Eso no se pega

Mar, 23/11/2010 - 00:44
Un amigo gay me explicaba con mucho sentido común que eso de la homosexualidad ni se pega ni se enseña y, para demostrarlo, se ponía él como ejemplo:
- “Mirá - me decía - fui criado

Un amigo gay me explicaba con mucho sentido común que eso de la homosexualidad ni se pega ni se enseña y, para demostrarlo, se ponía él como ejemplo:

- “Mirá - me decía - fui criado en una familia heterosexual, con valores machistas, con la idea de una masculinidad y feminidad extremas y sin embargo soy homo”.

¡Contundente! Así son la gran mayoría de los homosexuales y lesbianas; criados por familias heterosexuales, educados en colegios de orientación heterosexual, con lecturas y enseñanzas morales heterosexuales y sin embargo ¡son homos!

Si a un homosexual no se  lo puede “enderezar” ni gastándose una fortuna en tratamientos psicológicos, ni mandándolo a vivir en la selva bajo la orientación de Tarzán, ¿por qué razón, entonces si se podría “torcer” alguien heterosexual al entrar en contacto con el mundo homosexual?

Lo que hay en ciertos sectores, como está pasando en Cali, mi ciudad, es un temor infundado de las familias, los grupos religiosos y los vigilantes de la moralidad pública, de que sus hijos e hijas se contagien de homosexualidad si se les habla del tema, si se discute con ellos las posibilidades de la sexualidad, si se les permite entender las diferentes opciones y si en los colegios se agrega a la cátedra de formación sexual el tema de la diversidad sexual.

Eso no se pega, diría yo también, y con este raciocinio intentaría calmar las voces inquisidoras que han levantado una escandalera por un programa de la Alcaldía de Cali para incluir el tema de la diversidad sexual en las instituciones educativas.

Recuerdo y pido licencia para un relato personal, que cuando fui Senadora de la República presenté el primer proyecto de Ley para garantizar los derechos civiles y patrimoniales a las parejas homosexuales. Mis colegas del Senado no decían nada, pero en las plenarias comencé a notar que me miraban de reojo y no podían contener una risita morbosa. Yo me  los gozaba pues presentía lo que estaban pensando, pero decidí no decir nada y seguir con mi proyecto, hasta que un buen día no se aguantaron y enviaron al buenote de Alfonso Lizaraso, mi amigo, a que me preguntara si yo era lesbiana.

Solté una carcajada que todavía creo retumba en el salón de plenarias del Senado, y le dije: ¿Entonces los Senadores que defienden el proyecto de jubileo - que en ese entonces también se tramitaba y que buscaba rebajar las penas a los delincuentes- son ellos mismos delincuentes? Mi amigo se quedó mudo y abochornado. Para tranquilizarlo le dije la verdad: no soy lesbiana, me encantan los hombres, pero sigo pensando que quienes tienen una opción sexual distinta a la mía son seres iguales a mí, no son personas enfermas a las que se debe “curar”. Por esa razón en ese entonces defendí el proyecto y sigo pensando hoy que pueden casarse y que tienen derecho a una educación que hable de la diversidad sexual desde el colegio y a que nadie les reclame su opción, sus gustos estéticos o su comportamiento en la cama.

¡Los que piensan distinto dejen el miedo a contagiarse! Apaguen las hogueras con las que pretenden quemar las cartillas sobre diversidad sexual y por favor si alguna vez encuentran un gay o una lesbiana en sus propias casas, no lo metan en el closet de la infamia, más bien ayúdenles a salir a la luz del sol para que puedan vivir como todo el mundo, haciendo uso pleno de sus derechos a la libre expresión de la personalidad.

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