60-50-40: Gabo dos mil veintiuno

“Marina, en sus delirios tenebrosos, pensó que tal vez habían descuartizado a Francisco Santos y estaban enterrándolo a pedazos debajo de las baldosas de la cocina”: GGM.

Vi a Gabriel García Márquez en una visita escolar que hice a El Espectador en 1988, dos años después del asesinato de don Guillermo Cano, su director, y un año antes de la bomba que le puso Pablo Escobar al diario  más antiguo de Colombia. El escritor también andaba de paso en el que fue su periódico cuando la familia Cano lo vinculó como redactor de planta en 1954.  Siendo todavía bachiller, ese día pasé por la pena de pedirle un autógrafo y luego quedé con la pena de no saber cómo lo perdí. Me queda la foto en blanco y negro al lado de él para demostrar mis quince segundos de realismo mágico. 

Aquel encuentro fugaz, además de chiripazo, fue para mí  “amor literario a primera vista”, porque sus libros se convirtieron en una de mis obsesiones; sin ser  el mejor lector, en este tiempo de pandemia me puse al día con lecturas que había aplazado por falta de tiempo, esa  excusa manida cuando la pereza nos habita. 

Dos mil veintiuno debería ser declarado el año de Gabo. Ahora que nos ha dado por derribar estatuas, debería levantarse una suya en cada ciudad para que los jóvenes se pregunten quién fue él. Fabuloso sería que leyeran sus libros con la misma pasión con que se hacen selfies

Por un lado, se cumplen 60 años de la publicación de “El coronel no tiene quien le escriba” (1961); 50 años de “Relato de un náufrago” (1971) y 40 años de “Crónica de una muerte anunciada” (1981) más los 70 años del crimen real (1951) que inspiró esta novela corta. Es el libro que yo recomiendo a quien quiera iniciarse como lector de buenas novelas. La leo y releo porque es una doble clase magistral de periodismo y literatura. Y, como dicen por ahí, se devora en una sentada. 

Hace 30 años el país fue estremecido con la noticia de dos crímenes: los de Marina Montoya y Diana Turbay, ocurridos con apenas horas de diferencia en aquel enero de 1991. Gabo reportero retrata esas y otras historias en el libro “Noticia de un secuestro”, publicado hace 25 años. Su hijo, el director de cine Rodrigo García Barcha, está rodando en Colombia, para la plataforma Amazon Prime,  la película sobre aquel capítulo de horror de nuestra historia, patrocinado –si se me permite el término- por Los Extraditables, al mando de Pablo Escobar. 

“El cadáver le impresionó por la buena calidad de la ropa interior, por la forma y el cuidado de sus manos y la distinción que se le notaba a pesar del rostro acribillado”, escribió García Márquez sobre Marina Montoya. 

El mismo Rodrigo  nos deleita con el libro “Gabo y Mercedes: una despedida”, de  Penguin Random House. “Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir”, le dijo al diario El País de España. Recordé entonces una frase magnífica del hijo del telegrafista de Aracataca, recogida en el documental "Gabo, la magia de lo real", que está en Netflix: “Lo importante es estar vivo, la muerte es una trampa”.

A propósito, Netflix está adaptando “Cien años de soledad” y uno se pregunta si serán capaces de recrear toda el encanto de Macondo, las muertes poéticas de algunos de sus habitantes, en especial la ascensión de Remedios la bella, “entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella”, las mariposas amarillas que perseguían a Mauricio Babilonia por todas partes o la masacre de los trabajadores de las bananeras a manos del ejército colombiano. 

“José Arcadio Segundo conversaba con Aureliano en el cuarto de Melquiades, y sin que viniera a cuento dijo: 

-Acuérdate siempre de que eran más de tres mil y que los echaron al mar". 

Siempre habrá motivos para celebrar a Gabo. El año que viene se cumplen cuarenta años de la concesión del Nobel de Literatura (1982) y ojalá el ruido llegue acompañado con la buena nueva  de un segundo galardón para Colombia como se rumora por ahí.  

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