Espíritus armados

Jue, 17/11/2011 - 04:37
No me refiero, que también, a que la muerte de Alfonso Cano nos garantizará treinta años más de conflicto con las Farc, de emboscadas y de masacres y de asaltos esp

No me refiero, que también, a que la muerte de Alfonso Cano nos garantizará treinta años más de conflicto con las Farc, de emboscadas y de masacres y de asaltos esporádicos, en los cuales los campesinos seguirán siendo la carne de cañón y el presupuesto nacional continuará escurriéndose en compras de morteros y granadas y cosas de esas, no hablo de eso, aunque también.

Estamos más lejos que nunca de la paz. Y no lo digo solo porque con esa guerrilla que desde hace rato se volvió delincuente se haya cerrado toda vía de conversación, ni porque la miopía cómica de un Londoño Hoyos esté proclamando la victoria final o la prepotencia electoral de un Vargas Lleras declare objetivo militar al recién llegado Timochenko, sino porque tantos años de conflicto ha armado los espíritus ciudadanos de tal manera que lo que vivimos es una guerra civil y no nos damos cuenta.

No hay más disparos y más muertos porque no hay más armas, pero sobran agresiones y deseos para  un holocausto.  Basta darle una mirada fugaz a los comentarios que generan las noticias o los artículos de opinión en los medios de comunicación, para sentir que se estamos viviendo en la caldera del diablo y que los colombianos (los colombianos que acuden a esos foros) tienen en sus casi siempre pobres palabras los revólveres que quisieran tener entre los dedos para aniquilar al oponente de sus ideas de piedra.

Me aterra. Pocas veces se encuentra allí un concepto que aporte o, al menos, una frase bien construida. No digo una frase deslumbrante, que no. Al menos una frase con sujeto, verbo y predicado. La mayoría de esas voces de lectores o de oyentes son insultos vociferantes contra el autor del artículo o, muchísimas veces, contra los otros ciudadanos que se expresan en esas mismas secciones.

La precariedad del lenguaje, que podría llamar gonorréico, es un síntoma de la incapacidad de discusión. Cuando una polémica se enciende, o se intenta, se acalla de inmediato con un hijueputazo. O un tripletirobo. O un comunista, que lo han vuelto un insulto como decir malparido. Abundan, pues, los reduccionistas especializados en brutología que son incapaces de sostener una controversia y se van por las vías de la palabra descalificadora, como ocurría en aquellos tiempos de no hace mucho cuando por cualquier crítica que hicieras al gobierno de turno te acusaban de ser miembro de la Far o te ordenaban que te fueras a vivir a Venezuela. O al Ecuador.

Según cifras serias, una persona con estudios normalitos emplea unas 300 palabras en su lenguaje cotidiano. Y se le considera con un roce cultural más alto a aquel cuyo diccionario personal llega a las 500 palabras.  Apenas estamos atando las primeras sílabas de la cartilla de Coquito si, por ejemplo, sabemos que, en Hamlet, Shakespeare usó 11.610 palabras de las 30.000 que empleó en todas sus obras. Y Cervantes, 8.000.

Mucho todo aquello y demasiado todo esto, si contamos las palabras que emplea la mayoría de los colombianos que ocupan la interacción de los medios para sacar a la pantalla los demonios que les poseen. No me acuerdo dónde leí hace algunos meses una estadística que me produjo escalofrío. Tenía que ver con la estrechez del idioma barriobajero en Medellín. El número usual de palabras del parche llegaba a 35. Después de ahí –se interpretaba- seguía la agresión física, el estruendo del changón.

Pero no es esa la población que usa el ciberespacio para expresarse sobre noticias o sobre opiniones en los medios. Estos tienen, al menos, acceso a computador y, por tenerlo, una instrucción básica que los hace distintos a los colombianos que aún siguen en la era del ábaco. Pero se les nota poco. Y, por comparación con las discusiones que suelen alimentar los foros en algunos periódicos argentinos y españoles que he seguido, estamos muy lejos de alcanzar lo que se llama una opinión pública robusta. Una opinión de ciudadanos que se haga respetar por las ideas que manifieste, y no temer por su procacidad y por su violencia.

@RinconHector 

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