La marca indeleble del maltrato

Dom, 21/07/2013 - 01:06
Reseña crítica del libro “

Reseña crítica del libro “ La hija del sepulturero ” de Joyce Carol Oates

Vives la vida hacia adelante y la recuerdas sólo hacia atrás. Nada se vuelve a vivir, sólo se recuerda y eso de manera incompleta. Y la vida no es tan sencilla como el argumento de una película, hay demasiadas cosas por recordar”.

J.C.O.

¿Se puede escapar de los estigmas del maltrato sufrido y del resquemor contagiado en la niñez y luego reforzados en la adolescencia? o por el contrario ¿estos incidentes determinan la personalidad como sino indeleble? Parece ser esta la reflexión principal que plantea la novela “La hija del sepulturero”.

Las infaustas circunstancias acontecidas a la protagonista –Rebecca, hija de un enterrador– la llevan a interiorizar un terror visceral y defensivo: de morir agredida, de ser violada, violentada, de ser descubierta en la fuga defensiva a que se da, de develar un pasado y raza que juzga vergonzosos, de morir en manos de un marido impulsivo; un miedo de huir, miedo del otro, miedo de amar a alguien, miedo de esos sementales que menosprecian a las mujeres. Apreciable ilustración que se torna denuncia universal en nuestros tiempos en donde la misoginia, aunque desaprobada, tiene derecho de ciudad y dispensa pauta para el maltrato femenino; la vida de las mujeres (física y psíquica) sigue peligrando en manos de muchos deplorables falócratas.

Es este libro de los que uno adquiere y luego permanecen en espera de lectura durante años, porque otros han sido caprichosamente considerados prioritarios. Así infortunadamente me ocurrió con esta novela de Joyce Carol Oates (Lockport, New York, 1938, candidata al Nobel de literatura), escrita en el 2007 y traducida al español en 2009. Subsanada recientemente esta falla de apreciación, ahora la expío con la presente reseña crítica, que desde ya anuncio favorable al pospuesto libro y el que ampliamente recomiendo.

Una historia contada en tercera persona a lo largo de casi setecientas páginas, en donde no hay desperdicio de frase ni palabra. La escritora acostumbrada a la narración larga y entrenada por más de cien libros de su autoría, logra introducir aquí nutridos sucesos con los que construye un agradable andamiaje dramático en donde ni la atención ni la tensión del lector decae.

Narra la novela la vida de Rebecca, sus sesenta y dos años, comenzada en el barco de mala muerte en que nació en 1936, cuando sus padres judíos huían hacia Estados Unidos eludiendo la persecución nazi en Alemania. Una vida de mal comienzo, indeseada, ignorada y en buena parte marcada por el infortunio y el ultraje. Una profunda impronta que herró su existencia, impidiéndole disfrutar aun cuando mejores tiempos le sobrevinieron. Una adecuada clasificación del libro sería el de “novela psicológica”, género al que la escritora nos tiene acostumbrados.

Sus padres, judíos alemanes, nunca lograron integrarse al país que los acogió y salvó del holocausto, no tuvieron contacto alguno con sus nuevos compatriotas, no aprendieron a hablar fluidamente el inglés ni asimilaron su cultura; consideraron por el contrario que el pueblo estadounidense era su enemigo, y como consecuencia experimentaron el rechazo y el desprecio de sus vecinos, un subproducto indeseable del aislamiento al que tercamente se empecinaron.

El padre, profesor de un instituto en su ciudad natal alemana, consiguió el miserable puesto de sepulturero de un pueblo estadounidense; oficio que despreció y que lo envileció, sin que nada hiciese para enmendar su situación, se contentó con maldecir el hecho sin tomar ninguna acción de cambio. Impartió órdenes perentorias a su familia: mujer y tres hijos, para no frecuentar a nadie, para desconfiarse de todos, al tiempo que los confinó en una casucha fría y malsana en donde hizo reinar la soledad, la incomunicación, la violencia, la falta de educación, la pésima alimentación y la suciedad. Sin duda, el peor mal que aquel padre –enfermo, obsesivo, con complejo de rechazo y persecución– infligió a su familia fue el maltrato en todas sus formas: el psicológico y sobre todo el físico. Las golpizas, insultos y descalificaciones fueron pan diario de aquel hogar.

Ese padre que marcó el destino, vida y hasta muerte de su familia, impuso con despotismo a ese oprimido hogar sus ideas y neurosis; con certeza de iluminado inculcaba: “En la vida animal a los débiles se los elimina pronto. Has de ocultar tus debilidades. No nos queda otro remedio... Ante tus enemigos es prudente ocultar tu inteligencia como esconder tus debilidades”. Y en su aprensión contra los Estados Unidos sermoneaba con fervor en su casa: “Este país es un estercolero. ¡Ignorancia! ¡Estupidez! ¡Crueldad! ¡Confusión! Y la locura por encima de todo”.

Cuando sus dos hermanos agobiados abandonaron el hogar, Rebecca padeció una espeluznante tragedia familiar (que dejaré descubrir al lector); indefensa y frágil cae ingenuamente en manos de un bellaco con quien a sus diez y siete años tuvo un hijo. De este simulacro de matrimonio recibió, cual réplica de su hogar familiar: humillaciones, inestabilidad y gran maltrato. La situación de violencia alcanzó tal magnitud que puso en peligro su vida y la de su pequeño hijo, obligándola a huir y peregrinar perturbadamente de ciudad en ciudad.

Esta novela de Oates es la historia de una vida sometida y marcada por la agresión, el maltrato y la fuga; insufrible fardo que arrastra la protagonista en un incesante vagar durante el cual se acoraza con una nueva identidad, nombre, estado civil, olvido de su pasado y hasta nueva personalidad que la protege contra los demás y... contra ella misma. Rebecca se avergüenza de su existencia, de su escasez de educación: “...ni siquiera era capaz de medir su falta de conocimientos porque la amplitud misma de su ignorancia desbordaba su capacidad de imaginar”. Y ¿cómo no intentar diluirse entre la muchedumbre? : “Siempre hay una manera de escapar. Si sabes hacerte lo bastante pequeña, tan pequeña como un gusano”.

A manera de colofón, cabe indicar que este libro se convierte en una semblanza metafórica del miedo. Ese que acompaña a los humanos como expresión instintiva de sobrevivencia, y en otros casos como la manifestación de angustias más sofisticadas, paranoicas y obsesivas que adquirimos los animales humanos como consecuencia de nuestra consciencia de la noción de futuro; gajes del intelecto de que nos dotó la evolución. Cuánta razón tenía Hobbes, el filósofo inglés que en el siglo XVII decía: “El día que yo nací mi madre parió gemelos: yo y el miedo”.

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