Con la mayoría de los novelistas de los siglos XIX y XX la vida suele ser el camino más útil para entender la obra. Su tendencia general a escribir historias realistas, aunque muchas veces dirigidas por preceptos diversos, según la época y la escuela de la que fueron parte, permite ver la obra como un comentario sobre la vida que les tocó. En el caso de Henry James, sin embargo, los factores están intercambiados, ya que parece haber escogido su vida de modo que se adaptara a la obra que le tocó, que le estaba destinado escribir.
Henry James nació en Nueva York en condiciones que le hubieran permitido vivir sólo de la literatura y la crítica. Estudió leyes en Harvard, entró rápidamente en el radar de las revistas y los círculos literarios de Estados Unidos, que hacia finales del XIX, cuando ya Melville, Thoreau, Emerson y Longfellow habían escrito sus obras maestras, se daba el lujo de ser independiente de Inglaterra. Las primeras novelas de James, escritas en Nueva York, entre las cuales la más memorable es Watch and Ward, fue tan exitosa como la primera novela de un autor puede llegar a ser, y fue leída por la mayoría de críticos como promesa de futuras obras maestras.
Sin embargo, a los treinta años James se fue de viaje por Europa, y decidió quedarse para siempre en Inglaterra, donde nadie lo había leído, donde su apellido no evocaba nada, donde no conocía a los escritores del momento. La elección, en una época en que la comunicación y colaboración entre países no me permitía a un escritor vivir en un continente y hacer carrera en el otro, resultó inesperada para varios y del todo incomprensible para algunos. Pero ya las primeras novelas que escribiría en Inglaterra habrían de explicar su decisión, pues todas, sin falta, trataban el tema de las relaciones entre los ingleses, los viejos guardianes de la lengua y la cultura sajona, y los norteamericanos, los nuevos aspirantes al dominio de las letras en inglés. En esas novelas los ingleses son elegantes, cultos y casi siempre corruptos, y los norteamericanos son burdos, ignorantes de la alta cultura, pero valientes y emprendedores. No se trata de una crítica y mucho menos de una burla a los ingleses, sino de representar una relación intelectual complicada, llena de prejuicios y complejos. De esa época son Portrait of a Lady, su novela más famosa, Washington Square y The Bostonians, en que los críticos del momento no supieron leer las intenciones finales de su autor: crear un nuevo vínculo entre esas dos literaturas, ya no del modo en que había existido unas décadas atrás, con los norteamericanos como pupilos de los ingleses, sino una relación balanceada, en que ambos lados pudieran nutrir sus libros con las ideas de los libros de los otros.
En ese sentido es que en el caso de James la obra parece ser la clave de la vida, y no al revés, pues su mudanza a Inglaterra fue lo que le permitió escribir las novelas que pretendía escribir, con suficiente conocimiento de Inglaterra para que no fueran leídas como una parodia, pero habiendo iniciado su carrera en Nueva York, para que no se lo considerara un autor inglés y se lo leyera en ambos lados del Atlántico. Es por eso que los críticos más modernos finalmente lo llamaron justamente el escritor transatlántico, evidenciando de ese modo el papel histórico de sus novelas.
La verdadera comunión entre las dos culturas, sin embargo, no habría de centrarse tanto en su obra como en la del poeta T.S. Eliot, también americano de nacimiento e inglés por elección, cuya obra hoy hace parte de ambas literaturas y abrió importantes caminos literarios en ambos continentes. Pero la obra de Eliot, como él recalcó numerosas veces, le debe a la obra de James más que a la de ningún otro escritor, y así es que ese novelista que le atribuyó una responsabilidad tan grande a sus novelas, terminó por cumplirlas con los poemas de otro escritor, pero terminó por cumplirlas. Un año antes de su muerte, James se hizo por fin ciudadano inglés, y de ese modo logró hacer de su vida el símbolo de su obra: cuando murió en Londres, era un inglés que moría en Inglaterra, y cuando lo enterraron, en Massachusetts, era un americano que al final de su vida volvía a la tierra de la que salió.
Henry James
Lun, 28/02/2011 - 00:00
Con la mayoría de los novelistas de los siglos XIX y XX la vida suele ser el camino más útil para entender la obra. Su tendencia general a escribir historias realistas, aunque muchas veces dirigida