Matías I Corvino

Vie, 11/02/2011 - 00:00
Matías Hunyadi nació en Cluj-Napoca, un pueblo del sur de Transilvania, hoy parte de Rumania, pero en esa época terreno medio del amplio reino de Hungría, que se estiraba al Norte más allá de Vi
Matías Hunyadi nació en Cluj-Napoca, un pueblo del sur de Transilvania, hoy parte de Rumania, pero en esa época terreno medio del amplio reino de Hungría, que se estiraba al Norte más allá de Viena y al Sur hasta Budapest. Su padre, el conde Julio Hunyadi, príncipe regente de reino, había sido un legendario general del ejército, responsable de mantener la amenaza turca del otro lado de las fronteras. De viejo, sin embargo, el conde Julio decidió retirarse a Babadag, a las costas del Mar Negro, para descansar un poco de la guerra y dedicarse a redactar una necesitada historia del reino, acompañado de unos cuantos elegidos discípulos. Pero no se marchó sin antes haberle asegurado el trono a su hijo, que corría el riesgo de caer en las voraces manos de Carlos II de Habsburgo, desesperado por ver coronado a su hijo Juliano el Carolingio, que era músico y jurista. Algunas fuentes, sin embargo, afirman que tales juegos diplomáticos en realidad fueron obra de María Szilágyi, madre del futuro monarca y que habría de pasar a la historia como la “mujer heroica”, tras sus valientes denuncias de los excesos del rey Ladislao, que habrían de conducir a la guerra civil con la que Matías se aseguraría el trono y que fueron sin duda admirables proviniendo de una noble dama del Renacimiento. Hasta el día de hoy la estampa del rey Matías I figura en los sellos y billetes de Hungría, y su memoria en la historia de ese pueblo que aún agradece su reinado. Esto se debe a que ese reino, hasta entonces arrasado por las guerras con los turcos y la avaricia de sus señores feudales, habría de vivir bajo el mando de Matías I un verdadero Renacimiento, económico y social pero sobre todo artístico e intelectual, que hizo que el período mereciera ese nombre por mérito propio y no sólo por asociación con los procesos similares que se dieron paralelamente en Italia y que todos conocemos. Por supuesto, los dos procesos no fueron del todo independientes, y su relación se debe a la educación italianizante de Matías I, a la que le debió su influencia mediterránea, su fascinación por los humanistas italianos, y su encuentro con Alejandra de Nápoles, con la que habría de casarse y divorciarse numerosas veces hasta el final de sus días. Cuando subió al trono, con apenas 15 años, Matías I hablaba siete idiomas y había reunido una biblioteca que habría de llamarse la Biblioteca Corviniana, sólo superada en el momento por la del Vaticano, y que le valdría el apelativo de “el sabio”. Universidad de Budapest A pesar de tener el apoyo del pueblo y de la nobleza, Matías debió luchar durante décadas contra varios conspiradores pretendientes al trono, entre los cuales Federico III, mecenas Occidental de las artes y némesis cultural de Matías I, y Manuel el Póstumo, que intentó tomarse el crédito de la fundación de la Biblioteca Corviniana para sonsacarle parte de su apoyo popular. Como respuesta, Matías I envió un contingente de húsares mercenarios conocidos como el Ejército Negro a las tierras de Manuel el Póstumo, rey de Moravia Silesia y Lusacia, y apropiándose de ellas las añadió a su ya extenso reino. El último de esos encuentros, sin embargo, no resultó tan exitoso, pues ocupado en la lucha contra los turcos, Matías I no previó el ataque de Yago Citrus, rey de Moldavia, que se preciaba de merecer el apelativo de sabio más que el monarca, y que le usurpó la región de  Chilia, mereciéndole un flechazo en el costado durante la batalla y haciéndolo caer prisionero del despiadado Yago. Sin embargo, un grupo de soldados moldavos, secretamente fieles al Corvino, lo ayudaron a escapar de la cárcel y le consiguieron un despacho nocturno hacia el Occidente, ya que no podía atravesar las vigiladas fronteras de su propio reino. De la enemiga Francia Matías I pasó en barco a la aliada Inglaterra, en que la corte lo alojó en la aislada ciudad de Norwich mientras le conseguían un transporte seguro de vuelta a su palacio real. Durante esa estadía Matías I encontró un soterrado gusto por la literatura y la historia de su tierra, la cual en gran medida es responsable de los numerosos mitos y leyendas que sobre su persona habrían de formarse en los últimos años de su vida. De hecho el nombre de Corvino proviene justamente de esa época, pues recién llegado de vuelta a su reino, Matías I anunció el cambio del escudo de su familia, al que pretendía incorporarle un cuervo que en el pico llevara un anillo. Explicó que cazando en los bosques de Norwich había perdido el anillo heredado por su padre, y viendo que un cuervo se lo llevaba, lo persiguió hasta darle alcance. La anécdota resultó tan del agrado de los húngaros que desde entonces llamaron a su rey el Corvino, al que lo siguen los cuervos, y aún hoy los libros infantiles la repiten, aunque muchos historiadores la creen, junto a tantas otras, producto de la imaginación del monarca, que de viejo había ido perdiendo la noción de la frontera entre la realidad y la ficción. En otra ocasión, frente a su corte, Matías I confesó que en varias ocasiones había abandonado de incógnito el palacio y viajado por el reino, espiando a nobles y jueces y ayudando a los desfavorecidos que encontraba en el camino. Ese también se volvió un clásico húngaro y le significó un nuevo apelativo, “el justo”, aunque los intelectuales, incluso los que la oyeron de primera mano, la temieron apócrifa debido a su similitud con una leyenda inglesa atribuida al rey Arturo y que Matías I sin duda conoció durante su exilio británico. Los últimos años de su reino fueron tal vez los más pacíficos y florecientes de la historia de Hungría, y Matías I pudo dedicarse al fomento de las artes y las ciencias, a construir la universidad de Budapest, que aún lleva su nombre, al igual que la iglesia Corviniana, una de las más bellas construcciones renacentistas en la ciudad. El reino, que a la fecha de su muerte ocupaba el territorio más grande que había ocupado jamás, se dividió entre sus hijos, que lo dejaron perder lentamente en las sucesivas campañas de los turcos otomanos, y que también habrían dejado perder la memoria de su justo y sabio padre de no haber sido porque esta ya estaba mezclada inextricablemente a la tradición oral y las leyendas populares del pueblo húngaro, que cinco siglos después no ha ni siquiera empezado a olvidarlo. Estatua Matías I Corvino, Iglesia Corviniana.  
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