¿Qué hacer con los corruptos?

Mar, 12/12/2017 - 04:16
Hace cosa de veinte años, mientras esperaba en la cafetería de una estación de servicio, oí que un hombre, sentado en una mesa contigua, le decía a otro: “Tranquilo. Le ofrecemos más plata al
Hace cosa de veinte años, mientras esperaba en la cafetería de una estación de servicio, oí que un hombre, sentado en una mesa contigua, le decía a otro: “Tranquilo. Le ofrecemos más plata al magistrado y verá que la cosa sale bien”. Me quedé viendo estrellas. Lo juro. ¿Por qué numerosos hombres y mujeres se corrompen y corrompen a otros? Porque quieren hacer dinero pronto, obtener poder, asegurar posibilidades de “autorrealización” individual, lograr estatus, superar frustraciones, vivir mejor. ¿Es ello malo o indebido? En absoluto. Lo malo o indebido es intentar lograrlo mediante prácticas y personas que retuercen el principio latino que dice: “do ut des”, te doy para que me des. El cual, en plata blanca, se aplica, por ejemplo, así: “Te doy este contrato si me das el veinte por ciento”, o “te doy el veinte por ciento si me das este contrato”. En su teoría de los elementos, la filosofía natural tradicional afirmaba, erróneamente, que los cuerpos celestes eran inalterables e incorruptibles, lo opuesto a los cuerpos terrestres. Tal punto de vista, traído a nuestro tema, permitirá deducir que todos los ciudadanos “de arriba”, esto es, los celestes, son, por naturaleza, impolutos e incorruptos por ser formados, estructurados, y todos “los de abajo”, es decir, los terrestres, son los corruptos, ignorantes e indeseables. La realidad en Colombia –y, en general, en el mundo– indica lo contrario: la mayor parte de los escándalos de corrupción son de ciudadanos de “arriba”: magistrados de las cortes, oficiales de las Fuerzas Armadas, políticos de todas las denominaciones, funcionarios públicos de todas las instancias y regiones, dirigentes privados, clérigos de todas las confesiones, contratistas de entidades oficiales y particulares, integrantes de las corporaciones públicas, representantes de todas las profesiones, etc. Un mal antiguo en la cultura colombiana, al que me referí el 18 de noviembre pasado en kienyke hablando de la corrupción en la época colonial (ver bit.ly/2AbmBUQ). Dada la brevedad de espacio, vayamos al grano para sostener que es tal la expansión y fuerza de este fenómeno en Colombia, que habría que pensar en medidas “absurdas” y desconcertantes orientadas no sólo a sancionar a los corruptos y disuadir a quienes aspiren a imitarlos, sino a lograr que la condición de corrupto sea algo que jamás olviden quienes la lucen. Una medida, por ejemplo, sería internar a los corruptos en granjas especiales situadas en diferentes regiones. Allí trabajarán honestamente en beneficio de la sociedad a la que engañan y violentan con sus prácticas abominables. A ello se sumaría que a los condenados se les fija un inflexible tiempo mínimo de prisión en tales granjas, que sería inolvidablemente mayor en la medida en que mayor sea la lesión causada a la confianza social. De otro lado, ¿qué tal disponer como forzoso que dicten clases a otros internos –sin esperar ninguna rebaja de la pena– según la profesión o los conocimientos de quienes acepten ser docentes? ¿O forzar la realización de trabajos dentro de la prisión que favorezcan a personas y familias de escasos recursos o a instituciones dedicadas a ayudar a los más débiles y desprotegidos? Algo inolvidable también sería que cada interno escriba un texto o grabe un mensaje, titulado algo así como Mis confesiones, en el que cuenta su “maravillosa” historia de corrupto. O acepte grabar un video en el que se arrepiente de sus culpas e invita a los ciudadanos a evitar y denunciar la corrupción. Imborrable será que los condenados compongan y representen obras de teatro con fines terapéuticos y éticos, en las que el tema de fondo son las prácticas corruptas y sus efectos en la vida personal y social, obras que estarán disponibles en las redes sociales. ¿O qué tal crear grupos de Corruptos Anónimos, similares a los “Alcohólicos Anónimos”, en los que los miembros, con orientación profesional, cuentan sus casos, se desahogan y buscan el apoyo de los demás colegas “celestiales”? ¿O que cada año de reclusión, el interno escriba un millón de veces una frase del estilo “Desde hoy seré una persona honesta”? ¡Nunca lo olvidará! Como tampoco que, el día en que sale de prisión, lee una declaración pública en la que pide perdón y se compromete ante la sociedad a no repetir acciones de esa estirpe y a denunciarlas. (Habrá algún lector que sugiera, además, vestir a los condenados con una ropa distintiva, pasearlos por calles y avenidas, condenarlos a muerte, etc., penas duras y demoledoras practicadas en algunos países). Es factible que no falten quienes se rían de medidas como las expuestas, de profundo calado pedagógico y autocorrectivo. Las apreciarán mejor si tienen en cuenta la amenaza que el empresario Al Dunlap hiciera a sus críticos tras ser despedido del cargo de presidente de Sunbeam Corp, según lo contara en Time: “Me imagino que es muy divertido ir de caza. Pero cuando la presa contraataca, se acabó la diversión”. Palabras que caen de maravilla para que los corruptos recuerden de por vida que cuando la sociedad contraataca en serio y en serie, se les acaba la “diversión” de robar. Siempre y cuando haya autoridades fuertes y creativas. INFLEXIÓN. El presidente Santos dijo que su período termina el próximo 7 de agosto. ¿Logrará que en esta ocasión sí le creamos..?
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