Reseña crítica del libro “ Óscar y las mujeres ” de Santiago Roncagliolo
“El sexo te hace olvidar las tensiones,
el amor te las crea”
S.R.
Un libro donde desde la primera línea se advierte un afán de crítica burlona e ironía a las telenovelas, a su entorno y a su proceso de elaboración. Cuestionamiento sarcástico a esas “telebobelas”, como muy acertadamente las llaman, que resultan ser un compendio de cursilería, ramplonería simplista y sin mayor trascendencia como no sea la de su fin comercial. El escritor peruano Santiago Roncagliolo, ganador del premio Alfaguara 2006 con “Abril Rojo”, nos presenta una nueva novela “Óscar y las mujeres”; un libro confeccionado a la vieja usanza: en entregas por capítulos. El protagonista, Óscar Coliffato, un conocido libretista de telenovelas que por los tiempos de la narración atraviesa una larga racha de decepciones, el “talento” le es esquivo, si es que alguna vez realmente lo tuvo. Su inspiración sufre un bloqueo que achaca al abandono de su pareja: solo puede escribir cuando está enamorado y correspondido; condiciones que no reúne el momento en que se le encomienda la escritura de una nueva telenovela, destinada a conquistar un alto rating televisivo y sacar así de apuros económicos a Marco Aurelio Pesantes el gran productor de culebrones para Hispanoamérica, cuyo inminente fracaso y ruina se advierte. Grotesco personaje, de vida extravagante, múltiples esposas y amantes, obeso hasta el ridículo: “...esa papada se había formado en los mejores restaurantes de Miami y New York. Esos cachetes habían sido inflados con los vinos y licores más selectos. Y su vientre, aquella curva de cetáceo bípedo, era la encarnación del triunfo de un hombre que ni siquiera necesita hacer abdominales para conseguir sexo”. Es Óscar un ser de polifacéticos defectos, un ser a quien es difícil atribuirle cualidad alguna que lo adorne: pueril, indeciso, egoísta, misógino, desordenado, incapaz de asimilar la vida práctica, hipocondríaco, caprichoso, anárquico, maniático, una larga lista de descalabros. “Su total desdén por los demás incluía a ricos, famosos y magnates. Su desprecio por la especie humana era rigurosamente igualitario”. Pero, tal vez, su mejor descripción: “un sicario de las relaciones humanas”. Su trato con las mujeres es un desastre: torpe en el hablar y peor en materia de seducción, no destaca en lo afectivo y menos en el ámbito sexual; aprecia a las mujeres por su capacidad en las labores de aseo y organización, como empleadas domésticas, sería mejor calificativo. “Óscar padecía de una extrema manía por el orden, pero sólo para exigirlo, no para mantenerlo. Lo suyo no era arreglar los desperfectos, sino quejarse de ellos”. Es en definitiva Óscar un pobre mequetrefe que tuvo la pretérita suerte de escribir algunos éxitos de dudoso rating que lo convirtieron en el rey de la telehistoria mediocre, esa que conquista mentes sencillas que ni se ruborizan de su afición incondicional por tan patético entretenimiento. Nos zambulle el escritor en los entresijos de la fabricación de una insulsa telenovela y de su mundillo farandulero anexo, repleto de intrigas entre actores, guionista y productor. En ese superficial ámbito se dirimen toda suerte de caprichos, divismos e intereses económicos. La escogencia de intérpretes obedece más a las apetencias sexuales que a las idoneidades actorales. ¿Alguna coincidencia con la realidad? Antes de dedicarse a la literatura Roncagliolo fue guionista reconocido en Perú del género telenovelesco con sus efectistas y cursis tramas. Sabe bien de qué habla, domina ese mundo banal de conflictos egocéntricos de divas parroquiales que fincan sus vidas en frivolidades solo comparables a los culebrones que interpretan. Tal vez sea este libro una manera de expiar sus pasados pecados cuando dedicaba tiempo a la poca edificante tarea de embrutecimiento del intelecto colectivo. El tema del libro trae forzosamente a mente “La tía Julia y el escribidor”, la excelente y clásica novela de Vargas Llosa, en donde el Nóbel peruano se anticipa a este tipo de parodias que materializa con las radionovelas; cómo olvidar a Pedro Camacho quien escribe guiones y termina como en el caso del Óscar de Roncagliolo mezclando vida privada y ficción novelística. Buena inspiración pudo haber tenido el escritor Roncagliolo de su ilustre coterráneo. Se trata de una parodia a las telenovelas, sin embargo, a fuerza de insistir y sobreactuarse en este propósito, termina la narración pareciéndose a la parodia que pretende criticar. Hay lugar a preguntarse ¿en qué se diferencia entonces el ver una telenovela de la lectura de un libro –este en particular? Lo que conlleva a una interpelación más general: ¿es lo mismo leer un libro que seguir una narración en la pantalla chica (que ahora es grande y plana)? La oportunidad entonces para recalcar sobre la enorme diferencia existente: el mundo audiovisual con su fanfarria de imágenes, voces y sonidos impone al televidente una interpretación predeterminada, sin mayor posibilidad de imaginario personal, sin gran esfuerzo neuronal, sin extrapolación ni conclusiones individuales; es la visión dirigista del realizador que prima, que se impone. A contrario, en la lectura de un libro, el cerebro de cada cual es el realizador de la historia; imágenes, colores y sonidos surgen soñadoramente del lector; la subjetividad interpretativa corre por su cuenta, la neurona se pone en acción, el escritor es un guía, no un impositor de su visión personal. Es decir, la lectura es un proceso mental que por su carácter descifrador pone el cerebro en fase de actividad, mientras que la visualización televisiva es un acto pasivo en donde el seso se adormece en espera y procura de lo que se le inyecte. Hay diferencias esenciales, cada cual escoge como desea manejar su cerebro. Humor y sátira describen bien este libro de divertimento ligero; un simpático descanso al intelecto, un asueto en medio de la complejidad literaria que nos imponemos. Cuánto debe parecerse ese mundillo que describe el escritor al real de nuestro medio audiovisual telenovelesco; bien vale la pena su lectura, al menos para hacernos más conscientes de la banalidad de sus contenidos, de sus desagraciados medios de producción, de la futilidad de los elencos, tras de cuyos telones anidan shows, programas y publicaciones especializadas tratando de explicar tales insignificancias.