En el Día Internacional de los Trabajadores recordamos a los 'Mártires de Chicago', sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en Estados Unidos por participar en las jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de 8 horas, que tuvieron su origen en la huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en la Revuelta de Haymarket.
Escuche la historia del Día Internacional de los Trabajadores:
Esta fecha se convirtió en una jornada reivindicativa de los derechos de los trabajadores y ahora es celebrada en la mayoría de países, aunque algunos países se niegan a dar este reconocimiento a la lucha obrera como es el caso de EE. UU. y Canadá.
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El motivo que dio lugar a esta fecha está relacionado con los albores de la Revolución Industrial en los Estados Unidos. Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada de ocho horas. Uno de los objetivos prioritarios era hacer valer la máxima de: "Ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso".
El 1 de mayo de 1886, 200 mil trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200 mil obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro. En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peores que en otras ciudades del país, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo.
Los mártires
Estos sucesos costaron la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales, fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes europeos: italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos, polacos y de otros países eslavos.
Michael Schwab, alemán, de 33 años, era tipógrafo y fue condenado a cadena perpetua. Recordado por su discurso: “Hablaré poco, y seguramente no despegaría los labios si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que se acaba de desarrollar. Lo que aquí se ha procesado es la anarquía, y la anarquía es una doctrina hostil opuesta a la fuerza bruta, al sistema de producción criminal y a la distribución injusta de la riqueza. Ustedes y sólo ustedes son los agitadores y los conspiradores.”
El 11 de noviembre de 1887 se consumó la ejecución de:
Adolf Fischer, alemán, tenía 30 años y era periodista: “Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno... pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida”.
Albert Parsons, estadounidense, 39 años, periodista, esposo de la mexicana Lucy González Parsons aunque se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente.
“El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme.”
August Vincent Theodore Spies, alemán, tenía 31 años y también era periodista.
“Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia. [...] Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”.
Louis Lingg, alemán, tenía 22 años y era carpintero. Para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.
“No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!”
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas a varios centenares de miles de obreros. El propio Federico Engels, compañero de Karl Marx, recogía este hecho en el prefacio de la edición alemana de 1890 de 'El manifiesto comunista'.