China como inquietud

Casi perdido entre las noticias de información internacional, encontré en estos días un suelto de 25 líneas a una columna, en el que Christopher Wray, director del FBI norteamericano, confiesa que sus agentes abren una investigación sobre China “cada 10 horas”. Y luego, con un punto de ironía que se agradece en un burócrata, agregó: “Y les puedo asegurar que no es porque no sepamos qué hacer con nuestro tiempo”.

Según el señor Wray esa oficina gubernamental tiene cerca de “2.000 investigaciones en marcha vinculadas al Gobierno chino”. Y, por si la afirmación no fuera suficientemente perturbadora, el director de FBI sentenció: “No creo que haya ningún país que presente una amenaza más seria a nuestra innovación, nuestra seguridad y nuestra idea de lo que es la democracia”.

En ese último punto radica precisamente el problema. La idea que tienen los chinos de la democracia, y por tanto de las relaciones internacionales, no tiene nada que ver con la nuestra en Occidente. 

Anne-Marie Brady, sinóloga neozelandesa y una de los occidentales que más y mejor se ha dedicado estudiar el concepto que tienen los chinos de las relaciones con el mundo exterior, partió del estudio del lenguaje y de la retórica de los chinos que viven bajo el partido Comunista de China (PCCh), para dirigirse a un extranjero. Estaba convencida de que detrás de aquellas fórmulas había una política. Y, efectivamente, entendió que los asuntos externos tienen un significado más amplio de lo que conocemos en Occidente como contactos de Estado a Estado.

Los chinos tienen un término, waishi, abreviatura de uno más largo, que describe el espectro completo de la política exterior de la República Popular China para influir y percibir la cultura y la tecnología extranjeras dentro y fuera de su país. Pero el término no se limita a las relaciones diplomáticas, sino que incluye todos los asuntos de China relacionados con los extranjeros y en el extranjero.

La señora Brady asigna a Mao Tsetung y a Chu Enlai la paternidad de esta política, seguida puntualmente por Deng Xiaoping, y Xi Jinping en nuestros días. “Utiliza el pasado para servir al presente, haz que el extranjero sirva a China”, fue uno de los lemas acuñados por Mao a mediados del siglo XX, lema que refleja y condensa perfectamente esta política. Es, por lo visto, un concepto que se hace eco de un principio de los reformadores de la última dinastía: “El conocimiento chino como esencia, el aprendizaje occidental para uso práctico”.

“Se trata de una táctica defensiva —dice Anne-Marie Brady— para controlar la amenaza del mundo exterior sobre el poder político del gobierno…, que parte de una crisis cultural de inferioridad/superioridad, que la sociedad china ha enfrentado desde sus primeros contactos con el mundo occidental tecnológicamente superior en el siglo XIX”.

A la vista de lo que tenemos en frente, los chinos ya han superado con creces ese complejo y le han tomado gusto al “aprendizaje” en Occidente. Ya antes de la pandemia que ha venido a poner al mundo patas arriba, los expertos consideraban que la guerra fría que está teniendo lugar entre Estados Unidos y China es un tipo de confrontación muy diferente al que tuvo lugar entre EEUU y la Unión Soviética en el siglo pasado, porque el gigante asiático es un enemigo formidable, dado su peso demográfico y su ambición tecnológica.

A los agentes del señor Wray no les faltará trabajo en el futuro con los chinos, de eso podemos estar seguros. Y en el resto del mundo, haríamos bien en entender que nosotros, los extranjeros para ellos, también somos objeto de su atención. Para aprender más, claro.

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