Te lo prometo

Vie, 22/04/2016 - 18:20
Somos hijos del desarrollo de una cultura, cualquiera que sea. Las usanzas y las costumbres hacen normas y de las normas se derivan comportamientos. Con una mirada de simple comentarista de mi propia
Somos hijos del desarrollo de una cultura, cualquiera que sea. Las usanzas y las costumbres hacen normas y de las normas se derivan comportamientos. Con una mirada de simple comentarista de mi propia vida y sin abordar los sagrados territorios de la sociología, antropología o la psicología humana, observo que nos hemos creído desde niños que somos incumplidos porque somos descendientes de los conquistadores españoles y a pesar de que son europeos, no tienen el rigor y la disciplina del cumplimiento. Por fortuna ya está pasando con menor frecuencia, pero cuando uno llegaba a tiempo a cumplir una cita y tenías que esperar a la persona, llegaba con una sonrisa y como si nada y te decía: caramba, pero pareces un inglés. Yo respondía, no, lo siento, parezco un colombiano cumplido. Y bueno, con estos mismos fundamentos nos fuimos metiendo en las entrañas de unos humanoides incumplidos. Al ser incumplidos se nos entrega un taladro invisible que va acabando con las relaciones interpersonales a todo nivel. Aquí me surge una idea que quisiera llevar a cabo muy pronto y es que los colombianos establezcamos cuáles son las promesas incumplidas más arraigadas en nuestra cotidianeidad. Nosotros te llamamos, Si, seguro que yo voy; Allá te llego; No te preocupes que el lunes te pago; Solo una horita y salgo para allá; Llego y te llamo. Gravísimo. Sabemos que las promesas incumplidas les rompen el corazón a los hijos y distorsionan para siempre la credibilidad. Pero no solo a los hijos, a todos nos afecta. No es posible ni con el mayor de los esfuerzos escaparse de pensar en lo que es una promesa de político. Las promesas de lo que hará como también de lo que no hará. Que Dios nos proteja, pero más de lo que hasta ahora ha hecho. No hay candidato presidencial que pueda llegar a su cometido si no dice alguna conjugación gramatical en el sentido: en mi gobierno no pondré más impuestos… para que en el balance final quede acuñada en su memoria como la de otro incumplido. Por ahí dicen que no hay nada más definitivo que un impuesto temporal y la casualidad es que la imposición llega siempre servida en bandeja de promesas. Dijo Mahatma Gandhi que -Se puede confiar en la gente sobre cualquier cosa, salvo si se trata de dinero-. Considero que se quedó corto, a lo mejor evolucionamos para mal y extendimos los elementos de la desconfianza. Admiro profundamente la gente que honra su palabra tanto como su silencio. La que si promete algo es porque sabe a ciencia cierta que dispondrá toda su voluntad y los medios a su alcance para cumplirlo. O calla para honrar con igual valor lo no prometido. Mi admiración por estas personas con la certeza, de que sobre este riel de las promesas cumplidas, podría estar la significancia real de conseguir o no un panorama distinto en cualquiera que sea el entorno donde esa palabra cumplida se concreta. Otro sería el cantar. Trasciende esencialmente porque se involucra en el respeto, en la honestidad, en la educación y en la decencia. Hoy en día hablamos demasiado, pronunciamos miles de palabras que incluyen demasiadas promesas que al incumplirlas, ese mismo taladro, también va acabando con nuestro respeto propio. Y el chiste con que en la era de la secundaria le poníamos un poco (mucho para esa edad), de doble sentido a las relaciones: Prometer para meter y después de haber metido, olvidar lo prometido. Y me encuentro esta misma circunstancia muy recientemente, escuchando una versión en canto fuerte: “Las mejores promesas son aquellas que no hay que cumplir” de Joaquín Sabina. Claro, por supuesto que sí, pero solo en ese mundo irreal. @gpuerta
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