Carta a mi abuela

Cuando publiqué la última columna del 2020, iba en un vuelo de Bogotá hacia Cúcuta, muy emocionada porque después de varios meses sin estar allí iba a poder pasar la Navidad en casa, con mis papás, mi hermano, con toda la familia, y los amigos más cercanos; finalmente se trataba de celebrar, que después de un año tan difícil -aunque sigue siéndolo- con mucha incertidumbre, con el miedo de abrazar y besar. Después de todo era un gran logro y un milagro estar reunidos, a puerta cerrada, para brindar porque todos habíamos podido reencontrarnos; no hacía falta nadie, estábamos completos. 

Agradecí el milagro de que mi familia estuviera con vida y con salud, así que dediqué esas genuinas letras a los que ya no nos acompañan. Presenciamos la partida de muchos vecinos, amigos, familiares y conocidos. Miles de Colombianos que ya no están con nosotros por causa del Covid-19”, decía un fragmento de la lectura. Recuerdo que, incluso en el brindis, antes de la Navidad, lo primero que les dije a todos,  fue que “le daba gracias a Dios, por estar hoy aquí, todos juntos y completos”. 

Morir de COVID, entonces, era -y sigue siendo-, el peor de los escenarios para mi familia y para mi, pues como es costumbre en muchos hogares colombianos la velación y el sepelio son importantes cuando fallece un ser querido, cosas que no se pueden hacer cuando la muerte es causada por el virus; de tal forma que, nunca contemplamos la posibilidad de que alguien, de nuestro núcleo familiar falleciera por causa de otra patología. 

Entonces, cuando creía que éramos unos afortunados porque ninguno, hasta el momento había padecido del virus, mi abuela, una mujer de 77 años, para entonces, acostumbrada a trabajar desde pequeña, de alma noble y carácter fuerte. La mujer que nos enseñó a todas las 8 mujeres de la casa, incluyendo sus 4 hijas, 4 nietas y un nieto, que no debíamos crear una dependencia a nada ni a nadie, que debíamos valernos por si mismas, dejó de acompañarnos desde el 18 de Marzo de 2021, para siempre. 

Desde entonces, la casa “de la abuela”, no ha vuelto a ser la misma. El vacío aún se siente a kilómetros de la casa, y como no, si mi abuela fue una mamá para todos, para el que llegara, para los esposos de sus hijas o de sus nietas, para los vecinos. 

Mi abuela, fue una brillante maestra. Trabajó especialmente en el sector rural con niños y jóvenes de varios municipios de Norte de Santander como Durania, Bochalema, Villa sucre y  Lomitas, muchas veces tuvo que buscar casa por casa a los estudiantes,  porque en ese entonces, como ahora, los papás de la zona rural preferían que sus hijos trabajaran, con pocas excepciones; un trabajo enriquecedor pero agotador. Dejó su carrera en el magisterio en el 64 para contraer matrimonio con mi abuelo, de quién tengo pocos recuerdos, pues murió cuando tenía 3 años. Con mi abuelo tuvo 5 hijos, a las que dedicó el resto de su vida trabajando desde la casa, con un negocio propio, una tienda muy popular en el barrio, luego desde una fábrica de jeans, hasta que a sus 52 años, finalmente, decidió quedarse en casa con sus hijas. 

Era vanidosa, no le gustaba salir mal arreglada, siempre muy elegante, maquillada y entaconada hasta donde le daban sus piernas. Le fascinaba ver programas de televisión, sobretodo si eran de entretenimiento, por eso en mis tiempos de reina y presentadora, me decía siempre cómo podía vestirme, cómo podría pararme en las tarimas y hasta trucos para hablar en público, aunque a ella no le gustara casi exponerse. Era de pocas palabras, pero `iba al grano’ con lo que decía. A mi abuela le tenía mucha confianza y no miedo, ella me hacía sentir fuerte y no débil, era tolerante conmigo y con todos sus nietos también. 

Estoy segura que donde quiera que esté, debe sentirse muy orgullosa de los nietos que formó, porque siempre nos educó con el ejemplo, entregó su vida a nosotros, y los últimos años tuvimos el privilegio de verla sonreír con las travesuras de sus bisnietos Joseph y Jerónimo, que aunque hoy no entienden mucho que ya no está con ellos, sabremos explicarles en su momento y hablarles de tus bondades e incondicionalidad. 

Estas hoy en un lugar privilegiado, en donde espero podamos reencontrarnos todos tus nietos, tus hijas, tus bisnietos los que solíamos visitarte y esperar el café, ahí en el lugar donde siempre estabas, donde encontrábamos refugio a cualquier hora y en cualquier momento, en la “Casa de la abuela”.

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