Un día hace veinte años me levanté a las seis de la mañana en San Francisco, California, para no perderme las conferencias de los doctores Luc Montagnier y Robert Gallo. Una tras la otra en el salón principal del Congreso de la Asociación Americana de Bancos de Sangre (AABB). Fui de los primeros en entrar y ocupé un asiento en las filas delanteras.
Gallo entró rodeado de cámaras de televisión. Ofreció una brillante exposición sobre el VIH. Luego empezó el profesor francés a hablar, en mal inglés, sobre factores asociados a esa infección viral. Gallo sorpresiva y groseramente se levantó y se retiró del auditorio, siempre rodeado de cámaras de televisión. Montagnier continuó su exposición. Se refirió a la infección por tricomonas como un elemento fundamental en el mecanismo patogénico del Sida. Nunca había oído yo la asociación entre ese parásito y el VIH. Acabaron las conferencias y me quedó una opinión: había asistido al pugilato científico entre un investigador peligrosamente ambicioso (Gallo) y un investigador peligrosamente heterodoxo (Montagnier).
Ya conocemos el final de esa rivalidad. A Gallo nunca se le concedió el Nobel de Medicina por el sonado escándalo del uso no reconocido de material biológico del laboratorio de Montagnier en la publicación Science del descubrimiento del VIH. En aquellos días ya sabía por conversaciones con mis profesores y personal técnico del banco de sangre donde estudiaba de sus dudosas conductas en algunas investigaciones y revisiones de artículos provenientes de laboratorios distintos al suyo.
Por otro lado, a Montagnier se le concedió el premio en 2008, pero ha insistido después en sostener opiniones extrañas situadas en la frontera de la ciencia reconocida: ciertas moléculas dejan huella en el agua, aún en altas diluciones, los ácidos nucleicos de los microbios emiten señales electromagnéticas importantes para su virulencia, el autismo infantil puede tratarse con antibióticos, etc. Su carrera investigativa en centros de renombre ha terminado y el profesor Montagnier se ha retirado a una universidad china. Para mí hasta aquí llegaba la curiosa historia de estos dos científicos, pero una publicación reciente me ha llevado a recordarla y darme cuenta de que en medicina veinte años son nada, como en el tango.
Investigaciones recientes de un grupo de Harvard y otras universidades (Harvard Medical School News, 7 de noviembre, 2012) resaltan la relación del parásito Tricomonas Vaginalis con un virus asociado a él, Tricomonasvirus, aumentando la posibilidad de infección por otros virus como el del papiloma humano (VPH) y el de inmunodeficiencia humana adquirida (VIH). Entonces el heterodoxo Montagnier podría haber tenido razón en la particular importancia de la Tricomoniasis Vaginal y uretral en la infección por VIH.
El hallazgo radica en que así como nosotros somos parasitados por otros seres vivos, la microscópica tricomona es infectada por un submicroscópico virus, el llamado por ahora Tricomonasvirus. Este virus de tipo ARN de doble cadena permanece en su huésped mientras vive éste y transforma sus mecanismos biomoleculares para producir más proteínas inductoras de inflamación. Todo lo cual favorece una vaginitis o uretritis más severas que predisponen a la infección por virus del papiloma humano (VPH) causante del carcinoma de cuello uterino o virus de inmunodeficiencia humana (VIH) causante del Sida. En resumen, tricomonas con Tricomonasvirus estarían asociadas a mayor frecuencia de infección por VPH y VIH.
En el estudio reportado más del 80% de tricomonas aisladas están infectadas por Tricomonasvirus. Esta condición estaría también asociada a más alta frecuencia de nacimientos prematuros y recién nacidos de bajo peso, condiciones que llevan a un alto porcentaje de complicaciones neonatales (Tricomoniasis, Hoja Informativa, CDC, agosto de 2012). Los investigadores se lamentan que una infección de transmisión sexual tan importante como la tricomoniasis no ha sido estudiada con especial atención.
Estos recientes hallazgos me recordaron mi incredulidad ante los comentarios de Montagnier en 1992, que postulaban alguna relación causal entre tricomoniasis y Sida. ¿Qué debe hacer uno ante ideas heterodoxas en ciencia y medicina? Antes que nada no aceptarlas como verdad hasta que sean replicadas una y otra vez por grupos distintos en sitios diferentes, por muy brillantes y verosímiles que parezcan. Pues ya dijo Don Miguel de Unamuno en “Del sentimiento trágico de la vida” (1913) su obra esencial que estoy intentando terminar desde los catorce años: “La ciencia es un cementerio de ideas muertas, aunque de ellas salga vida” Algún físico contemporáneo ha precisado cementerio de hipótesis y otro cementerio de bellas hipótesis. Así una idea médica o científica sea integral, hermosa y clara (ecos aquinenses) eso no la hace necesariamente verdad en nuestra terca realidad.
Entonces, con las ideas heterodoxas primero no creerlas pero luego recordarlas. Quizás algún día generen vida en forma de otra idea útil y verdadera. La intuición o hallazgo de Montagnier hace dos decenios es ahora importante, pues en medicina veinte años son nada.
Sida y Tricomoniasis: 20 años son nada
Mié, 05/12/2012 - 09:02
Un día hace veinte años me levanté a las seis de la mañana en San Francisco, California, para no perderme las conferencias de los doctores Luc Montagnier y Robert Gallo. Una tras la otra en el sal