El triunfo de un demócrata

Mié, 20/06/2018 - 05:43
Por esfuerzos que hagan sus opositores, por más que se rasguen las vestiduras los petristas y por mucho que vociferen los santistas, ganó la democracia y en cabeza de un auténtico demócrata. Claro
Por esfuerzos que hagan sus opositores, por más que se rasguen las vestiduras los petristas y por mucho que vociferen los santistas, ganó la democracia y en cabeza de un auténtico demócrata. Claro que el nuevo presidente de Colombia, el joven Iván Duque Márquez nunca dejará de agradecerle al expresidente Alvaro Uribe Vélez, que de alguna manera lo apadrinó. Pero de ahí a la cantidad de epítetos que le endilgaron tratando de mostrarlo como un idiota útil, como un títere, o como un subalterno mandadero, sus detractores se van a encontrar con un trecho inmensamente largo. Duque ganó porque jugó limpio, porque aceptó las reglas del juego democrático y porque venció en todas por su talante y su carisma. Al principio fueron muy pocos los que vieron lo que había en este joven a quien los más benévolos no bajaban de “pollo” para referirse a su inexperiencia. Pero como la experiencia no se improvisa, poco a poco hasta los más recalcitrantes uribistas que lo descalificaban tuvieron que descubrir que Duque era experto justamente en lo que los demás contrincantes no, en democracia. Nunca apeló a nada distinto a ganarse el favor de las mayorías, tanto dentro como fuera de su partido. Nunca apeló a descalificar a nadie y siempre demostró que lo que había detrás de esa cara amable era un profundo respeto por las ideas y por el conocimiento. Pero sobre todo Duque siempre insistió en el poder de los argumentos. Qué fortuna no tener la experiencia que pretendieron reclamarle sus opositores. No tener experiencia en repartijas burocráticas, no tener experiencia en clientelismo, no tener experiencia en manipulaciones desde el poder, no tener experiencia en transacciones con los caciques regionales, no tener experiencia en el manoseo a las altas cortes ni en trapicheos con los carteles de la toga o con los carruseles de los organismos de control, resultó como dicen ahora los neocristianos, una bendición. La experiencia que Duque no tiene era justo la que no necesitaba para salir ganador en una contienda que reclamaba algo distinto a los mismos con las mismas. Duque sin experiencia en lo inútil jugó desde su experticia. Duque ganó porque se colocó en el centro y esa es parte de su experticia. Decidió no polarizar, no atacar a sus contrarios sino promocionar sus conocimientos y sus razonamientos. Y eso definitivamente le abrió paso ante un electorado escéptico, desconfiado hasta con su principal mentor, un electorado temeroso de caer en garras de un populismo como el venezolano, un electorado al que por más que sus enemigos políticos trataron de vendérselo como cercano a ciertas malas prácticas que le achacan al gobierno de Uribe, como falsos positivos o chuzadas, o afinidades con los paramilitares, no lograron convencerlo y, al contrario, consiguieron llamar la atención para que se descubrieran sus bondades. El nuevo presidente de los colombianos no cometió los errores de Sergio Fajardo, por ejemplo, que desde luego tenía todos los pergaminos para disputarle el centro, pero quien con ese algo de soberbia revestida de dignidad no supo hacer alianzas para sumar con el discurso de no querer contaminarse. Al contrario, la experticia democrática de Duque lo llevó a ejercer una política de alianzas en las que se podía quedar con lo bueno de su aliado y no con lo malo. Otro gallo habría cantado si Fajardo se hubiera sometido a una consulta con De la Calle, a pesar del liberalismo decadente o del gavirismo prepotente. Duque y su experticia económica, ajena a la politiquería, sabe sumar y dónde restar, sabe multiplicar y cómo no dividir. Tampoco cometió el otro gran error de Fajardo de haber llegado a compromisos como para tener que aceptar de fórmula vicepresidencial a Claudia López, quien tiene alguna fanaticada pero es más lo que quita que lo que pone. Si Duque hubiera calculado que la segunda votación en la consulta interpartidista iba a ser la del exprocurador Alejandro Ordóñez, jamás hubiera aceptado que el segundo fuera la fórmula vicepresidencial. El ex procurador también tiene fanaticada pero es más lo que resta. Su experticia en las teorías modernas de la inclusión, como la de género, lo llevaron a consolidar esa alianza ganadora con una mujer de quilates, de peso específico y de convicciones como Marta Lucía Ramírez. El electo presidente no cayó en la trampa de los enemigos de Uribe. No los adoptó como sus sparring, no dejó que su instinto reactivo o su vanidad lo hubieran llevado en caer en la tentación de comprarse enemigos ajenos. Su experticia en los nuevos modelos de liderazgo lo condujeron a aplicar las teorías de la gobernanza para saber que las fortalezas invisibles son más poderosas que las debilidades visibles, que las buenas prácticas hablan más duro que las malas palabras y que no tener afanes cortoplacistas da más réditos que asumir atajos contemporizadores o hacer concesiones pragmáticas. Duque aprendió de su padre que ser atacado no le da la razón al contrincante pero sí una oportunidad para exponer su visión. Y menos cayó en la trampa del populismo por el que se resbaló Gustavo Petro. Ser popular es para Duque una consigna que se gana con coherencia y con sensibilidad social, pero él sabe que a la gente no hay que regalarle el pez sino ayudarle a que aprenda a pescar. Su experticia en las nuevos conceptos administrativos lo han llevado a concluir que el populismo es un camino corto pero que al final lleva al despeñadero, que en esencia es una forma de estafar al electorado y que aunque se quisiera aplicar de buena fe, es insostenible. Por esta razón Duque es un convencido de que la democracia es un arte, es un estilo de vida y es un quehacer cotidiano. Y él sabe que ser demócrata es una práctica que se debe ejercitar día a día. Por esta razón se desgastan los que prendieron la linterna de Diógenes para buscar el facho que quieren encontrar en Duque. Pedir que se aplace una decisión controvertida y polarizante como la de la reglamentación de la JEP, es pedir prudencia y temperancia. Duque no cree en el facilísimo que indica que el mal paso darlo ligero, ni cree que hay que ignorar que lo que mal empieza mal acaba. Él como demócrata sabe que hay que construir la paz, que hay que reconstruir los acuerdos y que por lo tanto hay que repensar sus conclusiones. Máxime si acaba de ser elegido con un mandato que pretende reivindicar la voluntad de quienes manifestaron en un plebiscito sus desacuerdos con los acuerdos de La Habana.
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