La obra de Johannes Vermeer es de una claridad y de una sencillez apabullante. Sus cuadros representan escenas cotidianas y casi insignificantes de la vida de su tiempo, porque Vermeer había entendido, a diferencia de la generación inmediatamente anterior, que cualquiera que sea el tema que se escoja, la mirada particular del pintor siempre se verá reflejada en la forma de pintar. Entonces pinta mujeres que tejen, que duermen o que sirven la leche, y canales y callejones sin ninguna particularidad, concentrándose en cambio en el modo en que nos muestra esas mundanas escenas.
Pero su vida, en cambio, está minada de misterios. En vida, su fama no superó los límites de su natal Delft, y su redescubrimiento por parte de críticos e historiadores del arte dos siglos más tarde es la causa de que los datos de su biografía sean escasos y muchas veces dudosos. De la mayoría de sus cuadros se desconoce la fecha, la cual los expertos tratan de precisar a través del análisis químico de las pinturas que usaba. Se sabe que pasó largos periodos de escasez económica, pero es justo en esos períodos en que usó con más generosidad las pinturas más caras, como el ultramarino, pigmento del lapislázuli. Se cree que usaba una camera obscura o cuarto oscuro para calibrar la luminosidad de los colores, pero no se puede demonstrar que así lo hizo. También se sabe que pintó poco porque trabajaba muy lento, y sin embargo muchos de sus cuadros han sido erróneamente atribuidos. Algunos son obra de pintores holandeses posteriores, pero Vermeer nunca tuvo pupilos y por consiguiente no armó escuela. Otros tantos son falsificaciones hechas en el siglo XX por el hoy famoso Han van Meegeren, pero muchas de ellas fueron compradas y vendidas como originales por museos y galerías.
Tal vez sea este el motivo por el cual la obra de Vermeer ha inspirado tantas otras obras de arte, tanto pictóricas como literarias. Ejemplo de las primeras es la versión surrealista que hizo Dalí de La encajera. Ejemplo de las segundas es la novela de Tracy Chevalier, La joven de la perla, que especula sobre la identidad de la joven retratada en el cuadro del mismo nombre. Pero también es famosa la escena de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, en que Bergotte fija su atención en un muro amarillo con un techo del cuadro Vista de Delft, del que Proust había declarado repetidas veces ser un gran admirador. Sin embargo, la escena desata un nuevo misterio, pues resulta que en el cuadro de Vermeer no hay nada parecido a un muro amarillo con un techo.
Vermeer murió a los 43 años en la misma ciudad en que nació y en que vivió toda su vida, pero ni siquiera al respecto de su nombre lograron ponerse de acuerdo sus vecinos. Johannes dice su partida de bautismo; su lápida dice Jan.

