Vuelvo a la presentación del Senador que discernía semanas atrás sobre las aprensiones de los congresistas colombianos cuando trabajan por estos días en la Ley de Ordenamiento Territorial. Según nos dijo, los recuerdos de las guerras civiles del siglo XIX los espantan. Y los comprendo. Los políticos colombianos siguen conectados a su tradición, es decir, a la memoria de las luchas fratricidas del partidismo. La nación por cuenta de los políticos padece esquizofrenia. Mientras las gentes del común viven el presente y se preocupan por el mañana, quienes las gobiernan no salen del tormento, la ceguera y la obsesión de sus pesadillas del pasado. Es el poder desconectado de la ciudadanía.
A los constituyentes del 91 nos dijeron las gentes que les resultaba imposible seguir viviendo alinderadas y constreñidas en las instituciones anacrónicas que regían sus vidas desde el lejano y ajeno siglo XIX y nos ordenaron modificar esa situación. Para describirlo de manera elemental les recuerdo que los constituyentes que hicieron la Carta de 1886 se transportaban a caballo por caminos de herradura para atravesar esta geografía inmensa que vista desde el lomo de la mula resulta infinita e inaprehensible. No había trenes ni automóviles ni se imaginaban los aviones. No existía el Canal de Panamá ni siquiera había puertos en nuestros litorales. Las comunicaciones se hacían mediante postas y estafetas, se escribía con pluma, tinta y carboncillo en pergaminos bajo la lumbre de la vela. Ese mundo reducido e incipiente que nutría las mentes de parroquia de los aldeanos de la época, descalzos agrestes y primitivos, fue el referente de quienes hicieron la Constitución de 1886 que rigió hasta un siglo después con sus remiendos hechos a trancos, como partos de mula, de cuando en vez cada que el hilo de la historia se exasperaba a punto de reventarse. Si algún visionario les hubiera hablado a los constituyentes de 1886 del teléfono a larga distancia o del celular o de la radiodifusión y la televisión o del computador o del internet, hubiera ido a parar al manicomio.
Imagínense lo diminuto que era ese mundo del siglo XIX, pero con todo y eso dictó desde la Constitución del 86 las normas de vida a los colombianos durante casi todo el siglo XX y las travesuras bélicas de las que fue escenario todavía asustan como fantasmas a legisladores colombianos. Ese mundo que no iba más allá de la punta de la nariz de cada individuo ni más allá de lo que se veía y se oía con los propios sentidos y de lo que se colegía de las lecturas que venían casi todas de ultramar y que transportaban a los pocos aldeanos que sabían leer a mundos que les eran ignotos, que debían parecerles imaginarios y que de contera les convertían las mentes en nudos de elucubraciones, fantasías, efervescencias y miedos.
A todas esas, bajo los imaginarios políticos y sociales y los mandatos jurídicos del siglo XIX,los colombianos llegamos hasta 1989 y 1990, años terribles de terrorismo que zarandearon a la ciudadanía hasta la aflicción y el desespero. El desconcierto llegó al límite y el pánico alcanzó el delirio con los asesinatos de Luis Carlos Galán, de Bernardo Jaramillo y de Carlos Pizarro, quienes encarnaban el relevo generacional y el salto y la esperanza de por fin practicar otra política inspirada en la tolerancia y la diversidad de las ideas.
La situación que se vivía era esta. El país estaba asfixiado y entrabado en el anacronismo, embutido como he dicho dentro de instituciones precarias que venían del pasado lejano y que por su obsolescencia no permitían que Colombia se moviera a sus anchas para conocerse y comprenderse a sí misma, protegerse y desplegar sus energías y sus potencialidades. La legalidad que regía las relaciones sociales era estrecha, miope, proclive a la arbitrariedad, al abuso, a la exclusión, dada a huchear la represión, la humillación, el desencuentro y la violencia social.
Entonces la ciudadanía se sacudió, reaccionó y resolvió por sí y ante sí convocar mediante la “Séptima Papeleta” la Asamblea Constituyente para que representantes elegidos por el pueblo hicieran otra Carta Política inspirada en concepciones modernas del pensamiento, de la historia y en realidades de la vida, de la cultura, de la política, de la economía, del mundo cosmopolita en el que se movía la sociedad desde hacía decenios. Aquello ocurrió hace 20 años y es lo que conmemoramos por estos meses.
Regreso de nuevo al relato de mi historia de días atrás cuando escuchaba al Senador hablar de los miedos de los congresistas, absortos y petrificados ante los recuerdos de las guerras civiles del siglo XIX que les impiden comprender y cumplir el mandato descentralizador que la ciudadanía ordenó colocar en el eje de la Constitución del 91.
Mientras le escuchaba pensaba para mis adentros que la Constitución del 91 ha permanecido desamparada durante estos 20 años en manos de políticos de viejo cuño incapaces de entender que a lo largo de estos tiempos la ciencia y la tecnología y la civilización y el comercio avanzan a velocidades de vértigo y nos desbordan.
Miren Ustedes. Hace algunos meses observé sobre el terreno el funcionamiento del Canal de Panamá y dirigentes empresariales del istmo me explicaron este detalle que les quiero compartir. Dentro de dos años es decir en el 2014, cruzarán por el Canal buques con 14 mil contenedores. Para transportar la carga de uno solo de estos buques en el sistema colombiano, se necesitan tractomulas que alineadas una detrás de la otra formarían una línea que se extendería a lo largo de 140 kilómetros de carretera. Bueno… y como si fuera poco si es de trochas y no de carreteras de lo que estamos hablando, aquello que estaba viendo y oyendo se convierte en pesadilla.Estamos fuera de las grandes ligas de competencia. Nuestra logística de transporte es absurda, la ubicación mediterránea de nuestras grandes ciudades y la visión centrista de nuestro desarrollo nos saca de las grandes ligas de comercio en el mundo que funcionan descentralizadas y tienen ubicados sus enclaves productivos y comerciales en las fronteras y en las costas de los mares.
En síntesis, los políticos que tienen su mirada puesta sobre los siglos XIX y XX están sepultados en la antigüedad y no dejan salir al pueblo colombiano de las cavernas… ¡qué bueno fuera sacudirnos…!Colombia necesita mentes modernas y audaces que con el instrumento de la Constitución den vuelta a las corrientes y a los esquemas del desarrollo tradicional para que fluya la creatividad y las regiones con autonomía devuelvan al ciudadano su papel protagónico en la definición de su destino económico y social. Si el país se descentraliza como lo ordena la Carta Política del 91, la economía de las fronteras y de las costas volará por sí sola como tiene qué ser y saldremos de la concepción asistencialista y miserabilista de la visión de Estado y del sistema de vida en el que está confinada la sociedad colombiana.Repito. Colombia se descentraliza y crea regiones con autonomía política, es decir con instituciones territoriales que tengan competencias y recursos fiscales propios y suficientes, o no será global en armonía con la evolucióndel mundo ni generará riqueza y oportunidades para la población ni logrará cohesionar sus comunidades ni hacer su desarrollo sostenible ni consolidar su soberanía ni profundizar sus culturas ni alcanzará la paz.
Es cuestión de sacudirse y avanzar
Jue, 05/05/2011 - 23:58
Vuelvo a la presentación del Senador que discernía semanas atrás sobre las aprensiones de los congresistas colombianos cuando trabajan por estos días en la Ley de Ordenamiento Territorial. Según