El matrimonio de un elefante con una paloma

Sáb, 06/07/2013 - 01:06
Frida Kahlo  murió en julio de 1954. En una fotografía que se hizo célebre aparecen el cuerpo yaciente de Kahlo y la pesadumbre dolorosa de Diego Rivera. Uno como el otro, un universo inmenso y co
Frida Kahlo  murió en julio de 1954. En una fotografía que se hizo célebre aparecen el cuerpo yaciente de Kahlo y la pesadumbre dolorosa de Diego Rivera. Uno como el otro, un universo inmenso y complejo. Ambos, una colosal historia. Frida descansa, no sin antes sufrir la amputación de su pierna derecha hacía un año (1953), pérdida que se sumó a las múltiples operaciones y tratamientos con que convivió desde su infancia. Esa fue su vida: una relación cercana, vital con el dolor. Físico y espiritual. El primero como consecuencia de la poliomielitis que padeció en su niñez y el fatídico accidente en 1924, cuando tenía 17 años, que la descuadernó y mantuvo en cama durante más de un año, y cerró abruptamente la posibilidad de ser madre. Además, la angustia del enclaustramiento obligado, el no valerse por sí misma, la llevó hacia la introspección personal y creó el ambiente para la lectura, la poesía y la pintura. Y su otro gran dolor fue Diego Rivera. De los dos sendos accidentes, según la conocida frase de Frida, Diego fue el peor. Lo fue, por su irremediable infidelidad y galantería desproporcionada. Por el extraño magnetismo que tenía con las mujeres (especial y significativamente, con su hermana Cristina) y el juego de mentiras y hábitos de cada quien que hacían que el matrimonio estuviese siempre a punto de irse al barranco. Eran opuestos, un contraste en lo inmediato y lo trascendental: él regordete, vestido de trajes oscuros, con su sombrero de ala ancha y el puro en la mano; ella, menudita, flaca, con traje de tehuana, que era el preferido de Rivera. ‘El matrimonio de una paloma y un elefante’, así se llama un cuadro que Kahlo pintó días después de la unión. Y en lo trascendental: él fue siempre el primer admirador de la obra de su esposa, ella en cambio, fue su más dura crítica. El juego de amor y odio entre ambos no fue casual sino una faceta de su relación, “¿tengo el impulso de hacerla sufrir hasta el cansancio?”, confesó Rivera. A ella la frase de Tolstoi le encaja muy bien: “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Se puede interpelar a favor de Diego Rivera, que a cambio de sus faltas, fue siempre leal, como compañero, amigo y esposo. Como ser humano. ¿Se puede ser infiel sin ser desleal?, esa es la pregunta que está en el meollo de esta foto, que es reflejo fiel de la unión en un momento cerrado al tiempo y lo intrascendente. El único consuelo de Frida Kahlo antes de fallecer fue que moriría antes que él, dolor que sí la hubiese destruido, y no podía siquiera imaginar. Y así ocurrió, descansó en los brazos de su esposo. Fue un final idílico, magistralmente trágico y profundamente humano. Frida Kahlo, Kienyke Frida conoció a Diego Rivera a través de Tina Modotti. Anteriormente, en 1922, había tenido ocasión de observarlo, durante la realización de su primer mural en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria. En su periplo por Europa (1940), Kahlo y su obra fueron vistos como extrañas, diferentes, aunque el ideólogo surrealista André Breton no dudó en incluirla en su movimiento artístico y sumar su nombre a la fila de los creadores oníricos. A lo que Kahlo ripostaba recordando que su obra no era la elaboración de imágenes inconscientes sino el testimonio de un dolor real. Por otro lado, sus trajes inspirados en la diosa Coatlicue con los que asistió a inauguraciones y cócteles en París, sus accesorios de colores vivos, su sensual y exótica belleza no pasaron desapercibidas por los franceses. La diseñadora Coco Channel rindió tributo a su personalidad, a la irresistible sugestión de su imagen, y la revista Voghe la sacó en portada por aquel mes. Europa dejó muchas cosas: exposiciones, codearse con la vanguardia artística parisiense, banquetes, regalos, amantes, compañeras furtivas, dinero. Pero esto se zanjaba, se oscurecía con la ausencia de Diego (su amante, su compañero, su confidente. Nunca su Diego, pues él no era más que de sí mismo), por aquellos días de retiro en Los Ángeles, tras su temporal separación. Frida regresó a su casa Azul en el DF, donde continuaría el padecimiento y la desdicha. También sus aventuras, pequeñas venganzas, como el affaire con el perseguido y exiliado León Trotsky, quien admiró su autenticidad y frescura, su vivaz inteligencia, pero sobretodo, su carácter. El director ruso Eisenstein tendría una opinión similar. En esta temporada final, Rivera regresó al lado de Kahlo. Es una imagen para la posteridad, de Diego sin Frida, y de Frida sin ella misma, como tanto lo anheló. Lea también Freud y la cocaína
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