resuelva, dirán, no sin razón, algunos. Es el caso de la nueva novela de Leopoldo Brizuela, recién salida del horno y premiada por Alfaguara este año. Temática: la dictadura argentina de finales de los años setenta. La acción transcurre en el año 1976 en lo más fino de la dictadura Videla, con todos sus horrores: desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, asesinatos, torturas, militarismo rampante y abusivo. Aquí como novedad Brizuela involucra también el antisemitismo reinante en una buena franja del régimen opresor y de la población argentina de ese entonces.  Acciones escabrosas en contra de la descendencia judía que revistió encarnizamiento de los militares en el poder, con apenas menos crueldad y desparpajo con que trataron al comunismo y a la guerrilla. Toma el escritor como eje conductor un suceso ficticio del que da fe y protagonismo Leonardo Bazán escritor de cuarenta años, en penuria de tema de escritura. Le llueve del cielo un argumento para su libro: el asalto a la casa de su vecino, y que por el método utilizado le recuerda que en esa misma casa treinta años antes ocurrió un hecho muy similar. De manera que el protagonista se libra a sus recuerdos de infancia, que alterna con el presente, año 2010, y escribe notas para el libro que piensa escribir. Leonardo adolescente  descubre cómo su padre, en aquella lejana noche del 76, se develó  cómplice de los militares que arremetían contra la casa vecina y secuestraban a una de sus inquilinas; ve los atropellos a que esta familia es sometida, mientras  él se limita a tocar el piano para acallar ese triste suceso del que es testigo de primera mano. El recuerdo culpable lo marcará por siempre. En definitivas, el libro presentado es un conjunto de notas que mezcla personajes reales y de ficción, con miras a elaborar una  futura novela; en eso consiste esencialmente el libro y es, a mi parecer, su problema. Como consecuencia la escritura es poco refinada; confusa; de elegancia estilística discutible; de frases a veces mal construidas; de conjugaciones dudosas; de diálogos simples. Lo que hace de la novela un largo escrito de difícil comprensión, enrevesado, una trama deshilvanada, innecesariamente reiterativa sobre el mismo hecho. Como resultado: un libro aburrido. Casi nunca abandono la lectura de  un libro, por dos razones: primo, a través de las hojas sigo esperando que la narrativa se componga; segundo, tengo un pacto de disciplina que me obliga a llegar hasta el final, para fortalecer la voluntad aún en medio del bostezo y con la convicción de que sólo se puede hablar sobre lo que se ha leído a consciencia y no a medias. Por estas dos razones y fiel a mis principios fui hasta el final. Ojalá, haya pareceres diferentes que ilustren y equilibren mi  incomoda sensación. Interesante ver como el escritor trae a colación el caso de “Papel Prensa” en donde el Estado dictatorial argentino se quedó con los insumos de papel periódico para controlar así la información. Similar a lo que ocurre en la Argentina de hoy, en donde la presidente Cristina de Kirchner ataca a los medios papel (ie. El Clarín) para silenciar este reducto de oposición. ¿Acaso esta misma presidente, y muy recientemente, no intento frenar la importación de libros so pretexto de tener tintas contaminantes? Sí, contaminantes de ideología no favorable a su discutible régimen. Sé que no es corriente ni correcto (políticamente) contradecir a un honorable jurado, pero qué le vamos a hacer, es mi sentir: la escogencia del premio Alfaguara de este año no es el mejor acierto que haya tenido esta gran editorial. En esta ocasión no me extenderé más en esta reseña puesto que mi aviso no es favorable de lectura. Gastaremos más tinta (de la digital) en otra entrega. Termino con una bonita frase extraída del libro: “Que el dolor de uno, por solitario que pudo parecer, termina siempre por ayudar a otro, mucho tiempo después, en otro tiempo”. Notícula: ¿Deberé colegir que mis acercamientos con la actual literatura argentina no han sido afortunados, o que su nuevo estilo no es de mi agrado? En todo caso, la última novela del argentino Ricardo Piglia, ganadora del Premio venezolano de literatura Rómulo Gallegos 2011, también me produjo desazón y tedio.
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