Y esto se acabó

Lun, 29/12/2014 - 14:30
Los ciclos anuales se convierten en un medidor indispensable. Por mucho que nos resistamos a las celebraciones del 31 y digamos que para nosotros no significa nada, que es apenas un día más, termina
Los ciclos anuales se convierten en un medidor indispensable. Por mucho que nos resistamos a las celebraciones del 31 y digamos que para nosotros no significa nada, que es apenas un día más, terminamos haciendo balances y recuentos de lo sucedido en los doce meses pasados. Nuestra razón y nuestro corazón se adaptaron a ese sistema métrico y es difícil escapar a sus leyes, tanto que caemos en la trampa de creer que pasado mañana, primero de enero, estaremos frente a un libro en blanco, donde nada de lo pasado vale y cada página será escrita desde cero. Reparecen las promesas que no fuimos capaces de cumplir el año pasado, a partir de mañana no fumo, no bebo, hago dieta, firmo la paz, etc., etc. Los ciclos son tan importantes para la vida que si no existieran habría que inventarlos. Las semanas necesitan sábados y domingos, la agitación del día necesita el sueño reparador de la noche y así para cada proceso debe existir una pausa, un cambio de ritmo. Es imposible mantenerse siempre acelerado, siempre ocupado, siempre alerta. Vivimos de ciclo en ciclo para que el funcionamiento sea adecuado. Pero entre tantos ciclos, la pausa más sentida, más universal, más profunda, sea esta del final del año. 365 días son suficientemente largos como para que se produzcan hechos importantes, se alcancen metas, se consoliden procesos, por eso a media noche del 31 nos embarga un sentimiento confuso hecho de tristeza, satisfacción, vacío. Los recuerdos gratos se entremezclan con las sensaciones amargas, lagrimas de tristeza y felicidad se juntan en un estremecimiento confuso de culpa y esperanza. Brindamos con entusiasmo por lo que viene y miramos lo pasado con cierto alivio. El año Viejo y el año Nuevo, se han llenado de símbolos en casi todo el planeta. En Colombia las veredas se llenan de retenes donde se pide plata para deshacerse de un muñeco hecho de ropas viejas, es necesario quemar con él todo lo malo del año. Y por la noche, para recibir el año Nuevo se multiplican los agüeros con el único propósito de llamar la buena ventura: calzones amarillos algunos al revés para atraer novios, paseo alrededor de la cuadra con maletas para el turismo, comer doce uvas con un deseo para cada mes, brindar con champaña mirándose a los ojos o, como inventamos en mi familia, sentarnos en tapetes persas para garantizar los viajes que no estaban asegurados por lo de las maletas. Por supuesto voy a hacer todo esto, voy a llenarme de ilusiones en esa noche de fantasía y sueños porque estoy convencida que el 2015 será maravilloso: tendremos la Paz, esa coqueta y esquiva paz que se nos ha embolatado por cincuenta años, pero que ahora sí va a llegar cualquier día de los 365 que se inician la noche del 31. Y me voy a sentar sobre el tapete (imitación persa debo confesar) para que se vayan de viaje los violentos y nos dejen construir este país que se merece una nueva oportunidad sobre la tierra, como diría alguien que nos abandonó el año pasado y que tanto extrañaremos. A todos y todas quienes el 31 van a brindar con ilusión: Feliz Año!! Nos vemos el año entrante. www.margaritalondono.com http://blogs.elespectador.com/sisifu/
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