Jeffrey Dahmer y la fábrica de zombies

Vie, 18/03/2011 - 13:00
La primera vez que la policía de Milwaukee, Wisconsin, estuvo en el apartamento de Jeffrey Dahmer, en mayo de 1991, no se le ocurrió investigar a qué se debía el olor a podrido. Olía a muerto, pu
La primera vez que la policía de Milwaukee, Wisconsin, estuvo en el apartamento de Jeffrey Dahmer, en mayo de 1991, no se le ocurrió investigar a qué se debía el olor a podrido. Olía a muerto, pues, entre otros, el cuerpo de Tony Hughes estaba descomponiéndose en el cuarto de Dahmer. Era por la mañana, dos jóvenes que caminaban por la calle descubrieron a un niño asiático corriendo desnudo, y sangrando por el recto. Parecía que estuviera borracho, o drogado. Nada de lo que decía tenía sentido, pero para ellas, era claro que tenía pánico. Enseguida apareció Dahmer persiguiéndolo, y trató de llevárselo pero las jóvenes no lo dejaron y llamaron a la policía. Dahmer explicó que el niño era su amante de 19 años, dijo que se había emborrachado, habían peleado y el “amante” había salido a correr como un loco. Las jóvenes no le creyeron y trataron de convencer a la policía de que debían ayudar al jovencito, pero la policía las ignoró. Los oficiales acompañaron a Dahmer hasta su casa para asegurarse que el joven estuviera en buenas manos. A pesar del olor hediondo, el apartamento era impecable, organizado y limpio; Jeffrey Dahmer les pareció elocuente, calmado, amable y tranquilo. Estos tres policías no  consideraron que hubiera motivos para verificar la edad del jovencito, o revisar el pasado judicial de Dahmer. De haberlo hecho, se habrían enterado que Jeffrey Dahmer estaba bajo libertad condicional por abuso sexual de un menor. También habrían descubierto que el supuesto amante de 19 años era Konerak Sinthasomphone, de 14 años. Y si esto no fuera suficiente, también habrían sabido que Konerak era el hermano del menor de quien Dahmer había abusado. Si estos policías hubieran cumplido con su deber, Dahmer no hubiera tenido oportunidad de torturar, matar, desmembrar, cometer necrofilia, comerse pedazos del cuerpo y guardar la cabeza de Konerak como un suvenir. Entre 1987 y 1991, Jeffrey Dahmer violó, torturó, mató y desmembró a 17 niños y hombres; cometió necrofilia y canibalismo, y por último guardó partes de los cuerpos de sus víctimas en su casa. Joseph Mengele hubiera estado muy orgulloso, y hasta celoso de los métodos de tortura de Dahmer. El hombre ideal para Jeffrey Dahmer era un zombie, y en su apartamento, el 213 del 924 de la calle 25 Norte había creado una fábrica de zombies. Dahmer le abría un hueco al cráneo de sus víctimas con un taladro, y le echaba agua hirviendo o ácido clorhídrico en el cerebro con una jeringa larga. Ya se lo había hecho a Konerak Sinthasomphone cuando los policías lo encontraron en la calle, por eso el niño no fue capaz de explicarles lo que le pasaba. Konerak sólo supo que debía escaparse y correr. Pero qué más da, si a los policías les pareció comiquísima la pelea de este par de amantes homosexuales, y dejaron a Jeffrey Dahmer en libertad para que volviera a seguir jugando y matara otras cinco veces más. A finales de julio de 1991, dos policías se encontraron a Tracy Edwards, un hombre de 32 años que les llamó la atención porque caminaba desorientado, como si estuviera drogado, y porque llevaba puestas unas esposas colgando de una mano. El hombre les dijo que se acababa de escapar de la casa de un hombre rarísimo que lo había invitado a ver un video, lo había drogado y amenazado con un cuchillo. Los oficiales le pidieron que los llevara a la casa de este hombre. Dahmer abrió la puerta de su apartamento de buena gana y les explicó a los policías que había perdido el temperamento porque se había quedado sin trabajo y entonces se había emborrachado. Los policías le pidieron la llave de las esposas y Dahmer entró a buscarlas a su cuarto. El olor de los cuerpos pudriéndose era insoportable, entonces uno de los policías entró detrás de Dahmer. Alcanzó a ver unas fotos Polaroid de cuerpos desmembrados y cráneos, y cuando se acercó a mirar descubrió que se trataba de hombres mutilados. Su reacción fue abrir la nevera y gritó cuando vio una cabeza y pedazos de carne. En el congelador encontraron otras tres cabezas, un corazón y pedazos de carne humana. Había varias manos y un pene en una olla en el gabinete de la cocina, y dos cráneos pintados de gris en un estante del clóset del cuarto. Tenía aún más genitales masculinos en tarros de vidrio flotando en formol, y botellas de cloroformo, con el que drogaba a sus víctimas. También encontraron cientos de fotos de sus víctimas antes, durante y después de ser asesinadas. Dahmer, además, tenía un altar con velas, cráneos humanos y una gárgola que usaba para adorar el mal. Decía que lo hacía para recibir poderes especiales que lo ayudaban social y económicamente. Cuando lo interrogó la policía, Dahmer les dijo que últimamente se preguntaba a menudo si había una fuerza del mal en el mundo y si esta fuerza lo había influenciado. Dijo también que no sabía si quien existía era el Diablo o Dios, y que pensaba mucho en ambos. Dahmer admitió todos y cada uno de los 17 crímenes de los que se le acusó. Sus abogados alegaron demencia, buscando una condena menor, pero Dahmer era tan coherente y tranquilo que esa táctica no les funcionó. Y como Wisconsin no tiene pena de muerte, le dieron 15 cadenas perpetuas, un total de 936 años en su lugar. Después de convertirse al cristianismo, y sólo tres años después de su arresto, Jeffrey Dahmer fue asesinado a golpes con una escoba en el baño de la cárcel donde cumplía su condena. De su niñez se puede rescatar que era solitario, pasivo, callado, desmotivado, apático y muy tímido y que empezó a matar y disecar animales a los casi 6 años. Ya era alcohólico cuando se graduó del colegio y la primera vez que mató tenía 18 años. Un fin de semana en que se quedó solo en su casa conoció a otro joven que pasaba por Milwaukee haciendo auto-stop y lo invitó a su casa para tener sexo con él. Cuando el joven se quiso ir, Dahmer lo mató porque no quería que se fuera y lo enterró en el jardín de su casa. Pasarían nueve años, antes de que volviera a matar. Y mató a sus últimas cuatro víctimas en cuestión de cuatro semanas, una por semana, antes de ser arrestado y juzgado. Los tres policías que no ayudaron a Konerak Sinthasomphone y en lugar de ello se lo devolvieron a Dahmer fueron despedidos del Departamento de Policía de Milwaukee, pero recuperaron sus trabajos cuando apelaron sus despidos y después fueron nombrados “Oficiales del año” por el sindicato de la policía, por haber sido tan tenaces y persistentes para que les devolvieran su trabajo… Welcome to America. Twitter: @Virginia_Mayer
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