Reseña crítica del libro “ Entre cielo y tierra ” de Jón Kalman Stefánsson
“Caminan con agilidad, piernas jóvenes, fuego ardiente, pero compiten también con la oscuridad, lo que tal vez sea adecuado, pues la vida del hombre es una constante competición con la oscuridad del mundo, las traiciones, la crueldad, el desinterés, una competición que muchas veces parece desesperada pero que libramos mientras dura la esperanza” J.K.S.
Agradablemente sorpresiva esta novela para quienes no estamos familiarizados con la literatura islandesa; una narración que como bien lo afirma su escritor, Jón Kalman Stefánsson, “procura hacer remover algo dentro del lector, hacerle pensar en su vida, hacerle dudar… y mientras tanto irle contando una historia”. Cumple a cabalidad con este objetivo porque la novela, aunque situada a inicios del siglo XX en una pequeña aldea pesquera de los fiordos del oeste de Islandia, se nos presenta y antoja como una imagen metafórica de las necesidades básicas del ser humano, por las que en permanencia éste lucha, a pesar de la sofisticación contemporánea: la supervivencia, la seguridad, el miedo, las necesidades afectivas, las pulsiones sexuales,… “Nuestra existencia es un caminar sin pausa hacia la salvación, hacia lo que pueda consolarnos, hacia lo que nos proporcione felicidad, nos proteja de todo mal”, nos avisa el escritor. Se trata de una historia sencilla de pescadores y marinos, de trama parca, pero conmovedora: esas sencilleces narradas nos identifican y calan proyectivamente en nuestro imaginario. Un muchacho –su nombre nunca es mencionado– y su mejor amigo, Bárður, trabajan para una cuadrilla de pesca de bacalao en rudimentarias embarcaciones de seis remeros; en una de estas naves se adentran en esas aguas polares en donde el mar es brioso, gélido y peligroso. En efecto, la tormenta de nieve se declara y sorprende a Bárður sin su chaquetón protector, lo que le produce una hipotermia que acaba con su vida delante de sus desesperados compañeros que luchan por su pescado y sus propias vidas. Este es el facto, pero el libro va más allá y se consagra en gran parte a presentar las reacciones de dolor y desconcierto del muchacho, develando su sensibilidad muy próxima del amor, intensamente fraternal. Uno de los aspectos más interesantes es que Bárður se congeló en el mar por culpa de los versos de "El paraíso perdido" el poema épico de John Milton (1608, Inglaterra), que leía con pasión y del que aprendía a recitar sus versos; su concentración enfocada en la memorización le hizo olvidar la el chaquetón salvador. ¿Acaso con este guiño crudo, no nos está mostrando el escritor el peligro que constituye, en general, la lectura? El hacernos libres, el sacarnos del marasmo prosaico para mirar ideales más nobles tienen su precio que algunos pagan con ostracismos, incomprensiones y hasta con sus vidas. La descripción se pasea por entre la rudeza de la geografía; la gelidez del paisaje nevado y sin más color que el blanco resplandeciente y enceguecedor; la peligrosidad de los agrestes fiordos; el cerril mar escandinavo, voraz asesino que traga pescadores y marineros; la rudimentaria aldea que les da cobijo; la precariedad material; la rusticidad de los modales de sus gentes; lo tosquedad de expresión de los sentimientos. Y en medio de ese contexto hostil y lúgubre evolucionan Bárður y el muchacho, en ese escenario renuente a cualquier manifestación intelectual, estos dos amigos experimentan, a contrario, una atracción por la literatura y visitan Lugar, la aldea principal, para procurarse libros; encandilados conocen a un viejo capitán ciego que posee cuatrocientos libros. Cifra insólita en sus mentes. Y es que aquí recapacitamos y a ello nos induce ingeniosamente el escritor: en materia de sentimientos, por poco refinados que se presenten en su apariencia y en su poca elaborada expresión, no son por tanto menos intensos ni válidos. Las pasiones amorosas, poco formuladas y más bien disimuladas, están allí presentes, mortificando a quien las siente o las padece. Es que aquí lo fundamental es la lucha por la supervivencia, no hay tiempo para sutilezas, pensamientos elaborados, reconcomios pulidos. En este ámbito evoluciona el protagonista, el muchacho, 20 años, con toda su inocencia, su iniciación a la vida, su descubrimiento del dolor, de la muerte –la de su madre, su hermana y de su amigo–, el descubrimiento de la atracción sexual. Duro encuentro con la realidad cuando se posee candor juvenil y aldeano, y pulsiones más nobles. El estilo del escritor es el poético, el lírico, el de la frase precisa y afinada que expresa en larguísimos párrafos, es como si el escritor temiera con un punto y aparte distraer una idea, una situación narrada y, entonces, “olvida” cambiar de párrafo. Así mismo, el escritor mezcla admirablemente el mundo de los vivos y de los muertos: éstos cohabitan y hasta dialogan en bellas imágenes que constituyen una continuidad mental entre la vida y la muerte y que no se contenta del mero recuerdo. “El infierno es no saber si estamos vivos o muertos”, nos dice Kalman. Lo que se conoce de la literatura escandinava de los últimos tiempos es el género negro, policíaco, boom que personifican Stieg Larsson, Henning Mankell y Camilla Läckberg , aquí, en esta novela se favorece más bien lo reflexivo, lo interior, lo menos comercial, y sin emplear las miles de páginas a que nos acostumbraron estos escritores nórdicos (más calidad y menos cantidad; uf, lo dije). Durante la lectura sufrí de mucho frío, el polar islandés, en el cuerpo y en el alma, que al finalizar se me transformó en calidez y sosiego poéticos. Mi recomendación, entonces, es una invitación a descubrir este estupendo escritor y con él la literatura islandesa, en esta su primera novela traducida al español. A manera de colofón algunas citaciones del autor islandés: - Quien no tiene sueños corre peligro. - Lo que es dulce todo el tiempo siempre nos entristece al final. - Somos lo que decimos pero también lo que callamos. - Las lágrimas brotan cuando las palabras son piedras inútiles. - Dos explicaciones, dos excusas, todo tiene al menos dos caras. - El que muere se transforma al instante en pasado. - La felicidad no siempre tiene que ser un festejo alocado.