Un día cualquiera, común y corriente estoy en el consultorio ya hacia el final de la jornada. Es el tiempo en que el ajetreo baja, cuando va instalándose el silencio y cuando la inspiración llega más translucida, es a esta hora cuando asigno las citas a las personas que vienen a conectar mente y cuerpo. Este día común y corriente estaba a punto de transformarse en especial sin que yo lo supiera, ni lo presintiese, ni tan siquiera lo hubiere deseado.
Se sienta frente a mí una amiga-paciente, vale la pena decir una paciente que se había convertido en amiga. Comenzamos a conversar sobre lo que le aquejaba, cuando en la mitad de la consulta la interrumpo y le digo, Patricia, usted no ha venido solo a pedir ayuda, también viene a ayudarme. Por favor, dígame el nombre que le debo poner a mi trabajo, que se está transformando. Quiero ir más allá del médico interior, siento que voy a encontrar nuevos caminos. Cuénteme, ¿Qué intuye? Y ella, casi de inmediato, sin saber nada hacia donde iba yo, hacia donde se dirigía mi presentimiento, me suelta la siguiente frase: “Encuentros con el alma”. La apunta en una hoja de papel que le alcanzo en ese momento, sonriente y convencido de su buena intuición, la dejo a un lado y como si nada, pero habiendo sucedido TODO, continuamos la consulta. Al finalizar le pregunto sobre lo que me escribió, sobre como lo supo, y ella me confiesa que no es capaz de recordar una sola de las palabras escritas.
Aquel momento que tuvimos fue un verdadero encuentro de almas. Fue la intuición más pura y diáfana. Fue un momento de ausencia de mente o de calma si lo prefieren. Primero mi intuición, sabiendo que llevaba tiempo buscando el nombre, pero que no sería yo quien lo pusiera directamente. Segunda intuición, la de ella, la de Patricia, al escribir la frase sin cuestionarse, sin tener conocimiento previo. Espontánea y natural. Así es la intuición, amor puro.
Creo firmemente que estos encuentros suceden con gran frecuencia, a diario, pero no todos los días caemos en cuenta de ellos.
Otro ejemplo. Viajaba en avión en un país de habla inglesa. Compañera de asiento una señora de edad, bastante nerviosa por cierto, a quien no conocía. Pocas palabras intercambiamos. Sin saber cómo, se fue tranquilizando al punto que cuando aterrizamos me expresó el agradecimiento por la compañía. Hoy en día creo que más que la compañía física, fue la resonancia de nuestras almas la que logro calmar su angustia. No fueron mis escasas palabras en inglés, no fue lo que dije, ni lo que hice, ya que ni hice ni dije nada conscientemente. Fue la simple y llana presencia de almas. Encuentros fortuitos. Encuentros que suceden solo una vez en la vida y que dejan su marca en las dos almas que se sintonizan.
Encontrar la sincronía de las almas, más allá de nuestra personalidad, es un verdadero ejercicio espiritual. Colmado de alegría, lleno de gratitud. Es imposible pensar en él. Es imposible traerlo con la mente o con el deseo. Sucede simplemente y lo único que hacemos es atentar atentos, observar y reconocerlo.
Hoy, antes de terminar este artículo, paso caminando por una acera ocupada por las cajas de cartón que recolecta un habitante de la calle. Me pide disculpas por el obstáculo. Me llama la atención la disculpa. Pero lo que me asombra, es el sentimiento de humildad y sencillez que impregna la disculpa. Otro encuentro de almas, ya qué ha marcado mi ser. Los encuentros de almas dejan huella indeleble, eterna. Es una dicha reconocerlos. Los recordaremos hasta el día de nuestra muerte.