La invención del celibato y sus consecuencias

Sáb, 30/03/2019 - 20:20
Al clero católico se le prescribe en ostentosos rituales de ordenación el cumplir con tres votos: pobreza, obediencia y castidad. Tres juramentos que en un santiamén se archivan en la galería del
Al clero católico se le prescribe en ostentosos rituales de ordenación el cumplir con tres votos: pobreza, obediencia y castidad. Tres juramentos que en un santiamén se archivan en la galería del olvido porque concurren sólo para la ocasión litúrgica de iniciación; así como los adornos florales, los cirios y los ornamentos. Dedicaremos el presente escrito al voto de castidad, mientras dejamos en pendiente de análisis los otros dos. Se inventaron la noción de celibato para el clero, es decir que los consagrados deben permanecer a lo largo de sus vidas sin relaciones sexuales individuales (onanísticas) ni de pareja. Ya el sólo enunciado produce escalofrío; algo así como renunciar a alimentarse, decretando la anorexia como norma de vida. Esto fue formalmente instituido en el siglo XII en los concilios de Letrán. Una extravagancia admisible en la Edad Media dada la rusticidad cognitiva del momento, lo insensato es que perdure en el mundo contemporáneo en el que rebosa el desarrollo científico, los estudios psicológicos y la razón arrebatada a los dictámenes pseudo-divinos. El impulso sexual al ser una necesidad orgánica básica, su renuncia es de irrealizable cumplimiento. Un intento de observancia de tan quimérico propósito acarrea, nos lo indica Freud, grandes trastornos mentales. La represión sexual colateral al celibato obstaculiza la dedicación a otras labores; es decir, todo lo contrario al objetivo clerical que intenta ingenuamente dejar la mente libre de deseo erótico para que el célibe pueda destinar su energía y persona a una relación con su dios, a una entrega al servicio religioso y a una ayuda a su prójimo. Antagónicamente, una mente privada de un instinto básico dedicará, por orden natural, su tiempo e inconsciente a resolver esta carencia. “El resultado es que muchos llegan a ser intelectual y físicamente adultos, pero social, emocional, afectiva y sexualmente inmaduros, transformándose en furtivos transgresores de la continencia sexual”. Y con este lastre se permiten dar consejos conyugales y de familia, con desconocimiento de causa y con sólo la experiencia adquirida en la turbiedad de sus alcobas en donde reina el tufillo del pecado contra el que exhortan. La sexualidad tiene, pues, un componente fisiológico trascendental y contrariamente a la normatividad arbitraria eclesial es una necesidad que no puede ser presentada como una opción y menos como virtud. La penuria o privación de una vida sexual –cualquiera que sea su manifestación– convierte a quienes la padecen en seres remilgados, irritables e inestables, nos indica la Psicología, al tiempo que advierte que "El sexo es una fuerza imparable de la naturaleza que no es domesticable. Como mucho acomodable. No tenemos un interruptor con un off mediante el cual podamos apagar nuestro deseo sexual". Ignacio Moncada, Coordinador del Grupo de Andrología de la Asociación Española de Urología, añade que "el celibato y la abstinencia sexual es algo antinatural" y que "el reprimir el instinto sexual pone a la persona en una situación de estrés psicológico"; su corolario es: "como no es algo normal, conduce a una frustración del individuo". Por supuesto que la razón por la que se instituyó y perdura esta contraproducente norma, no es la virtud ni la entrega al otro, sino una peculiaridad que busca preservar la fortuna material de la iglesia; es decir, el motivo es de índole económico. No desea la iglesia que sus pertenencias pasen a manos de descendientes de los sacerdotes. Evitar a todo precio el convertir en herencia el patrimonio eclesial; por ello, y para concederle mayor fuerza, han erigido al rango de virtud moral la renuncia a lo vital, a lo saludable física y psicológicamente; así como otrora el cilicio creó santidades. Una de las consecuencias más penosas del celibato, y que azota como triste flagelo a la iglesia, es el abuso sexual: de seminaristas, de monjas, de feligreses y, peor aún, de niños. El celibato, antinatural invención, es causante de esta insensatez. Veamos un ejemplo para mejor discernir: deje usted de comer durante varios días o semanas, si es que sobrevive, cuando encuentre algo que se asimile a comida, usted lo devorará desesperadamente como acto reflejo. Esto mismo ocurre cuando una persona se priva de actividad sexual; sus hormonas, sus deseos lo harán dirigirse hacia cualquiera que le sea accesible, los seres que lo circundan se convierten, por urgencia, en sus objetos sexuales. Tristemente, y es lo que observamos, los niños, débiles ellos por natura, se vuelven presas fáciles del impulso y el deseo insatisfecho. Así la pedofilia puede ser una consecuencia del celibato, no forzosamente por convicción –aunque para muchos lo es–, pero sí por la necesidad de satisfacer el eros reprimido. Es difícil entender, como no sea desde el ámbito económico, por qué se inventaron el adefesio del celibato, ni siquiera el libro sagrado de los cristianos lo enseña ni en su versión testamentaria antigua ni nueva; de haber existido Jesús, el profeta que inspira el catolicismo, este no parece haber sido célibe, ni menos sus apóstoles. Richard Sipe, psicoterapeuta y exsacerdote, recientemente fallecido, gran autoridad en abuso sexual de clérigos, concluye en un estudio que los abusadores de menores representan sólo el 6% del clero. Entre el 80% y el 90% se masturba y el 50% de los sacerdotes practica relaciones sexuales adultas, tanto hétero como homosexuales. Hay, entonces, derecho y deber de preguntarse: ¿Es esta la castidad de la que se ufanan y de la que hicieron voto? Han definido una casta sacerdotal fuera de lo común, fuera de lo humano, y a fuerza de insistir en esos seres extraterrestres, distintos de los demás, que imaginariamente no tienen nada que ver ni con el dinero, ni con el poder, ni con el placer, ni con el sexo, han caído quienes impulsan tan inhumano comportamiento en definir una nueva especie subrepticia que sigue siendo humana con todos sus vicios, virtudes y deseos; pero que ejercen en la clandestinidad, mientras aparentan a la luz pública características que no poseen. Las consecuencias del celibato y la abstinencia sexual son tremendamente negativas y destructoras del buen funcionamiento de las personas, afirman los psicólogos; todo lo contrario de las virtudes que la iglesia intenta endilgarles. Como colofón quisiera transcribir una nota que leí y anoté y que ilustra bien el fenómeno: “Hoy se sabe que los impulsos motivacionales y las necesidades básicas no son sublimables. Para cada impulso existen satisfactores específicamente apropiados. Para el hambre la comida, para la sed el agua, para el amor el afecto, para el sexo el apareamiento. El hambre no se satisface observando obras de arte ni la sexualidad dedicando la vida a fines espirituales superiores”.
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