Uribe, el amarillismo y el clasismo

Dom, 23/07/2017 - 08:05
Que un expresidente diga que un columnista es violador de niños suena tan escandaloso que lo primero que surge es que huele a calumnia. Que una calumnia se presente en la política hoy es casi un hec
Que un expresidente diga que un columnista es violador de niños suena tan escandaloso que lo primero que surge es que huele a calumnia. Que una calumnia se presente en la política hoy es casi un hecho cotidiano en un país donde la guerra sucia se tomó el escenario del debate. Pero la ventolera se ha generado porque el expresidente Alvaro Uribe Vélez parecía sugerir que el columnista Daniel Samper Ospina era como un émulo de delincuentes tipo Luís Alfredo Garabito, ¨La bestia¨ o de Rafael Uribe Noguera, el violador sexual y asesino de Yuliana, o de cualquier cura pederasta, o sea que lo mostraba como un abusador sexual de menores. Y vistas así las cosas, simplistamente, Uribe habría calumniado y debería retractarse. Tamaña afirmación generó de inmediato tremendo revolcón en las redes y por supuesto la obvia reacción de las élites periodísticas, quienes vieron la oportunidad de demostrar que el expresidente pretende castrar la libertad de prensa y amordazar a los periodistas que están en su contra. Con tono airado salieron a gritar a los cuatro vientos que Uribe llegó al tope y que eso responde a su nueva estrategia electoral. Y así sin más ni más intentan despachar el asunto con una carta redactada por una pluma notoriamente mamerta que parecen haber suscrito en caliente y sin masticar. ¨Es hora de que el expresidente Álvaro Uribe Vélez deje atrás la práctica sistemática de difamar, calumniar e injuriar a sus críticos¨, dice. Uribe luego decide aclarar en sus redes que Samper viola los derechos de los niños al burlarse y matonear a la hija recién nacida de su copartidaria Paloma Valencia, con lo cual justifica que existe una violación. Y deja claro que para él los derechos sexuales no son los únicos que se violan sino que todos los derechos son susceptibles de violación. Pero ante la solidaridad de cuerpo de los cacaos de la prensa Uribe lamenta que esos amiguismos escondan una postura cómplice de una prensa, además, comprada y sobornada por el gobierno. Esto hace que los mas extremos como Holman Morris salgan a decir que detrás de eso hay una soterrada invitación a las hordas cristianas para que linchen, o sea asesinen, a Samper. Pero hablando monda y lirondamente lo que ha hecho Uribe es un titular espectacularista para contrarrestar el amarilismo periodístico del que se siente víctima. Es decir ha recurrido al amarillismo. Y los periodistas lo saben pero se hacen los locos. Uribe quiere darles sopa de su propio chocolate. O sea que más allá de solidaridades de cuerpo o de sutilezas populistas de quienes han puesto el grito en el cielo por la afirmación de Uribe, lo que existe aquí es que Uribe quiere mostrar que puede aplicarle a ciertos periodistas, que a su juicio vulneran sus derechos, su propia medicina. A difamaciones solapadas o frenteras de periodistas amarillistas él está dispuesto a medirlos con la misma vara que lo han medido, con amarillismo. Uribe conoce bien la máxima periodística según la cual sí un perro muerde a un niño no es noticia, pero si un niño muerde un perro eso sí es noticia. Por eso recurre al juego de palabras sonoro para debilitar a su rival. Nada diferente a lo que hace Samper Ospina, que la verdad sea dicha, así a veces resulte divertido, lejos está ser humorista político como lo era Jaime Garzón, por ejemplo. Más bien se desenvuelve en la categoría de humorista gramatical. Porque tiene una gran habilidad para hacer juegos de palabras en los que se permite incluso insultar sutilmente como si tuviera patente de corso. O denigrar con licencia para matar civilmente, arropado en la libertad de expresión y el supuesto humor. Samper no le dice perro pero le muestra el tramojo. Y si el otro llega llega a ladrar le da papaya de decirle ladrón. Y aquí está el meollo del asunto. Que existen quienes desde la prensa o desde la política creen que tienen licencia para matar. Son famosos los políticos que han cogido fama justamente a punta del populismo que explotan sindicando gratuitamente de corruptos a otros, amparados en el fuero parlamentario, por ejemplo. Gustavo Petro, Claudia López o Rodrigo Lara Restrepo, son algunos de los que decidieron ganar simpatías electorales calumniando, injuriando o difamando; insinuando o generando sospechas o simplemente echando a andar especies que son fácilmente recogidas por un público ávido de culpables y ansioso de justicierismos. Ellos creen que sus cargos les otorgan el derecho de despotricar impunemente del contrario. Preocupa además que en las élites bogotanas se crea que ese derecho a acabar con la vida y honra de las personas le pertenece a ciertos apellidos aristócratas. Esto se refleja en parte en el debate Uribe - Samper y deja también el sabor de que es una cuestión de clase. No es casual que el padre de Daniel Samper, Daniel Samper Pizano fuera el primero en ganarse el mote de ¨sicario moral¨, como lo llamó el empresario Gustavo Vasco, amigo del entonces presidente Virgilio Barco, cuando sintió que se ejercía en su contra un ¨periodismo inquisitorial¨ que se abrogaba el derecho de birlar el debido proceso, que a su juicio debería existir en el periodismo antes de condenar a una persona, algo que Vasco llamó la parajusticia periodística que amenazaba la democracia y atentaba contra el estado de derecho. No es coincidencia tampoco que el columnista Daniel Samper Ospina escudado en el humor se burle de los defectos físicos de las personas como lo hizo con el exvicepresidente Angelino Garzón cuando estuvo enfermo. O que por ejemplo otro aristócrata y encumbrado columnista de humor, maestro reconocido de su padre, Lucas Caballero Calderón, KLIM. se burlara de un ministro de su época por su color de raza y hablara de poner las cosas en blanco y Bula, para hacer índice racista en el color de piel del entonces ministro costeño de agricultura German Bula Hoyos. Hay al parecer solidaridad de cuerpo en los periodistas y solidaridad de clase en la alcurnia bogotana contra un provinciano paisa con pinta de arriero. Pero como arrieros somos y en el camino nos encontraremos, lo cierto es que por el sendero de echarle más leña a fuego lo que se logra es justamente el efecto contrario. La revirada unilateral y en gavilla de la élite periodística les quita credibilidad. Con algunas excepciones se ha planteado el tema por dónde toca. Ya es hora de que todos, léase bien todos, antiuribistas y uribistas, paremos de calumniar, difamar en injuriar a nuestros críticos. Por esa trocha facilista y acomodaticia poco se contribuirá a abordar el debate de fondo y nada se logrará en el terreno de construir un nuevo ethos para el debate político y para el ejercicio periódistico. En otras palabras, como dice un periodista deportivo en tv: Juego limpio, señores. Sí se mira el tema desapasionadamente y se busca el origen de las cosas habría que intentar analizar la crisis de respeto por el otro y la degradación informativa que afecta hoy a Colombia. Y solo se podría avanzar en el debate sí se objetiviza la discusión desde una mirada imparcial para que se pueda llegar a evitar este tipo de ventoleras. Más que escribir chorros de tinta despotricando de Uribe y de su rastrera forma de atacar a sus adversarios hay que revisar con un espejo la forma en que burla burlando actuamos algunos periodistas y la forma en que a la chita callando actúan algunos políticos, exonerados de antemano de toda culpabilidad por las élites periodísticas y por las elites aristocráticas y clasistas.
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