Trastorno

Mié, 01/11/2017 - 06:24
Con cierta frecuencia, cuando viajamos en un avión, pasamos por zonas de turbulencia que parecieran no tener fin. Son minutos que se alargan y se alargan de total tensión y nerviosismo mientras perm
Con cierta frecuencia, cuando viajamos en un avión, pasamos por zonas de turbulencia que parecieran no tener fin. Son minutos que se alargan y se alargan de total tensión y nerviosismo mientras permanecemos paralizados, como ocurre en las peores pesadillas. El sentimiento de impotencia junto con la plena consciencia de que ese terror lo compartimos con todos los pasajeros, empeoran la situación. Algo así es lo que estamos viviendo los colombianos, con la diferencia de que no es un avión capaz de soportar las turbulencias más severas en el que estamos metidos sino, en un país que no está diseñado para ese fin y de que no son minutos sino días, semanas, meses y años de turbulencia. Mientras que en el avión guardamos la confianza de que el piloto nos sacará ilesos de esa zona, en Colombia sabemos plenamente que es el presidente quien, como un suicida, nos ha conducido a la más atroz turbulencia imaginable y nos mantiene en ella paralizados e impotentes. Tan solo de una mente enferma puede nacer una maquinación tan siniestra como la puesta en práctica durante los siete años y pico de este gobierno. Que en distintas circunstancias y a ciertos desgraciados pueblos les haya correspondido tener por conductores a locos de manicomio es algo difícil de entender pero cuando se trata de nosotros como país dirigido por un orate que además es un pícaro de siete suelas, nos corresponde el deber de actuar y no solamente el de entender. Es asombroso que dicho personaje que lleva consigo los peores defectos que pueda tener un ser humano sea Nobel de Paz. Quienes le otorgaron tan alto galardón deberían estar encerrados por ser locos de alta peligrosidad ya demostrada al haber sido cómplices de los desmanes de su premiado personaje quien se dedicó a acabar con su país. El trastorno generado por la acción voluntaria e intencionada de este nefasto personaje que tenemos instalado en la Casa de Nariño es de la mayor gravedad. Conocemos la raíz del mal y nos corresponde actuar contra él de la manera más enérgica si no queremos perecer. Es el reto de toda una nación y el de cada uno de sus ciudadanos. Una reacción conjunta tiene que ser el resultado de la plena consciencia individual de nuestra responsabilidad como integrantes de una colectividad en la que nuestros actos tienen un efecto sobre familiares y amigos como también sobre todos los que conforman el tejido social. Lo que ocurre a nuestro alrededor, como lo que está aconteciendo en cada rincón del país por alejado que esté, está condicionado por nuestras decisiones individuales que no deben ser otra cosa que la respuesta a una catastrófica situación de la que no escapa ninguno de nosotros. De esta zona de turbulencia saldremos tarde o temprano y el trastorno causado por una partida de chiflados podremos comenzar a superarlo cuando pongamos a buen recaudo a sus causantes mientras asumimos el solemne compromiso de reconstruir el país.
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