El embarazo como batalla

Mié, 09/11/2011 - 00:01
En estos días somos 7.000 millones de hombres y mujeres en el mundo.  Desde que la humanidad apareció en este planeta hemos nacido, mal contados, unos 80.000 millones.  Los demógrafos de la ONU c
En estos días somos 7.000 millones de hombres y mujeres en el mundo.  Desde que la humanidad apareció en este planeta hemos nacido, mal contados, unos 80.000 millones.  Los demógrafos de la ONU calculan que la población humana se estabilizará dentro de cien años alrededor de 10.000 millones.  Quizás somos demasiados pero los antropólogos afirman que en un momento de la prehistoria casi desaparecimos como especie reduciéndonos a unos pocos centenares en Sudáfrica hace unos 150.000 años (“Cuando el mar salvó a la humanidad”, Scientific American, julio de 2010).  Todavía hoy un desastre global podría acabar con nosotros. Lo que sí podemos decir es que para todos y cada uno de los humanos ha sido complejo y azaroso nacer.  En el pensamiento budista se argumenta la oposición al aborto recordando la parábola del Hueco en el Chiggala Sutta: es más difícil nacer hombre que una tortuga ciega sumergida en el mar encuentre una tabla con un pequeño agujero por donde meta la cabeza para respirar y flotando sobreviva.  No se puede despreciar, dice el budismo, tan improbable acontecimiento. Debemos recordar además que todo embarazo conlleva una batalla biológica.  En nuestras sociedades esta batalla también es económica, política y ética. Ha sido siempre difícil nacer y hoy parece que lo es más.  Pero hablemos en esta ocasión de la batalla biológica que subyace a la reproducción biológica humana. Cuando  yo inicié mi postgrado en patología me interesaron los hijos de madres diabéticas, recién nacidos grandes que llamamos macrosómicos y sufren problemas neonatales.  Aprendí que durante el embarazo el niño entra en competencia con la madre por la glucosa como alimento y si la mujer embarazada no tiene un buen nivel de insulina que defienda sus reservas, cosa que ocurre en la diabetes, el niño en el útero gana la batalla por la glucosa, sube mucho de peso y se pone en riesgo metabólico al nacer por no estar conectado ya a su madre que lo proveía de todo. El recién nacido sufre entonces paradójicamente de hipoglicemia tras haber competido con su madre por la glucosa. Por eso es tan importante el control prenatal y explorar una posible diabetes gestacional materna. Pero antes que esto ocurra la placenta del niño ha crecido en la matriz de su madre. Hay un individuo distinto, feto y placenta, en la mujer embarazada (medio parecido a su padre literalmente pues tiene la mitad de sus cromosomas) siendo necesario buscar una tolerancia inmunológica que le permita desarrollarse sin ser rechazado.  La cosa no es nada fácil.  Podemos pensar que por nueve meses fuimos como un trasplante vivo, diferente y creciente en nuestras madres. El tejido placentario realiza varias maniobras tácticas en todos los embarazos que ayudan al niño sin perjudicar su madre. Un grupo de células de la placenta destruye la pared de vasos uterinos en la madre para que lleguen nutrientes y oxígeno al niño. El sistema inmunológico materno se defiende de esta invasión.  Pero la placenta produce una proteína (Reprod Sci. 2011 Oct 11)  llamada PP13 que causa necrosis e inflamación focal y lateral al sitio de penetración confundiendo y distrayendo al aparato inmune materno.  Afirma uno de los investigadores de ese estudio: “es como si se lanzara una granada en una tienda para robar el banco unas manzanas más allá” (Slate, 2011 Oct 21).  El niño, el “general , y la placenta, su “ejército”, son hábiles luchadores en la batalla del embarazo.  Ésta es sólo una de las tantas maniobras tácticas que realizan. ¿Pero qué ocurre cuando se rompe el óptimo equilibrio, la “entente cordiale”, entre madre y producto de la gestación? Muchos desastres que ponen en peligro a ambos: pérdida del embarazo, retardo en el crecimiento intrauterino, eclampsia en la madre y muchas otras complicaciones.  Por ejemplo, a veces el tejido placentario no erosiona suficientemente los vasos uterinos lo que lleva a pobre circulación para el niño. Y se especula que a veces ocurre lo contrario, destrucción exagerada de la pared vascular materna con otras complicaciones. Podemos discutir la propiedad de las metáforas militares para un proceso tan natural como la reproducción humana. Pero la situación es compleja, riesgosa y debemos recomendar a todas las mujeres en embarazo un estricto control prenatal.  Cuando éramos médicos rurales decíamos que de cien embarazos noventa y cinco no tenían complicaciones serias pero cuando uno se complicaba se complicaba de verdad. En la medicina actual desgraciadamente todavía mueren neonatos pues no podemos evitar malformaciones y otros problemas, pero la mortalidad materna es inaceptable en nuestros días. Es bien difícil y azarosa la fertilidad humana para menospreciarla. Recordemos la parábola budista de la tortuga ciega en el mar.  O la admirable, delicada, buena batalla de niño, placenta y madre durante el embarazo.
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