Este es el dilema con el que nos tropezamos hoy en el caso del Parque Nacional Natural Tayrona, pero también es la encrucijada que se debe resolver en casi todas las áreas protegidas del mundo: pagar por la preservación o pagar por el disfrute, opciones en conflicto, que podrían llegar a ser, si son manejadas con rigor, conceptos convergentes.
El Parque Tayrona, un sitio privilegiado por su belleza natural, ha sufrido los embates de la ambición comercial en muchas ocasiones, con arremetidas esporádicas de “desarrollo” auspiciadas por la debilidad o incoherencia institucional que da bandazos en su política de preservación. Pero los desarrollos turísticos no han sido su única amenaza, este parque también ha sufrido la ocupación ilegal de grupos al margen de la Ley que hicieron del Tayrona un refugio y un santurario para sus delitos. Solo para citar un doloroso caso recordemos el asesinato en el 2004 de Marta Lucía Hernández, directora del Parque en circunstancias que no han sido esclarecidas.
No siempre un parque natural dejado solo para la preservación resulta más protegido, y tal vez por esta razón se debe examinar la conveniencia de ocupar o no áreas protegidas, solo que contrapesando cuidadosamente los valores que se pagan por la preservación y lo que se paga por el disfrute.
Para tener acceso a un Parque Natural debería pagarse un precio alto de preservación, es decir, someterse a bajísimas densidades de ocupación, a limitaciones drásticas de utilización de ciertos lugares, a estar dispuesto a un manejo riguroso de aguas y residuos, no tocar flora ni fauna, no alterar el ecosistema, privarse de contaminación sonora, o utilización de químicos y por supuesto no extraer riquezas o modificar ecosistemas.
En el Tayrona este precio, el de la preservación, es el que se viene pagando cuando se lo visita con algunas dificultades y falencias, por supuesto, pero gracias a ello se han logrado mantener y hasta recuperar sus ecosistemas, en especial aquel tan importante del bosque seco que es el que lo está salvando de un nuevo desarrollo turístico. Sin embargo, a partir de la concesión que el gobierno anterior entregó un operador privado se elevó muchísimo el costo del disfrute. Ahora para visitar el Tayrona, así como Amacayacu o Gorgona, se tiene que tener mucho billete.
En otros lugares del mundo la política con relación al turismo en áreas naturales es la de mantener alto el costo de la preservación y muy bajo el precio para que cualquier persona pueda tener acceso a estas riquezas naturales.
Hasta hace unos años, en nuestros Parques Naturales lo que se pagaba era poco o nada para tener acceso a modestas cabañas o sitios de camping, comida solo sitios permitidos, sin pesca, ni caza, ni deportes naúticos. Esto abría los parques a un disfrute turístico amplio y popular, pero restringido a quienes estuvieran dispuestos a pagar el alto costo de preservación. No las hordas del turismo chancleta que se tomó San Andrés y Santa Marta, pero tampoco las hordas de turismo élite que tienen monopolizada Cartagena. Barú o Islas del Rosario.
A partir del gobierno de Uribe todo comenzó a cambiar para peor, convirtiendo nuestros parques en santuarios de turismo élite como el que se pretendía realizar en el Tayrona. Ahora uno tiene la sensación de que se está invirtiendo la proporción entre los costos de preservación y de disfrute. Habrá que ser millonario para visitarlos, es decir, subirá el costo del disfrute y este tipo de ocupación entraría en conflicto con sus riquezas naturales, lo que significa bajar el costo de la preservación.
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Preservación o disfrute
Mar, 22/01/2013 - 01:03
Este es el dilema con el que nos tropezamos hoy en el caso del Parque Nacional Natural Tayrona, pero también es la encrucijada que se debe resolver en casi todas las áreas protegidas del mundo: paga