“Agotado y harto de todo, continuaba trabajando porque hacía tiempo que había olvidado que la vida podía consagrarse a otra cosa” J.J.
“La analfabeta que era un genio de los números” es la nueva novela del escritor sueco Jonas Jonasson, elaborada en el mismo estilo y formula de su anterior y exitoso libro “El abuelo que saltó por la ventana y se largó”, de la que ha vendido 10 millones de ejemplares. Nuevamente el lector es lanzado en correrías extraordinarias que lo cautivan e impiden dar pausa en las 400 páginas que dura la aventura completa, narrada en tercera persona y bien salpimentada de diálogos y humor irónico. Los sucesos narrados son inverosímiles. La destreza y habilidad del escritor consiste en, a pesar de la extravagancia de los gestas, atrapar al lector, colocarlo en una órbita irreal en la cual evoluciona el thriller cómico al cual queda aferrado. Es “realismo mágico a la sueca” como alguien dijo. Dos vertientes narrativas conforman el libro, la una de la familia Qvist en Suecia y la otra de la chica Nombeko, la protagonista, en Sudáfrica. Distantes ambas, sin ningún tema común, hablando idiomas diferentes, culturas y costumbres antagónicas, mentalidades opuestas; logra el escritor hacer confluir acertadamente estas dos fuentes para dar una gran unidad narrativa a la novela. Y es de la fusión de procederes de los extravagantes Qvist con el aplomo de Nombeko que se solidifica la trama, una vida que se vuelve común por la fuerza de los hechos y que confiere el dinamismo narrativo al escrito. Baste con decir que la mayor parte de la trama se desarrolla alrededor de la fabricación y ocultamiento de una bomba atómica en Sudáfrica y luego transportada a Suecia. Se vive la tensión con gran hilaridad –ahí radica la gracia–, del manejo y de las improvisaciones en los azarosos desplazamientos de esta bomba, que dado el trato que se le procura tiene todas las posibilidades de explotar y de borrar del mapa buena parte de Suecia; un país que no posee ningún arsenal atómico. Nombeko la protagonista, una chica nacida en Soweto, Sudáfrica, en condiciones paupérrimas y que dada su condición de negra sufre las iniquidades de este país en pleno apartheid por el tiempo de la novela, y mientras Mandela purga condena a vida por subvertir el nefasto orden hecho para y por blancos. “Por entonces, muchos habitantes de Soweto se dedicaban sobre todo a dos cosas: a quitarse la vida lentamente y a rendir el último homenaje a aquellos que ya se la habían quitado”. Ninguna posibilidad de vida medianamente digna parece tener esta mujer, que aparte de ser negra, analfabeta y pobre se dedica, como única oportunidad, al aseo de letrinas y al transporte de excrementos humanos. Difícil encontrar una situación más sin salida en un país en donde su Primer Ministro hizo célebre la frase: “¿Por qué los negros tendrían que ir a la escuela cuando, al fin al cabo, solo sirven para transportar leña y agua? En el caso de Nombeko, más bien, ¡acarrear mierda! Hija de madre depresiva, desempleada y drogadicta; y de un progenitor que bien describe la frase: “El último contacto entre Nombeko y su padre se remontaba a los veinte minutos posteriores a su fecundación”. En un pueblo ignorante, de cuyos habitantes se decía que “la mitad de su vocabulario no es digno de ponerse por escrito y la otra mitad solo merece el olvido” (Nota: sorprendente coincidencia con nuestros políticos actuales), sucede que Nombeko de manera natural y sin saber leer está innatamente dotada de una gran capacidad de cálculo numérico y de análisis de situaciones; es una mujer nacida inteligente, y de ello sacara provecho a lo largo de su vida. Nombeko se traslada a Johannesburgo a pie, adonde apenas llegada es atropellada en una acera peatonal por un carro conducido por un borracho; como castigo por haberse dejado atropellar es condenada a trabajar gratuitamente y casi de por vida para el conductor blanco. Quiso el destino que este señor fuera el Director del programa nuclear sudafricano, sin que tuviera ninguna idea de la cuestión atómica. Es así como Nombeko se convierte en su ayudante, aprende a leer y a entender la tecnología nuclear, así como a dirigir a escondidas el científico programa, al tiempo que limpia pisos y lava inodoros. Esta mujer sin ninguna posibilidad de sobrevivir, logra hacerlo con creces y a pesar de la muy baja probabilidad que ella misma calculó –una entre cuarenta y cinco billones setecientos sesenta y seis millones doscientos doce mil ochocientos diez– se reúne en un camión cargado de papas con el Rey y el Primer Ministro suecos, con quienes traba amistad, así como con altos funcionarios sudafricanos, chinos, israelíes. Aprende muchas lenguas, se vuelve traductora, relacionista, pero su principal tarea es el manejo de una bomba atómica que como lastre pasea por diferentes sitios del mundo y sorteando los muchos peligros que pueden hacerla explotar o caer en malas manos. Del lado de la familia sueca, el padre de los Qvist comienza siendo ferviente realista, para luego por razones de poco peso desilusionarse de la monarquía y entrar a militar en el extremo contrario, el republicano. Es un idealista desordenado, de vida irresponsable y sin ninguna obligación; logra casarse con una mujer que lo mantiene y con la que decide que al hijo que tendrán lo llamarán Holger; y como el destino caprichoso quiso que fueran mellizos, ambos tuvieron el mismo nombre, pero tan solo uno fue registrado, con lo cual a lo largo de su vida uno de ellos no tuvo existencia legal, lo mismo le ocurre a Nombeko quien habiéndose asilado en Suecia no hace los trámites necesarios de refugio y tampoco tiene existencia legal. Dos seres que no existen, que se encuentran y se enamoran. Aparte del placer de la trama desarrollada y del divertimento de la lectura de este delicioso libro, ha de subrayarse la tenacidad ejemplar de esta mujer quien desposeída de todo desde su nacimiento y condenada a la nada en vida, logra con ahínco llegar lejos, gracias a sus claras fortalezas: audacia y paciencia que entremezcla con su personalidad de carácter fuerte e inalterable, poco dado a pasiones irrazonadas o exacerbadas y más orientado al cálculo, a la planeación, a la táctica. Mis recomendaciones de lectura de la vida de esta heroína cuya existencia estuvo marcada por la premisa ”Vivir es sobrevivir”. Y a título de colofón de esta ocurrente serie de numerosísimas aventuras y de infortunios encadenados, cuyo agradable encargo dejaremos al lector, la frase de Charlie Chaplin que el narrador recuerda: “Nada dura para siempre en este mundo cruel. Ni siquiera nuestros problemas”.La analfabeta que manejaba bombas atómicas
Sáb, 06/09/2014 - 13:48
“Agotado y harto de todo, continuaba trabajando
porque hacía tiempo que había olvidado que la vida podía consagrarse a otra cosa”
J.J.
porque hacía tiempo que había olvidado que la vida podía consagrarse a otra cosa”
J.J.