Walt Whitman

Sáb, 26/03/2011 - 08:58
La literatura norteamericana del siglo XIX, que es la primera gran literatura norteamericana, estuvo a cargo de escritores nacidos en la costa este, de Boston a Nueva York, que además de ser la parte
La literatura norteamericana del siglo XIX, que es la primera gran literatura norteamericana, estuvo a cargo de escritores nacidos en la costa este, de Boston a Nueva York, que además de ser la parte más cercana a Europa, era también la más europeizada. Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y Nathaniel Hawthorne nacieron en Massachusetts y Herman Melville, autor de la incomparable Moby Dick nació en Nueva York. Aunque los estilos y los objetivos de esos autores eran bastante diferentes, sí compartían una noción general de la literatura, y sobre todo de lo que una literatura estadounidense debería ser con respecto a la literatura inglesa, de la que fue su tarea independizarse. Sin embargo, muy cerca de donde nació Melville también nació Walt Whitman, y entonces lo que hasta entonces parecía ser una tendencia medianamente coherente se vio irreversiblemente desbalanceada. Whitman nació en Nueva York como pudo haber nacido en cualquier recóndito rincón de los Estados Unidos, tal vez no históricamente hablando pero sí en términos de su visión del país. Su formación, que aunque no era académica  sí era rica y rigurosa, no hubiera sido la misma de haber nacido en algún pueblo del medio Oeste, pero su poesía, aunque habría sido distinta, no hubiera perdido ese principio de inclusión, de unión del género humano que la dirige. La poesía de Whitman era rarísima para la época y sigue siendo rara aún en comparación con muchas corrientes literarias, Hojas de hierba, su obra maestra, sigue siendo poco leída, aunque muy comentada, y difícil de leer. Parte de su originalidad está en que está escrita en verso libre, estilo poco común en la época pero no del todo inexistente. La diferencia es que el verso libre de Whitman es libre en numerosos sentidos, más allá de las prescripciones tradicionales que se le ponen al verso. Los versos de Whitman no riman y no tienen un número fijo de consonantes, sí, pero además son libres en cuanto se sujetan a una regla que no está escrita en ningún manual de poesía, ni en la obra de ningún poeta anterior, sino que es inherente a los mismos versos de su libro, que la prometen y la cumplen. Esa regla no tiene que ver con la forma de los versos, sino con su peso, y podría enunciarse como una equivalencia de pesos, en que cada verso pesa lo mismo que los anteriores y los que le siguen. En otras palabras, eso quiere decir que cada verso contiene la misma cantidad de información nueva para el lector, que cada verso exige la misma cantidad de concentración para entenderlo. Una muestra de su poema más famoso, Canto de mí mismo, en la famosa y conflictual traducción de Borges, ilustra el procedimiento: Yo me celebro y yo me canto, Y todo cuanto es mío también es tuyo, Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca. Indolente y ocioso convido a mi alma, Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano. Pero su verso no sólo es libre en sentido formal, sino en muchos otros sentidos, de los cuales el más importante es su libertad temática. El principal objetivo de Whitman era escribir un libro para la gente, y no para los otros poetas, ni para los intelectuales de Boston y Nueva York, sino para la gente que no tiene entrenamiento alguno. Esto no quiere decir en ningún caso que su poesía sea didascálica, ya que al contrario resulta difícil de leer incluso para los más doctos lectores. Cuando habla de escribir para la gente no se refiere al público real lector de su libro, sino al público al que el canto va dirigido, y ese público es la gente, sin títulos, sin rangos, sin mejor o peor familia, la gente que está viva y que habita en este mundo. Muchos  arguyeron en su tiempo que ese es el destinatario de toda alta poesía, y que Hojas de hierba no era más democrática ni menos excluyente que la poesía de ningún otro contemporáneo, sino simplemente más confusa, y más vulgar. Pero la poesía de Whitman sí era mucho más democrática que la de sus contemporáneos, y que la de los sucesores de esos contemporáneos, y no era más vulgar, sino más libre, porque trataba sin ningún tapujo los temas que entonces se creían vetados a la poesía. Hojas de hierba habla del amor a la naturaleza, pero también de su sexualidad, y de las múltiples y equivalentes posibilidades se su sexualidad, lo que lo condenó a ser un poeta gay durante un tiempo, y habla también de la igualdad de los hombres, lo que lo obligó a tomar partido en el eterno conflicto racial de los Estados Unidos, cuando todo el punto del libro es no tomar partido, es no considerar si quiera que pueda haber partidos respecto a un tema tan esencial, tan humano. Las opiniones sobre Whitman son de todos los colores, y no hay peor manera de juzgarlo que leyendo a sus críticos y biógrafos, siendo la única alternativa tomar sus Hojas de hierba y leyéndolas, lo que requiere un poco de esfuerzo, sí, pero un esfuerzo tan fructífero, tan importante para entender a la gente más allá de las etiquetas políticas, raciales e intelectuales, que no se siente, y que difícilmente encontraremos en otro poeta.
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