No sé que me molesta más, si las roscas o los delfines, pero estoy hasta la coronilla de ambos. Las roscas son círculos cerrados en los que es difícil, por no decir imposible, entrar. Se constituyen en muchas actividades, hay roscas en los negocios, en los deportes, en la cultura y hasta en los colegios. Es más, creo que en los colegios se las inventaron.
Una rosca está conformada por un grupo que reconoce a sus miembros como únicos depositarios de la confianza y la amistad; por tal razón se establece entre ellos un código implícito de autoayuda. Quien hace parte de una rosca sabe que debe darle la mano a otro miembro, sin importar si se merece esa ayuda o no porque lo prioritario es fortalecer la rosca: Si yo lo ayudo hoy, mañana esa persona me ayudará sin chistar, cuando se lo pida.
Por supuesto, no toda persona que está en una rosca es incapaz o inútil. Hay gente muy buena que se logra colar en las roscas porque necesita precisamente que le dejen demostrar su capacidad, porque como se dice popularmente “Lo malo es no estar en la rosca”. Precisamente ahí está el problema y, es que cuando en un país se establece la roscocracia sólo quienes hacen parte de ella pueden destacarse o salir adelante.
Que un deportista para prosperar necesite hacer parte de la rosca del técnico o que un escritor tenga que lamberle a un crítico para que lo acepten en la rosca de los intelectuales o que una modelo entregue su dignidad para que la acepten en la rosca de los diseñadores, son expresiones de nuestra roscocracia, un sistema que atenta contra la democracia y del cual hay casos notorios en Colombia.
Democracia es brindar las mismas oportunidades a toda la población, ofreciendo los mismos niveles de educación y entrenamiento para que después triunfen los y las mejores. Roscocracia es lo contrario, garantizar privilegios y lugares especiales para aquellos cobijados por el favor, el amiguismo o la protección.
Ahora, el delfinazgo es un tipo de rosca, solo que determinado por la familia, lo que lo convierte en una rosca más estrecha e impenetrable. Nadie puede ser de la rosca “Pastrana”, por ejemplo, si no lleva ese apellido. De manera que el delfinazgo es una especie de rosca primitiva, con un solo requisito: venir del mismo linaje. Claro, por ser tan primitiva y cerrada es todavía más antidemocrática.
Por supuesto Colombia no tiene la exclusividad de estas tendencias; roscas y delfines hay en todos los países del mundo. Europa, en donde hasta el día de hoy, existen monarquías ha sido la maestra de cómo pasar la corona de una generación a otra y las roscas o mafias podrían tener su inspiración en la cosa nostra, en las logias secretas o en los “sindicatos”. Pero no tiene relevancia donde se crearon o en que se inspiran, sino dónde se fortalecen como forma de organizar la sociedad. Aquí las copiamos y las implementamos con entusiasmo y lo que es peor, las aceptamos con mansedumbre.
Que tire la primera piedra quien no haya buscado una recomendación, quién no procure un padrinazgo o quien no se apoye en un pariente, aunque sea lejano… y eso es lo que nos diferencia de otras culturas más democráticas. Mientras en Europa o Estados Unidos se lucha por ampliar los espacios: aquí cerramos los círculos en castas hegemónicas, como en la india de los “intocables”.
Sería inútil prohibir las roscas y los delfines. Hay leyes que ya lo hacen y no surten efecto. Basta examinar cómo se están llenando las listas de todos los partidos al Congreso, plagadas de delfines, pero eso sí, con el cuidado de que cada pariente vaya por un color distinto para no crear impedimentos o inhabilidades. Tal vez sea eso precisamente lo que hace tan frágil a nuestra democracia.
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Roscas y delfines
Lun, 30/09/2013 - 12:29
No sé que me molesta más, si las roscas o los delfines, pero estoy hasta la coronilla de ambos. Las roscas son círculos cerrados en los que es difícil, por no decir imposible, entrar. Se constituy