El segundo aliento de Santos

Jue, 02/08/2012 - 09:01
Nuestros gobernantes, con el Presidente Santos a la cabeza, tendrían mucho para aprender de lo que se vive en las competencias deportivas, que en estos días copan la atención mundial. En tiempos de
Nuestros gobernantes, con el Presidente Santos a la cabeza, tendrían mucho para aprender de lo que se vive en las competencias deportivas, que en estos días copan la atención mundial. En tiempos de Juegos Olímpicos por ejemplo, se escucha hablar con frecuencia del segundo aliento de los deportistas, para referirse al renuevo de energía que logran en medio del esfuerzo físico realizado y que les permite, al superar su umbral de fatiga (de “mamadez” en términos coloquiales) recuperar y, en ciertos casos inclusive, acrecentar el ritmo del esfuerzo, cruzar la meta y hasta ganar la prueba. Esta realidad podría aplicarse a toda actividad que para obtener un resultado, para alcanzar una meta, exige un gran esfuerzo continuado y programado. Un concepto aplicable a la actividad pública, pues la tarea de gobernar es altamente exigente, demandante de energía y atención; no se realiza en minutos sino en un periodo de tiempo dado, a semejanza del que enfrenta el maratonista o el ciclista de ruta. El gobernante en eso se equipara con el maratonista; es un corredor de fondo. A todo gobierno le llega el momento del desfallecimiento, cuando para lograr su segundo aliento, debe hacer ajustes, tomar decisiones de fondo, no de maquillaje. Es el caso de Santos quien debería centrarse en los dos años que le quedan, no tanto en el resultado de las próximas elecciones sino en cómo será juzgada su gestión por los que vienen. Es una crisis de la mitad del periodo, cuando ya no se trata de evaluar promesas sino resultados, cuando atrás ha quedado el encanto de la luna de miel y de los sueños y se recorre el áspero e ingrato camino de las realidades. Cuando se requiere valor y responsabilidad para asumir y decir las verdades, sin olvidar que el pueblo no es tonto y sabe distinguir y valorar entre la verdad y el caramelo, y que la acepta por dura que sea. Es cuando ya la oposición conoce y aprovecha políticamente las debilidades e inconsistencias del gobernante. Santos vive ya su desfallecimiento. Las encuestas y el twitter del expresidente Uribe simplemente se lo ponen de presente. Llegó para él, la hora de la verdad. Es en esos momentos cuando el gobernante muestra que tiene el temple y la garra del estadista. Para ello necesita dejar de lado las vanidades, que siempre son pequeñas y confunden, para concentrarse en lo fundamental. La condición es superar el círculo de los amigos para abrirse a los acuerdos con” los otros”, con las fuerzas sociales, sean gremios, sindicatos o la opinión, a través de los medios o en la plaza pública. Así lo hizo en momentos de gran dificultadpor ejemplo Carlos Lleras en su enfrentamiento con el FMI y sus exigencias respecto al manejo de la economía. O Guillermo León Valencia frente al ánimo golpista del general Ruiz Novoa. O Belisario Betancur a raíz de la caída del decreto de emergencia económica que debía darle libertad frente al Congreso, para sacar adelante su plan de gobierno; o cuando la crisis desatada por el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, ordenada por Pablo Escobar. Fue Barco frente al gigantesco desafío que para Colombia significó la guerra contra el narcotráfico. Hay más experiencias en nuestra historia de los últimos 50 años. Vale la pena destacar que los fallidos procesos de paz, tanto el de Betancur como el de Pastrana, especialmente este último, adolecieron precisamente de esa falta de convocatoria de las llamadas “fuerzas vivas” de la sociedad. Posiblemente sea esa una de las causas principales de su fracaso. El Presidente debería abandonar su pretensión releccionista y decirle al país que hoy su único compromiso, al cual se le va a dedicar “con alma, vida y sombrero” es hacer realidad una verdadera “unidad nacional”, dirigida al país por encima de los parlamentarios —que salvo excepciones están en su juego, ni siquiera en el de los partidos, que por lo demás no lo tienen—. Unidad nacional sustentada y justificada por un acuerdo nacional con empresarios y sindicalistas, campesinos y agricultores, comunidades negras e indígenas, mujeres y jóvenes y académicos; frente a ese acuerdo los congresistas deben tomar atenta nota de la tarea que les encomendara. Un acuerdo que mire al país y no a las elecciones, que recoja el hastío ciudadano con lo existente y que enfrente el creciente espíritu de “no futuro” que carcome a la sociedad y especialmente a unos que hacia adelante no avizoran sino confusión y un escalofriante “sálvese quien pueda”. Acuerdo sobre los puntos precisos y fundamentales que debe proponerle el Presidente al país en asuntos tan críticos como los de salud y seguridad social, empleo y capacitación, y al menos las bases para un verdadero desarrollo rural y una minería responsable y articulada con el desarrollo de las regiones, pues ambos constituyen las bases sólidas para un verdadero desarrollo de las regiones. Aún hay tiempo para dar el timonazo. Se equivoca el Presidente y su equipo si piensa que las actuales dificultades son un simple bajonazo coyuntural en las encuestas. Tienen la última oportunidad de refutar con decisiones, al implacable twitter expresidencial.
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