Lo de fondo es no haberse parado firmes ante los gobiernos de las últimas dos décadas, para oponerse a la adopción desventajosa del modelo del libre mercado.
En lugar de haber asumido el papel que les corresponde como defensores del aparato productivo industrial y agrícola, se dedicaron a avalar el manejo económico dado por los últimos gobernantes, y a congraciarse con cada presidente hasta más no poder.
En ese congracie, no quisieron voltear a mirar sobre los riesgos de una minería que no paga lo que toca (ni en regalías ni en impuestos), del impacto revaluacionista que la inversión extranjera en la actividad extractiva traería al conjunto de la economía, y de las consecuencias sobre la productividad y el empleo que tales cosas, sumadas a las firmas sin autoestima de los TLC suscritos con las grandes potencias, acarrearían.
Sin digerir las implicaciones del libre mercado, los líderes gremiales de la industria y la agricultura, consintieron la metida de cabeza oficial en el despliegue de un modelo, que en cuestión de tiempo terminaría sacándoles los ojos a sus agremiados.
No era dable consentir una apertura al comercio internacional, sin previamente exigir del gobierno una política de preparación del aparato productivo nacional, que lo habilitara para competir en condiciones más equilibradas con quienes se pactarían esas relaciones comerciales. Tampoco era dable permitir llegar a acuerdos de comercio con países que subsidian y protegen su producción pero no permiten que sus socios lo hagan. Que los líderes gremiales no hayan hecho valer su condición ante semejantes desaciertos, por lo menos pone en tela de juicio su condición de liderazgo.
El problema es que se va de mal en peor. Las distorsiones son el pan de cada día. Los paros de productores se multiplican y se convocan al margen de los gremios. Nadie ve la necesidad de revisar la política económica. Productores y gobierno discuten la solución en ayudas de corto efecto. Hasta ahora, algunos industriales se pronuncian tímidamente sobre la necesidad de equilibrar condiciones de producción, de exportación, y de aranceles sobre materias primas. Otros, de manera individual empiezan a pensar en transformarse, sin importarles las desventajas frente a la competencia internacional. La queja más común es sobre los costos laborales, de energía eléctrica y de transporte.
Para completar, en lo que compete directamente al gobierno, el desarrollo de la infraestructura requerida en materia de carreteras puertos y aeropuertos, cantada desde que arrancó la apertura, nada que despega. Inclusive, la dinámica de traslado de fábricas y plantas de producción a zonas cercanas a terminales marítimos, obedece a iniciativas particulares pero nunca a una política oficial.
Una realidad debería observarse. En nuestro medio hay un gremio que funciona. Es el de la banca. Pero éste funciona porque su rasgo monopolístico le otorga tal poder, que le permite poner las reglas del juego. Los gremios de los sectores productivos ya no tienen ese poder, pues el modelo económico hace rato que se los quitó. Las reglas vienen dictadas de afuera a conveniencia de grandes potencias y transnacionales. Nuestros gobiernos así lo aceptaron.
Debe estar ahí la explicación para que varios de los directores de gremios en lugar de dar la lucha por sus representados, aprovechen su posición para consentirse con los gobernantes y convertirse en figuras políticas o ser objeto de otros reconocimientos. Antes del libre mercado las cosas no eran así. O por lo menos, no tan así.
¿Para qué sirven los gremios?
Dom, 18/08/2013 - 21:27
Lo de fondo es no haberse parado firmes ante los gobiernos de las últimas dos décadas, para oponerse a la adopción desventajosa del modelo del libre mercado.
En lugar de haber asumido el papel q
En lugar de haber asumido el papel q