¿Y la participación ciudadana qué?

Mar, 18/10/2011 - 00:03
Ya prácticamente los candidatos firman el epilogo público regional de sus periplos y lánguidos debates,  para entregarse al favor,  que no fervor popular,  pues  pocos  de los aspirantes  log
Ya prácticamente los candidatos firman el epilogo público regional de sus periplos y lánguidos debates,  para entregarse al favor,  que no fervor popular,  pues  pocos  de los aspirantes  logran concitar nítidamente la voluntad electoral de las mayorías  cívicas. El caso de Bogotá es alegórico, los aspirantes más fuertes  se hallan por debajo de un tercio de la voluntad electoral, pudieron más los apetitos personales que la capacidad de agruparse para presentarle a la ciudad propuestas más definidas y claras. Demasiados candidatos y muy pocas ideas diferenciadoras, lo cual resulta más revelador en materia anticorrupción, porque  la devastación de la ciudad daba pie para esperar  mayor claridad conceptual de los candidatos y las candidatas nodales. Los programas  y propuestas  frente  a un tema  central para los destinos regionales del país, como la lucha contra la corrupción presenta graves falencias  que invitamos a rectificar -aun pueden hacer parte final de sus discursos para seducir al electorado dubitante-.  El siguiente sería  algo así como el inventario de elementos de depuración de la cosa pública  que poco y nada se advierten en la palestra pública:
  1. Participación ciudadana. Como parte  de una estrategia anticorrupción los candidatos se disputan en el terreno personal quien tuvo más coraje, o quien destapó cuál escándalo y quién no, para  anteponer  dicho talente como la clave  en la resolución del problema de la cultura de la trampa y la mordida, lo cual es insuficiente  como fórmula en sí misma.
  2. Un cartel, como el de la contratación, no se desmonta con discursos, ni con determinación de la administración. De hecho, los carteles  de la corrupción también pervierten y capturan bajo el discurso de la tecnocracia, aún a pesar  de administradores públicos íntegros, pues la probidad es también uno de los discursos que se venden en las oficinas de consultores a sueldo, y los hay de todos los precios, colores y sabores.
  3. Control social. Pese  a los esfuerzos  de los órganos  de control y judiciales en materia anticorrupción, ellos son insuficientes, y no solo precisan sino suponen una sociedad civil organizada  y actuante que les provea insumos de investigación, y aporten el componente de  sanción social frente a desmanes en el manejo perverso de la cosa pública.
  4. Veedurías ciudadanas. Ningún candidato ha citado siquiera el tema del apoyo y promoción de las veedurías  como mecanismo excepcional,  y más aun obligatorio, en la vigilancia  de la gestión pública. Esta  falencia  resume las anteriores y la miseria de los programas en esta materia.
  5. Estatuto Anticorrupción. Dicha norma  recientemente expedida aporta  elementos y herramientas insoslayables en la transparencia pública, claramente desconocidas por los candidatos.  A los candidatos más  les vale tomar un curso acelerado de actualización antes  de resultar electos, o de dedicarse al control político, quienes  no resulten vencedores.
  6. Reingeniería administrativa.  La contratación pública  en la capital de la República  colapsó tanto en la Alcaldía Mayor, por cuenta de los Nule y compañía  ilimitada de profesionales saqueadores públicos, que los esquemas a futuro necesitan un cambio profundo que no se soluciona con frases de cajón como “cuando salga  electo(a) yo personalmente estaré frente a la contratación en el Distrito” – pues eso decía Samuel…
  7. Los órganos  de control regionales, tanto contralorías departamentales y municipales, así como las personerías, no sirven para contener la corrupción sino para alimentarla: son un peaje  en la doble calzada de la pavimentación de los recursos públicos, que corre de un lado en favor  de contratistas, y del otro de mercenarios al frente  de la administración pública.
  8. Muchas  de las anteriores posturas demandan hondas en la estructura del Estado, y que por lo mismo pase a reflejarse regionalmente, solo el peso de las regiones puede ordenar los pilares de la deformación marchita  de la descentralización podrida o mejor, de la parte pervertida  de la administración torcida.
La transformación en la lucha contra la corrupción demanda determinaciones articuladas desde y para las regiones, por tanto el discurso centralista y representativista para sanear la cosa pública desde el centro no es más que eso, un discurso importante, necesario, pero abiertamente insuficiente. Presiento, que  por fallas como las anotadas, que habrá  que esperar que la corrupción nos pase la cuenta de cobro  de nuevo dentro de los siguientes cuatro años, -de una forma más refinada, tecnocratizada y discreta que igualmente letal- sin embargo, fervientemente guardo el  deseo -y me reservo el sagrado derecho-, de equivocarme.     veedoressinfronteras@gmail.com reddeveeduriasdecolombiaredver@gmail.com    
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