El cuarto de siglo de Galán: el cuarto de hora de Gaviria

Sáb, 23/08/2014 - 09:31
El maniqueismo, el reuduccionismo, el cortoplacismo y el efectismo logran casi siempre que la historia se cuente mal, que se tergiverse o que se acomode en beneficio particular. Muchas películas sobr
El maniqueismo, el reuduccionismo, el cortoplacismo y el efectismo logran casi siempre que la historia se cuente mal, que se tergiverse o que se acomode en beneficio particular. Muchas películas sobre el nazismo han contrapunteado durante medio siglo sobre las razones de las alianzas ente Hitler y Stalín, ente Stalin y Churchil, Churchil y De Gaulle, Hitler y Mussolini, en fin. Y como dicen las señoras cada quien cuenta el cuento según como le haya ido en la fiesta. Eso es lo que en lenguaje mamerto pero pretendidamente antimamerto se llamó el revisionismo, que no era otra cosa que contar la historia de Lenin y de la revolución bolchevique desde la perspectiva estalinista, contra la visión troskista o Jruchovista, que era acusada de tener una interpretación menchevique. En el país del Sagrado Corazón, con el general Rafael Uribe Uribe o con Jorge Eliecer Gaitán sucedió lo mismo. Unos cuentan que los mataron los propios liberales pero ambos crímenes quedaron sin autor intelectual. Otros vieron otra cosa, hasta el punto que los mamertos, o comunistas, llegaron a considerar fascista a Gaitán, por haber estudiado en la Italia de Mussolini. Para algunos su crimen fue una conspiración internacional en la que participó Fidel Castro. Y para algotros, como la loquita de la Calle de los Esmeralderos que se ufanaba de haber sido empleada doméstica de la casa de Plinio Mendoza Neira, quien le entregó la pistola a Roa Sierra fue ni más ni menos que su patrón, que lo llevaba de brazo a la hora de los disparos ese 9 de abril. Cada crímen deja su loca Margarita y su propia versión popular. Con el general Gustavo Rojas Pinilla pasó lo mismo. Y  con el cura guerrillero Camilo Torres Restrepo sucedió otro tanto. El M19 cuenta que nació cuando los filomamertos de Anapo Socialista, sintieron que les robaron las elecciones y quedó presidente Misael Pastrana Borrero. Para ellos hubo un Rojas Pinilla progresista y con veleidades sociales y justifican su disidencia armada ante el descarado fraude electoral protagonizado por el presidente Carlos Lleras Restrepo, promotor de Luis Carlos Galán, quien era su puntal artillero contra la manguala turbolopista que se había empotrado en el Partido Liberal, según cuentan los lleristas. De Camilo cuentan los exguerrilleros del ELN que el propio Fabio Vazquez Rendón se ingenió su muerte temprana con el cuento de que se debía ganar su fúsil en combate. Cuentan los profesores de Fecode que Luis Carlos Galán, Ministro de Educación precisamente de Misael Pastrana cuando apenas tenía 27 años y era un periodista de El Tiempo, liberal y llerista, fue quien impuso medidas regresivas como el Estatuto Docente para convertir a los maestros en empleados públicos, y no oficiales, con el fin de reducir garantías sindicales e ilegalizar los paros, además de esquirolizar las organizaciones gremiales. Para el Magisterio, Galán está lejos de ser un mártir de la democracia y más bien lo recuerdan como uno de los ministros con menor criterio social y con mayor desconocimiento del tema educativo. Cuentan los oficialistas que Luis Carlos Galán era un luchador por la renovación liberal pero que estaba lejos de ser un socialdemócrata o un ciudadano preocupado por los pobres, que era en teoría el distintivo del liberalismo. Incluso esa era la crítica que le hacía su compañero fundador del Nuevo Liberalismo, el exministro Rodrigo Lara Bonilla, quien tenía ideas más de avanzada que Galán. Los líderes campesinos de la ANUC cuentan que las posiciones del caudillo liberal frente a la reforma agraria eran postulados retardatarios del llerismo y que Galán no era justamente un demócrata en esa materia. Y cuentan los demócratas que cuando el Galán era estudiante y toda su generación buscaba románticamente un mundo mejor o se enrolaba en las filas revolucionarias, él se destacaba como defensor del estableciemiento burgués. Pues bien, cada quien cuenta la historia desde su reducido concepto de la vida, desde su estrecha consmovisión o desde sus cortos intereses. Por eso hoy no todos ven lo que algunos medios tratan de mostrar, un Galán de la talla espiritual de un Ghandi o de la estirpe social de un Che Guevara. Otros relatos reconocen a Luis carlos Galán Sarmiento como un renovador liberal porque el liberalismo se había godificado. Pero los trastoques de valores hacían que Galán, con una visión liberal llerista, que en ciertas cosas era goda, se tuviera que enfrentar al lopismo, que era la corriente progresista, pero que su alianza con el turbayismo le abrió la compuerta al narcotráfico en la política y la ventanilla siniestra a los dineros calientes en la economía. Por tal razón no se puede ignorar que Galán fue un símbolo de la lucha contra la corrupción, pero desde una perspectiva liberal burguesa; que la transformación social para él llegaba hasta la idea de derrotar las costumbres políticas tramposas que se enseñoreaban en los partidos tradicionales pero no estaba dirigida a lograr la reivindicación de los pobres o reformar el estado hacia una visión social y democrática. Claro que hay que reconocer que la lucha por la ética de lo público y por la moralidad administrativa que representaba Galán era una verdadera tarea revolucionaria en la medida en que se enfrentaba a las élites corruptas que retrasaban el progreso social y las reformas estructurales del Estado. Pero de ahí a que comulgara con las ideas socialistas de Bernardo Jaramillo Ossa o de Carlos Pizarro, había trecho. Y como del dicho al hecho hay camino, también hay quienes critican la inconsecuencia política de Galán, ya que si bien se atravesó para impedir que ganara Alfonso López Michelesen por segunda vez la presidencia y facilitó el triunfo de Belisario Betancur, con una carreta renovadora y anticlientelista, para el momento de su asesinato ya se había entregado a ese Partido Liberal que tanto había criticado. Ya su bandera de “ni un paso atrás” había dado paso a la de un paso al lado para ganarse el favor de los clientelistas liberales. El partido de Julio Cesar Turbay y de la manzanilla, de los liberales que recibían abultados cheques de Pablo Escobar y los Ochoa, de caciques costeños que mezclaban la compra de votos con platicas de los marimberos, de cargos como los de la Contraloría diseñados para ejercer rampantemente la politiquería, era el mismo partido que iba a elegir presidente a Galán en 1990. Tal vez bastaría preguntarse ¿qué pasó con el Nuevo Liberalismo? O ¿dónde están sus más renombrados líderes? O ¿cómo continuaron la lucha galanista y qué profundas reformas han logrado? Y habría quien diga que ese fue el germen de la Constitución del 91. Pero habrá quien le responda que esa reforma constitucional fue más formal que estructural y que quien verdaderamente la impulsó fue Pablo Escobar, que necesitaba meter un articulito, antiextradición. Y que corrieron chorros de dinero para que se lograra una reforma que poco y nada logró lo que se cuenta. Quizás consiguió lo que dice algún Maquiavelo, algo como “cambiar para que todo siga igual”. Por eso la han peluqueado tan fácil y le han quitado casi una veintena de artículos para que vuelvan las cosas a ser lo mismo que antes. Algo sí cambió. Surgió una nueva casta política montada en el kinder del presidente César Gaviria, quien heredó el triunfo truncado de Galán. Eso se puede contar como nuevo o diferente a lo que dejó Galán. Pero con las mismas. O sea clientelismo, politiquería, marrullería, negociados con la contratación y corrupción electoral. Lo mismo que antes. Por eso Galán vive, pero en los tatuajes, porque ni sus hijos han logrado rescatar ese legado galanista que devino tristemente en gavirismo. ¿O será en el vargasllerismo?
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