
Apenas si podía creerlo, estaba frente al célebre cuadro la Mona Lisa de Viena. Podía observarla a mi antojo, casi tocarla, a escasos centímetros de mí admirarle todo su resplandor de oro, era el cuadro del que tanto se habló, del que tanto habían informado los periódicos en su momento, el que había puesto en juego tanta retórica jurídica; y del que con ahínco y pasión me había disertado mi amiga MC; de él en permanencia me hablaba y en parte fue objeto de nuestro viaje: visitar a Adèle en New York, “
es mi única condición de viaje”, me lo advirtió enfáticamente mi querida MC. Acaté su consigna más por compromiso que por convicción, y bien que así haya sido, esto justificó aún más este viaje invernal, e hizo menos sufrible el recorrido bajo la lluvia y el soportar empapados pantalones, abrigo y bufanda en el recorrido a pie y en la larga “
line” ante el Neue Museum donde la obra se exhibe desde el 2006.
Un circuito por el museo se impone antes de saludar a Adèle, porque instruye sobre el contexto de la entreguerras, una época gloriosa cultural y económicamente para Alemania, que la envalentonó, y la hizo acrisolar de nuevo deseos y posibilidades de dominar el mundo y crear el peor engendro que haya parido la especie humana: Hitler.
Junto a la “
La dama de oro”, así rebautizaron los nazis al cuadro de Adèle, comparten honores importantes pintores de la época: Kandinsky, Klee, Egon Schiele, Kokoschka y otros tantos; es, sin embargo, la tía Adèle la reina del lugar.
Grande historia y recorrido tiene el cuadro recubierto de oro y estampados de ojos egipcios, triángulos y otras figuras geométricas que realzan la refulgencia dorada, dejando de Adèle al descubierto sólo su cara, manos y escote, y un descomunal collar que engasta vistosa pedrería. El cuadro recuerda la pictórica de las madonas italianas medioevales y su desborde de oro de las iglesias italianas que tanto impactaban al pintor.
Las hermanas Adèle y Marie-Therese Bauer se unieron en matrimonio con los hermanos Ferdinand y Gustav Bloch. Mientras la familia Bauer era de ricos banqueros austríacos, los Bloch poseían industrias azucareras. Ambas familias muy adineradas contrajeron estos casamientos más por conveniencia económica y social que por razones afectivas. Familias opulentas, de cuna noble en donde todo brillaba, así como el retrato de Klimt, pero con un solo problema: eran judíos, esto las volvió objeto de persecución nazi cuando se instauraron nauseabundamente en el poder.
Adèle y Ferdinand no tuvieron descendencia, mientras que Marie-Therèse y Gustav tuvieron varios hijos entre los cuales María, apellidada Altmann a su matrimonio con Fritz Altmann, un cantante lírico.
Ferdinand gran coleccionista de arte hizo retratar a su esposa por el conocido pintor Klimt en dos ocasiones, la primera en 1907. Parece que una relación amorosa secreta tuvo lugar entre modelo y pintor. Al ver incautados sus bienes y valiosas obras de arte, Ferdinand huyó a Checoslovaquia de donde también escapó a la invasión nazi a ese país, estableciéndose y muriendo en Suiza en 1945. Adèle había fallecido de meningitis en 1925 a la edad de 43 años, siete años después de Klimt.
A la ocupación nazi de Austria, María y Fritz escaparon a EEUU, después de un riesgoso periplo por Colonia, Holanda e Inglaterra.
De esta manera el valioso cuadro de la “Tía Adèle” fue usurpado en 1938 por los nazis –por Göring, el sangriento comandante supremo de la Luftwaffe–, así como muchísimas más obras de arte –650 mil– cuya inmensa mayoría nunca fue recuperada; “La Tía Adèle” fue a dar al museo Belvedère de Viena. Seis décadas permaneció allí el retrato de Adèle (y otras obras de la familia Bloch-Bauer), con la justificación de un escrito de Adèle mediante el cual legaba sus retratos a este museo. Dispendiosa fue la batalla jurídica para esclarecer que estos cuadros en realidad no pertenecían a Adèle, sino a su marido Ferdinand cuyo testamento fue localizado sólo en la década de los 90s cuando las fuertes presiones públicas obligaron a abrir los archivos nacionales y descubrir que Ferdinand, único propietario de las obras, había dejado en herencia estos cuadros a sus sobrinos; para entonces, ya sólo sobrevivía María Altmann naturalizada y residente en EEUU.
Sus más de 80 años no fueron óbice a María para dar una batalla jurídica valiéndose de la ley austríaca de restitución del arte expoliado por los nazis. Para ello llamó al joven abogado de origen judío Randol Schoenberg, nieto del gran compositor musical Arnold Schoenberg –el creador de la música atonal– y juntos dieron una feroz batalla jurídica que los llevó a desafiar al gobierno austríaco e incluso al estadounidense, hasta obtener razón de la Corte Constitucional estadounidense. Con este fallo en mano y luego con un arbitramiento de jueces austríacos obtuvieron una contundente victoria legal, a pesar de la fuerte oposición del gobierno austríaco y de sus ciudadanos; es así como el cuadro de la “Tía Adèle” y otros cinco más de Klimt fueron trasladados a EEUU y entregados a María Altmann. La realidad es que ella no deseaba los cuadros y ni siquiera buscaba el dinero que estos representaban, se contentaba con hacer justicia a un país que había colaborado con los nazis y que había usurpado arbitrariamente los bienes de su familia.
Tiende uno a compadecer a Austria por la pérdida de estas obras de arte, así como al hecho de haber sido invadida por la Alemania hitleriana, sin embargo, un estudio histórico lo saca uno de la piedad inspirada, al entender que Austria aceptó con beneplácito esta anexión y fue con alborozo y vítores que recibió a las tropas de ocupación en 1938; se derrumba el mito de que Austria hubiera sido la primera víctima del Tercer Reich, fue una Austria nazi que colaboró con Hitler, es esto lo que María Altmann quiso enfatizar y en cierta forma castigar 60 años después.
Así las cosas, una vez recuperados los cuadros y reubicados en EEUU, María vendió el cuadro de la “Tía Adèle I” a Ronald Lauder propietario de la galería Neue de New York por us$135 millones, mientras los otros cinco fueron subastados en la galería Christie's por us$190 millones. Estos dividendos fueron en su mayoría donados a instituciones de beneficencia. La condición de venta de María Altmann fue que el cuadro de su tía debería permanecer en exhibición pública. Gracias a ello no está oculto en una colección privada y hemos podido con mi amiga MC engrosar la multitud de personas que admiran esta estupenda pieza de arte, ahora parte de la colección artística newyorkina, una pieza valiosa
per se, pero revalorizada por su recorrido e historia que tejió a su derredor.
En aquella colmada sala del Neue cree uno ver a María Altmann niña, luego recién casada luciendo el collar del retrato de su tía Adèle que le fue regalado y que desapareció, y más tarde a la octogenaria frente al cuadro, reviviendo las duras etapas de su vida y en cada una de ellas esbozando recuerdos de reacción y problemática diferentes, mientras evocaba a su tía como alguien “
Enferma, sufriente, siempre con dolor de cabeza, fumando como una chimenea, terriblemente frágil, oscura. Un rostro espiritual, delgada, elegante. Complaciente, arrogante". María murió en 2011 a los 94 años.
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PD: El reciente filme, “
La dama de oro”, retrasa la historia y recuperación de este cuadro.