La Buenos Aires del cambio de siglo en que nació Roberto Arlt era una ciudad a medio hacer. Centenares de inmigrantes europeos bajaban diariamente de los transatlánticos huyendo del desastre político italiano, de la crisis económica alemana, de la hambruna que azotó por décadas a Irlanda. Venían a “hacer la América”, a tratar de empezar de cero en una ciudad en que aún todo estaba por hacerse. Durante la Colonia Buenos Aires fue un pequeño puerto pirata de contrabando, relativamente ignorado por los españoles, y nunca se desarrolló como lo hicieron las capitales que los imperios indígenas construyeron y que los españoles arrasaron para convertirlas en las capitales de sus virreinatos. En los albores de la Independencia, sin embargo, Buenos Aires se volvió la única ruta a través de la cual se podía comerciar con Inglaterra y Estados Unidos sin pagar impuestos, y después de la Independencia ya era uno de los principales puertos del continente. Pero la modernidad habría de tardar aún otras tantas décadas, y sólo hasta finales del siglo XIX el puerto de Buenos Aires empezó a crecer, y la ciudad empezó a crecer, y la población, hasta entonces muy pequeña, se triplicó en menos de veinte años, a punta de inmigrantes europeos. De uno de esos barcos bajó una pobre costurera francesa con un niño de brazos que habría de ser Carlos Gardel, y también bajó una pareja de austríacos dispuestos a hacer cualquier trabajo que en el puerto se ofreciera, y cuyo primer hijo habría de llamarse Roberto Arlt.
Roberto Arlt nació y creció en el barrio de Flores, en que los trabajadores del puerto se apeñuscaban por no tener que vivir tan lejos del puerto y gastarse su magro sueldo en el tranvía. Era un barrio repleto de gente, día y noche, pues los trabajadores, en los famosos conventillos, muchas veces compartían una misma cama entre dos o tres, si tenían tres turnos distintos en el puerto. Era un barrio lleno de gente que iba y venía, y lleno de los consabidos compadritos, maleantes mitad gauchos mitad europeos que pasaban el tiempo en la puerta de los boliches, o andando por ahí en busca de una oportunidad de dinero fácil.
Roberto Arlt creció y jugó y trabajó en ese barrio, y en ese barrio también empezó a escribir. Como no tenía formación académica alguna, nunca se preocupó por hacer una literatura de una u otra manera, con unos u otros temas, fiel a una u otra escuela. Arlt no escribía sobre lo que veía, porque no era un cronista, pero lo que veía sí era el material para su obra. Ladrones, compadritos, trabajadores mal pagos, calles mal iluminadas, conventillos atiborrados de extranjeros.
Unas cuadras más alejado del centro quedaba el barrio de Palermo, un barrio no necesariamente rico, pero sí mejor acomodado, y mucho más argentino. Al tiempo que Arlt escribía en Flores, encerrado en una casa en Palermo escribía Jorge Luis Borges, encerrado en la biblioteca de su padre, desde la cual imaginaba, con toda libertad, la Buenos Aires en la que Roberto Arlt tenía que vivir. Años después, Julio Cortázar pintaría en una frase la distancia entre esas dos literaturas tan opuestas pero tan complementarias, diciendo que si el escritorio de Borges estaba empotrado en la biblioteca de su casa, el de Roberto Arlt estaba afuera, en el andén.
Roberto Arlt escribió una colección de cuentos llamada El Jorobadito, escribió obras de teatro poco exitosas, y escribió novelas, que se pueden leer en serie, aunque no son exactamente una serie, y a las que debe toda su fama posterior. La primera de ellas se llama El juguete rabioso, título que le puso siguiendo el consejo de Ricardo Güiraldes, un amigo suyo y otro de los escritores argentinos más importantes de esa generación. Intentar un resumen o siquiera una caracterización de sus novelas no vale la pena: la literatura de Arlt no responde a tendencias, ni a escuelas ni a concepciones académicas de la belleza, y no hay otra manera de conocerlas que leyéndolas. Sin embargo, sí hay una anécdota que puede ser suficiente para señalar su carácter. Aunque siguió el consejo de su amigo para titular su novela, Arlt ya tenía pensado otro nombre, un nombre que quizás habría funcionado mucho mejor, pero que en esa época, o por lo menos de eso lo convenció Güiraldes, era demasiado fuerte, y los lectores la recibirían con aversión. La novela se iba a llamar La vida puerca, título que bien habría podido dárselo a sus memorias, si hubiera escrito unas memorias, cosa que por supuesto un escritor con el escritorio en el andén no tiene razón ni hubiera tenido oportunidad de hacer.
Roberto Arlt
Mar, 02/04/2013 - 00:00
La Buenos Aires del cambio de siglo en que nació Roberto Arlt era una ciudad a medio hacer. Centenares de inmigrantes europeos bajaban diariamente de los transatlánticos huyendo del desastre políti