
En la península ibérica del siglo XIII una de las disputas principales era la conquista de territorios dominados por los musulmanes. En ese mismo periodo histórico sobresale una figura que es recordada tanto por su fiereza en ese combate como a sus aportes por la cultura: Alfonso X de Castilla.
Nació en Toledo el 23 de noviembre de 1221. Fue el primer hijo de Fernando III, quien llegó a ser rey de Castilla y de León, y de Beatriz de Suabia (hija de Felipe, rey de Alemania). Su composición familiar llevó a que su formación estuviera orientada a aprender los quehaceres de los gobernantes para que estuviera preparado cuando le llegara la hora, que, naturalmente, le llegó en 1252.
Entre ese año y 1284 mantuvo los tronos que poseía su padre y se adicionó más tarde los títulos de Toledo, Gallizia, Sevilla, Córdova, Murcia y Jaén. A ese cargo llegó con un gran prestigio gracias a que en su trayectoria militar participó de la conquista de terrenos que para ese momento eran de los musulmanes. Entre los más recordados la toma de Murcia, en 1245, y la de Sevilla en 1248.
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Su reinado es recordado por propuestas unificadoras y alianzas estratégicas con otros gobernantes, que lo llevaron a crear documentos normativos que se mantuvieron vigentes durante muchos años, como las Siete Partidas, una especie de código penal que incluye temas filosóficos y morales.
También en el área de la escritura, Alfonso X fue el principal promotor y financiador de la Escuela de traductores de Toledo, una unión de especialistas conocedores de varias lenguas que se encargaron de pasar al castellano grandes obras históricas, científicas, filosóficas y literarias; y, desde allí, promover también la unificación de su lengua.
Alfonso se ganó para la historia nombre complementario de “el sabio” y su muerte se dio en Sevilla, en 1284, cuando tenía 62 años. Justo por ese año se enfrentaba en más guerras por retener territorios e intentaba resolver una disputa por ser su sucesor.