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Jue, 28/06/2018 - 06:34
–¿Por qué no trinas tus opiniones políticas? –me dijo un amigo por allá a finales de 2012, ya agotado con mis peroratas a las que lo tenía acostumbrado desde unos meses atrás.

Nunca habí
–¿Por qué no trinas tus opiniones políticas? –me dijo un amigo por allá a finales de 2012, ya agotado con mis peroratas a las que lo tenía acostumbrado desde unos meses atrás. Nunca había utilizado las redes sociales para entablar conversaciones con amigos como tampoco para cuestiones profesionales y mucho menos para comunicar mis inquietudes políticas. A pesar de mi creciente necesidad de comunicar mi angustia por la situación del país, este era un asunto que trataba muy de vez en cuando en familia y con uno que otro amigo. Mi padre era mi único fiel interlocutor, con él seguíamos cuidadosamente el terrible proceso de deterioro del país en manos de un inepto, vanidoso y corrupto presidente que hacía lo que le venía en gana, empeñado en entregarle el país a sus peores enemigos. Mi padre, acostumbrado como estaba a escuchar cada mañana a Fernando Londoño, estaba muy al corriente de los acontecimientos diarios y yo, por mi parte, le resumía los artículos que encontraba por Internet habiéndome alejado de los medios tradicionales que se encontraban cada vez más sumisos al gobierno y a las Farc. Poco a poco me fui quedando sin interlocutores, mis familiares y amigos ya me habían expresado su fastidio. Mis opiniones las consideraban delirantes y basadas en simples suposiciones y prejuicios. Mi manera de expresar mi indignación ante el estado de cosas los hacía preocuparse por mi salud mental y cada vez entendían menos de lo que yo farfullaba. Cuando el 9 de abril de 2013 el gobierno armó el teatro de una marcha por la paz, dejando al descubierto lo que se había venido maquinando en la oscuridad desde muchos años atrás entre Castro, Chávez y los hermanos Santos para entregar el país a las Farc, dentro de una estrategia estructurada desde el Foro de Sao Paulo para tomarse a América Latina, decidí escribir una breve reflexión titulada Lo que nos dejó el 9 de abril que compartí por correo electrónico con mis amigos. Comenzaba así: “Un amigo me insiste en que siga pintando, que sigamos haciendo libros que durante décadas las cosas han sido así y no cambiarán. No puedo hacerlo, siempre he soñado con poder disfrutar de las maravillas de nuestro país y de nuestras gentes sin que los criminales estén al acecho para hacernos inmensos daños. Un país libre y próspero lo quiero para mis hijas y para las generaciones futuras, pero también quiero disfrutar de él muy pronto en familia y con los amigos viendo a los colombianos desarrollando lo mejor de cada uno con alegría y entusiasmo, el que trae la seguridad y la justicia en todos los campos”. En respuesta a ese artículo mi amiga Adriana Bernal, presidente de KienyKe, me escribió: “Son muy buenas y las comparto ¿puedo publicarlas?”. Le dije que sí y que me gustaría seguir escribiendo semanalmente debido a mi inmensa preocupación: el país estaba cayendo en un abismo. En cada una de las semanas, transcurridas desde ese momento, he escrito sin falta mi artículo que generosamente ha sido publicado por KienyKe. Muchos de ellos han sido reproducidos por distintos medios digitales con quienes quedo profundamente agradecido. Hace diez días el país cambió. La esperanza ha vuelto a brillar, en mes y medio Iván Duque será nuestro presidente. Desde que los colombianos le dimos nuestro apoyo a este brillante político con más de diez millones de votos, ha venido demostrando que está a la altura del inmenso compromiso que tiene por delante. Hará una gran presidencia, de eso no tengo duda. Mi padre nos dejó hace poco más de dos meses. Tenía una confianza enorme en que Duque llegaría a la presidencia derrotando al comunismo que tan cerca estuvo de tomarse el país. Decía que así como ganó el NO en el plebiscito ganaríamos la presidencia con Iván Duque. Cuando le recordaba que el triunfo del NO fue un milagro, se sonreía: el milagro volvería a darse. El tiempo pasa y de qué manera… ocho años perdidos que tenemos el deber de recuperar de una manera o de otra, ese es nuestro compromiso. Por el momento, estaré sumergido en mi pintura y dejo mi columna semanal con tranquilidad sabiendo que, como cuando Álvaro Uribe era el timonel, con Iván Duque el país estará en las mejores manos.
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