A veces vulnerable, casi siempre poderosa

Sáb, 10/09/2011 - 00:02
Kathleen Rooney tiene 23 años y reflexiona mientras posa desnuda. Son momentos de quietud que la conectan con su creatividad. Fluyen sus pensamientos. Es modelo de art

Kathleen Rooney tiene 23 años y reflexiona mientras posa desnuda. Son momentos de quietud que la conectan con su creatividad. Fluyen sus pensamientos. Es modelo de arte y este oficio que le produce una “escalofriante combinación de poder y vulnerabilidad, de sumisión y dominación” la confronta de múltiples maneras. Por eso escribe. Surge un texto conectado con la autobiografía, el ensayo y la crónica: Desnuda. Mi vida como objeto, cuya traducción al español aparece en Turner Publicaciones de Madrid. Doble exhibicionismo de una escritora y mujer que se expone con pocas máscaras.

Entonces estudiante de literatura inglesa y luego de escrituras creativas, poeta, Rooney analiza su desnudez. “¿Qué se siente estando ante un grupo de personas cuando eres la única que no está vestida?”. Hay un momento decisivo y electrizante, cuando se quita la bata. Cuerpo en la tarima que a menudo le parece irreal: ella no es ella, sino una desconocida que permite que otros dibujen o fotografíen su cuerpo. Otras veces es un objeto tridimensional, vulnerable y poderoso porque domina la totalidad de la sala. Dueña de la atención de todos. Blanca, casi traslúcida, flaca. “Mi delgadez soy yo”, asegura.

Todo depende de la mirada y de quién la observa. “La desnudez se crea en la mentalidad de quien la mira”, según John Berger. Son más que relevantes las miradas de los artistas que la pintan, la fotografían, la convierten en escultura y casi nunca en objeto erótico. Podrían inmortalizarla, venciendo a la muerte que la obsesiona. Pero verse, revelada en el espejo, es lo más perturbador.  Necesita meditar sobre la belleza. ¿Qué es la belleza? ¿Qué utilidad tiene? ¿Qué significa para los hombres y para las mujeres? ¿Soy bella? ¿Qué pasará con mi cuerpo envejecido?

Lo bello la conecta con lo ético. En occidente, recuerda la escritora, hay dos maneras de concebir la desnudez. Para los griegos era el estado ideal de la figura humana. Para los judíos es una pérdida, un desvío de la divinidad: el estado de las prostitutas, los condenados, los locos, los esclavos. Rooney es católica y no escapa a la culpa producida por esa falta. Su libro es una justificación de ella misma, de su profesión.

Posa por dinero pero le deleita ser objeto de arte, digno de estudio y admiración. “¿Cómo es que te dio por trabajar en esto”? ¿Por qué lo haces? Le siguen preguntando. Para algunos de sus amigos, ella miente cuando dice que su quehacer de modelo es honesto, que le concede privilegios y es liberador. También es riesgo, aventura. Esa ocupación, agregan, perpetúa los estereotipos de cómo deben actuar y parecer las mujeres. Incomprensible en una autora, en una profesora, señalan otros. Desnuda. Mi vida como objeto me fascinó. Relato del hoy que derrumba mitos sobre la escritura al desestructurar el estatus de lo académico que queda ligado a lo íntimo, al cuerpo, sin el cual no somos. Para explicar los pormenores de un oficio considerado banal, pecaminoso. Historia casi sin antifaz de una chica del siglo XXI que se presenta como objeto para afirmarse como mujer, borrando los límites entre el alma y el cuerpo.

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